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De las tabernas y librerías de Málaga

Rafael Gómez Marín
Publicado: 03/06/2019: 14375

La Opinión de Málaga publica estos días que el sacerdote malagueño Rafael Gómez Marín, fallecido el pasado otoño, modificó el dicho de la Málaga de las 200 tabernas y una sola librería al demostrar en un estudio que en el siglo XVIII la capital contaba con tres librerías.

Guillermo Jiménez Smerdou.- En el pasado mes de noviembre, al leer el semanario Diócesis Málaga, supe del fallecimiento del sacerdote malagueño don Rafael Gómez Marín, con el que tuve cierta amistad porque fue, si no yerro, el primer director de la publicación semanal cuyo título no recuerdo pero que años después dio lugar al actual semanario, que lleva veintidós años -1102 números- informando a los católicos malagueños de cuanto acontece en la diócesis.

Gómez Marín relató con conocimiento y dosis de humor todo lo que podía interesar a los lectores. Fue, me acuerdo, el primer sacerdote malagueño que divulgó la vida de san Valentín, el patrón de los enamorados, que fue un personaje totalmente desconocido hasta que unos avispados comerciantes impulsaron la festividad para vender más.

Su trayectoria sacerdotal –sesenta y un años- fue dilatada y rica en actuaciones. Desde sus inicios en parroquias de Coín, Periana, Comares... y en la capital, ya jubilado desarrolló su labor en Los Gámez, un núcleo de población en la zona de los pantanos de El Agujero y El Limonero.

Precisamente durante su estancia en este último núcleo demostró que la presa citada en segundo lugar debe llevar el nombre de El Limosnero, porque la venta de los productos agrícolas cosechados en la zona se destinaba a limosnas.

En una reciente celebración de la festividad de san Francisco de Sales, patrón de los periodistas, en el café que la Delegación Diocesana de Medios de Comunicación Social ofrece a los periodistas en el que confraternizamos los de los periódicos de Málaga y los que conforman la redacción de Diócesis Málaga, Rafael me obsequió con un ejemplar del libro 'Corralones, Tabernas y Librerías Malagueñas a finales del siglo XVIII', del que era autor. El título y texto, en principio, se me antojó como impropio para un clérigo, del que había de esperar la vida de un santo, de una parroquia, comentarios de textos bíblicos€ Nunca de corralones y tabernas.

En la primera página, tras el nombre del autor, el título de la obra y el lugar y año de la edición, se incluía el texto de un dicho muy popular en Málaga y que no nos hace mucho bien; más bien, mucho mal. Dice así: «Málaga, ciudad bravía, que entre antiguas y modernas, tiene doscientas tabernas y una sola librería».

Si me llamó la atención el título y el recuerdo de las tabernas y la única librería en Málaga en una época indeterminada, no menos sorprendente fue la dedicatoria del autor.

Lo habitual, en el caso de los casados, es «a mi esposa», «esposa e hijos», a un personaje en particular. Rafael Gómez Marín se descolgó con la siguiente dedicatoria, quizás única en el mundo:

«A Jesucristo, que tuvo el buen humor de quedarse en el vino, para alegrar el corazón del hombre, en agradecimiento por mis ochenta años, 1934-2014, en tu servicio y amistad. Con afecto».

Empieza Gómez Marín con la letrilla que se mentaba en la Málaga de los años de la Nanica o de Maricastañas, y recuerda la propuesta de los Reyes Católicos «es que haya en la ciudad doce tabernas para dar de comer y vender carne y pescado, y otras veinte sólo de vino». Después permitieron que «haya cuantas tabernas quieran poner los vecinos, con tanto que en los mesones no se vendan cosas de comer».

Después de justificar la existencia de las tabernas porque era el único lugar de encuentro de los hombres, describía cómo imaginaba las viviendas de la época:

«La casa, ni reunía comodidades ni intimidad para las relaciones entre amigos. Generalmente era pequeña, donde se desenvolvía en una misma pieza –que aquí llamamos 'mi sala'- toda la vida familiar. Iluminada, durante el día, por el sol radiante que entraba por la ventana y, a la noche, por la débil luz de un candil, una mariposa, o una vela. En ella se acumulaban, un anafe para guisar; en un rincón, trozos de carbón o leña; un chinero con los platos, tizones y un par de dornillos; una navaja y algunas cucharas de madera o de alpaca, en el cajón de la mesa; una olla para guiso de cada atardecer, con sus verduras del tiempo, de la huertas de las afueras, que eran bastante baratas, y algo de carne, sin que faltara el tocino, como decía el refrán: No hay olla sin tocino ni sermón sin agustino».

En las páginas sucesivas, el autor rememora las fiestas y costumbres de los malagueños del siglo XVIII recurriendo a versos y letrillas de Salvador Rueda, Pedro Flores, José Carlos de Luna, Juan Ruiz Alarcón, cantes de la Trini, Rodríguez Marín, José María Pemán...

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