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Petre Chelaru: «Jesucristo sigue siendo un misterio a descubrir»

Petre Chelaru
Publicado: 03/05/2021: 14632

Petre Chelaru (Rumanía, 1969) vino a Málaga siendo seminarista respondiendo a la llamada del entonces administrador apostólico, el cardenal Fernando Sebastián, en el Sínodo de los Obispos de 1991, en pleno florecimiento de la Iglesia en los países excomunistas. Aquella experiencia marcó su vida. Tras ser ordenado y comenzar su ministerio en Rumanía, regresó a esta diócesis una segunda y una tercera vez. En la actualidad, su destino es la parroquia de El Salvador de Nerja y Nuestra Señora de las Maravillas de Maro, además de ser arcipreste de Axarquía Costa. Ha cumplido 25 años de sacerdote.

¿Qué sentimientos afloran al celebrar el aniversario de tu ordenación sacerdotal?
El primer sentimiento es el de alegría que lleva a la alabanza. Con las palabras de la Virgen en el Magnificat, alabo a Dios que ha hecho obras grandes en mí, sirviéndose de este humilde servidor para llegar a tantas personas a lo largo de estos 25 años, llevándoles salvación, consuelo, ánimo, paz y alegría. En segundo lugar, agradecimiento a tantas personas que me han ayudado, de muchas maneras, a ser el sacerdote de hoy. La lista de los benefactores sería enorme, pero Dios conoce a cada uno y yo los llevo en mi corazón.
Me limito a mencionar a mis padres por su ejemplo de fe y generosidad, que, teniendo ya un hijo sacerdote, han ofrecido con la misma libertad y alegría un segundo hijo a Dios y a la Iglesia.

¿Quién es para ti Jesucristo?
A pesar de llevar tantos años predicando a Jesucristo, Él sigue siendo un misterio a descubrir, el imán que me atrae a seguirlo, el Camino, la Verdad y la Vida. Lo percibo como el Amigo confidente sobre cuyo pecho puedo reclinar la cabeza, cuando estoy cansado o no entiendo cosas. Es el Maestro que me pide actuar en su nombre ante los hermanos, para dar a conocer su mensaje salvador, ser dispensador de su gracia y signo de su misericordia. También lo experimento, como Pedro, tan grande y santo, que le digo: «apártate de mí, que soy un hombre pecador». Pero también veo que hay tantas personas que no lo conocen de verdad y no lo siguen, y entonces digo: «Aquí estoy, envíame a mí a anunciar tu nombre a mis hermanos».

¿Estás contento con el ejercicio de tu ministerio en la diócesis de Málaga? ¿Por qué?
Sí, estoy contento. La satisfacción me viene en primer lugar del hecho de que puedo ser útil, que hay comunidades que necesitan de un sacerdote y yo les puedo echar una mano.
En segundo lugar, estoy contento porque realmente me siento como en casa. Es verdad que hay momentos en los que echo de menos la manera de hacer las cosas en el lugar donde me he criado. Pero voy aprendiendo a valorar lo que la gente de aquí valora. Por eso no me siento un extraño, porque hay tanta gente que conozco y me conoce, obispos, sacerdotes y fieles laicos que me han acogido con los brazos abiertos y han confiado en mí, compañeros de Seminario, amigos y colaboradores en las tareas pastorales.

¿A quién debes tu vocación sacerdotal?
Siempre es Dios el que llama, pero Dios se sirve de intermediarios que hacen de vocantes y acompañantes en el camino de la vocación. El ejemplo de mi hermano mayor que se ordenó cuando yo tenía 15 años, el clima de vida cristiana y aprecio al sacerdocio que he respirado en mi familia, y el gran deseo del párroco de mi pueblo de tener un nuevo seminarista en su parroquia después de muchos años han sido tantos factores que han contribuido a dar el paso.

¿Volverías a ser sacerdote si volvieses a nacer? ¿Por qué?
Es una pregunta que me asusta. Soy una persona que prefiere no hacer planes, sino dejar que Dios me vaya guiando por donde Él quiere que vaya. Entré en el Seminario cuando empezaba ya a pensar que Dios me quería para otra cosa. Tenía ya mi vida medio encauzada. Por otro lado, me sentía fragil, como el profeta Jeremías, ante una vocación tan alta, sin saber estar y hablar a la gente, sin tener un carácter de líder. Pero parece que Dios me dijo «no digas "sólo soy un niño”, tú ve y anuncia a mi pueblo lo que yo te mande». Por tanto, supongo que, si naciera otra vez y Dios me llamara de nuevo por este camino, me seduciría otra vez para decir que sí.

¿Cómo has vivido sacerdotalmente estos últimos meses con la pandemia del Covid-19?
Ha sido una experiencia dura para todos... Por supuesto, he seguido con mi vida de oración, celebración, trabajo en la parroquia, fraternidad con los sacerdotes a través de medios telemáticos, animar a los feligreses, especialmente a aquellos que vivían solos y estaban enfermos, atender a los necesitados, levantar el ánimo de los que se habían quedado sin trabajo o estaban contrariados de lo que veían que estaba pasando. Pero lo que más me ha impactado y me ha hecho estremecer ha sido la manera de despedir a los fallecidos en esos meses, algunos quedándose sin oficio religioso, otros con la asistencia de solo dos o tres familiares, y no en una capilla sino delante de una pared de cristal, y con una breve oración de apenas dos o tres minutos.

Una palabra o lema que resuma tu ministerio
Para la estampa de mi primera misa, preparé unas frases que hacían referencia a los tria munera, es decir a los tres dones y funciones que tiene el sacerdote: anunciar la Palabra, santificar por medio de los sacramentos y regir como pastor de una comunidad. Por tanto, me he preocupado de cumplir la misión completa que el día de la ordenación se nos encomienda. Pero la frase de san Manuel González de la capilla del Seminario de Málaga: «Pastor bone, fac nos bonos pastores, ponere promptos animas pro ovibus» me ha inspirado y animado siempre como seminarista y en el sacerdocio.

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