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25 aniversario de la bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Crucifixión (Parroquia de El Buen Pastor-Málaga)

Cristo de la Crucifixión
Publicado: 16/09/2018: 3467

Homilía pronunciada por D. Jesús Catalá en el 25 aniversario de la bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Crucifixión, en la parroquia de El Buen Pastor, de Málaga, el 16 de septiembre de 2018.

25 ANIVERSARIO DE LA BENDICIÓN DE LA IMAGEN

DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA CRUCIFIXIÓN

(Parroquia de El Buen Pastor-Málaga, 16 septiembre 2018)

Lecturas: Is 50,5-9; Sal 114,1-6.8-9; Sant 2,14-18; Mc 8,27-35.

(Domingo Ordinario XXIV – B)

1.- Nos hemos reunido para dar gracias a Dios con motivo del 25 Aniversario de la Bendición de la imagen del Santísimo Cristo de la Crucifixión, que tiene su sede en esta parroquia de El Buen Pastor en Málaga.

La Cofradía de Crucifixión, en su denominación completa de Fervorosa Hermandad de culto y procesión del Santísimo Cristo de la Crucifixión y María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad, tiene sus orígenes a finales de los años 70 del pasado siglo.

Nació como una agrupación religiosa de vecinos del parque Victoria Eugenia, promovido por Antonia Hernández (a la que llamaban Nona), con un sentido asistencial, creando un dispensario, donde prestaba ayuda médica y farmacéutica el doctor Antonio Vargas. La dimensión caritativo-social es propia de las cofradías y está siempre en sus orígenes. La dimensión religiosa era apoyada por el Padre Jabato, su primer director espiritual.

Primero hubo una capillita en el dispensario con una imagen de la Virgen; y en 1985 se trasladó a la parroquia.

Posteriormente realizó su primera salida procesional en 1986; y una vez aprobados sus Estatutos por el Obispado (1988), Mons. Antonio Dorado bendijo esta imagen del Cristo en 1993 y la cofradía ingresó en la Agrupación de Cofradías de Málaga, realizando su primera salida procesional por el recorrido oficial en 1995.

2.- La hermosa imagen del Santísimo Cristo de Crucifixión, que tiene mucha fuerza plástica y podemos contemplar ante nuestros ojos, es obra de José-Manuel Bonilla Cornejo (1993) y su contemplación nos lleva a la escena evangélica de la crucifixión del Señor en el monte Calvario.

Allí, ante la cruz, se encontraban el discípulo amado, la Madre de Jesús y algunas mujeres. Decidme a qué madre no se le revuelven las entrañas viendo a su hijo inocente clavado en una cruz. Juan fue testigo ocular de la crucifixión y del golpe de lanza que traspasó el costado de Cristo, haciendo que saliera sangre y agua (cf. Jn 19, 31-34). La Iglesia ha interpretado este signo como el origen de la misma: el agua significa el bautismo y la sangre la eucaristía. El evangelista evoca la profecía de Zacarías: «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37).

Deseo animaros a que contemplemos al que traspasaron. Como recordaba el papa Benedicto XVI: “Este gesto de un solado anónimo romano, destinado a perderse en el olvido, se quedó impreso en los ojos y en el corazón del apóstol, quien lo volvió a narrar en su Evangelio. A través de los siglos, ¡cuántas conversiones han tenido lugar precisamente gracias al elocuente mensaje de amor que recibe aquel que dirige la mirada a Jesús crucificado!” (Angelus. Vaticano, 24.02.2007).

Os invito a contemplar a Cristo Crucificado con los mismos ojos con los que lo contemplaba Juan el evangelista. Profundicemos en el gesto de entrega total de Jesús en la Cruz. La imagen del Cristo de Crucifixión, como tantas otras imágenes de Cristo y de la Virgen de las diversas cofradías, son momentos especiales de la vida de Jesús y de la Virgen que los cofrades deben revivir y profundizar en su espiritualidad. Aquí lo contemplamos crucificado con los ojos abiertos; no está aún muerto. En ese momento es cuando Jesús le regala a Juan como madre a María y a él como hijo. Jesús nos mira desde la cruz y nos ofrece a su Madre como madre nuestra.

3.- Los gestos de religiosidad que realizamos, si no van unidos a una verdadera fe y amor, carecen de valor. Nos lo ha recordado el apóstol Santiago en su carta: «Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro» (Sant 2,17).

La vida cristiana tiene muchas implicaciones en la vida cotidiana, real. El amor a Dios va unido necesariamente al amor al prójimo; son inseparables, como las dos caras de una misma moneda.

El apóstol Santiago nos pregunta: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?» (Sant 2,14-16). Jesús crucificado nos está diciendo lo mismo: si acudimos a él, no podemos desatender las necesidades de los demás.

4.- En el evangelio, que hemos escuchado hoy, Jesús pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Mc 8,27). Y ellos responden refiriéndose a lo que opinan otras personas: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas» (Mc 8,28).

Pero Jesús insiste en lo que ellos piensan: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro, como cabeza de los Doce apóstoles, responde: «Tú eres el Mesías» (Mc 8,29), el Hijo de Dios.

¿Qué respondemos nosotros ante la pregunta de Jesús? ¿Qué significa en nuestra vida diaria la Persona de Jesucristo y su mensaje? A veces da la impresión que la fe que profesamos no está en sintonía con la vida real, como si estuvieran en líneas paralelas. Nos confesamos cristianos, cofrades y devotos de la Virgen; pero tenemos la tentación de aceptar el mismo estilo pagano de vivir que tienen nuestros contemporáneos.

No resulta fácil en nuestros días vivir como cristiano, como he comentado muchas veces; tampoco ha sido fácil en ningún momento de la historia, sobre todo en épocas de persecución y martirio cruento. Jesús instruía a sus discípulos que él tenía que «padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Mc 8,31).

Cuando Jesús les anuncia su pasión, los apóstoles estaban preguntándose “quién sería el más importante en el Reino que Jesús iba a implantar”; estaban repartiéndose el poder y los honores. Jesús pensaría que sus discípulos no habían entendido nada.

El seguimiento de Jesús es muy exigente: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mc 8,34). Seguirle es ser discípulo suyo, imitarle, vivir como él. La mirada de Dios no es como la del hombre; y los criterios de Dios son muy distintos a los del hombre: «Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35).

5.- Queridos cofrades y fieles todos, pongamos nuestra mirada en el Crucificado y en su costado abierto. Jesús ha muerto en la cruz por nosotros como signo extremo de amor, porque «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16). Desde esa mirada el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar (cf. Benedicto XVI, Deus caritas est, 12).

Contemplando a Cristo crucificado nos entendemos mejor a nosotros mismos; nuestra debilidad de pecadores, nuestras tentaciones y caídas. Pero también entendemos que somos amados; mirándole encontramos sentido a nuestra vida. ¿Sabéis cuántos mueren de accidente semanalmente? Pues los suicidios en España son tres veces más que los accidentes mortales; pero eso no suele ser noticia en los medios de comunicación.

Esa gente, ¿por qué se quita la vida? ¿En qué fundamentaban su vida? ¿Qué buscaban en la vida y no han encontrado? Por muy mal que uno esté, por muy enfermo que uno se encuentre, por mucha gravedad que le lleve a la muerte, Cristo da sentido a la vida. ¡No desaprovechemos el gran regalo de ser amados por Dios y por la Virgen!

6.- Pongámonos ante el Crucificado y contemplemos su gran gesto de amor por nosotros. Sus brazos abiertos acogen a todos los pecadores; sus heridas lavan mis pecados; sus llagas cicatrizan las mías; su rostro ensangrentado renueva mi faz desfigurada y la imagen emborronada de hijo adoptivo de Dios; su dolor transforma e ilumina mi dolor; su humillación levanta mi ánimo.

¡Cristo de Crucifixión, deja que sienta tu misericordia y tu perdón!

¡Cristo de Crucifixión, concédenos vivir tu compasión!

¡Cristo de Crucifixión, deja que participemos de tu dolor!

¡Cristo de Crucifixión, déjanos sentir tu amor!

Pedimos al Cristo de Crucifixión que al venerar su imagen nos llene de alegría por haber sido perdonados y redimidos en el madero de la Cruz. Y le pedimos también que, al contemplarlo, inunde nuestro corazón de misericordia y de paz.

¡Que María Santísima del Mayor Dolor en su Soledad nos anime a compartir el dolor de su Hijo y el de nuestros hermanos sobre todo los más necesitados! Amén

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