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Funeral del Rvdo. Félix Urdiales Esteban (Cementerio Municipal-Málaga)

Publicado: 28/09/2015: 360

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en el funeral del Rvdo. Félix Urdiales Esteban (Cementerio Municipal-Málaga) celebrado el 28 de septiembre de 2015.

FUNERAL DEL RVDO. FÉLIX URDIALES ESTEBAN

(Cementerio Municipal-Málaga, 28 septiembre 2015)

 

Lecturas: Zac 8, 1-8; Sal 101, 16-23; Lc 9, 46-50.

1.- El profeta Zacarías anuncia a su pueblo que Dios lo ama intensamente: «Esto dice el Señor del universo: Vivo una intensa pasión por Sión» (Zac 8, 2); de tal manera que Sión, la capital, es llamada “Ciudad Fiel”, que se asienta en el “Monte Santo” (cf. Zac 8, 3).

            Presenta una imagen bucólica y hermosa de esta ciudad, amada de Dios, donde corretean y juegan los niños (cf. Zac 8, 5); y los ancianos se sientan en las calles disfrutando de larga vida (cf. Zac 8, 4).

El Señor quiere que vivamos en paz, en armonía y en alegría. Estamos destinados a vivir contemplando a Dios cara a cara y gozando de su rostro iluminado.

2.- Nuestro hermano Félix, sacerdote, como se nos ha dicho en la “semblanza espiritual” ha pasado por esta vida como los niños que juegan, cantan, ríen, viven gozosos el amor de Dios, se reclinan confiados en brazos del Buen Padre, se sienten cuidados por la providencia del Señor; y ha vivido esa especie de infancia espiritual que describen algunos místicos. Hay que ponerse en manos de Dios en las cosas pequeñas de cada día y en el proceso vital.

Él ha pasado ya de este mundo al Reino de la paz y del amor plenos. Allí disfrutará a partir de ahora lo que tanto deseó vivir y saboreó en prenda en este mundo.

            El bautismo le confirió la gracia de la iluminación, proveniente de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Dios lo amó y quiso reservárselo para sí, consagrándolo para el ministerio sacerdotal.

            Como los niños de la ciudad, que describe Zacarías, vivió en actitud de agradecimiento, confiando plenamente en Dios; y contemplando su rostro de amor, manifestado en Cristo Jesús (cf. Rm 8, 38); amor que su corazón reflejaba hacia los más pobres y necesitados.

3.- Dios nos sale al encuentro y toma la iniciativa, porque nos ama infinitamente; y, como dice Zacarías, quiere salvar a su pueblo: «Los traeré y vivirán en Jerusalén; ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios en fidelidad y justicia» (Zac 8, 8).

Queridos hermanos y queridos sacerdotes, somos el pueblo del Señor; Él quiere ser nuestro Dios y llevarnos en brazos a su ciudad santa, Jerusalén. Nuestro hermano Félix ha pasado ya de la Jerusalén terrestre, donde nos encontramos nosotros, a la Jerusalén celestial. Allí esperamos ir todos, para participar de su gloria (cf. Sal 101, 17).

            Nuestra patria no está en este mundo; nuestra verdadera patria es el cielo, morada de Dios, santuario divino, desde donde nos mira con ternura (cf. Sal 101, 20) a cada uno de nosotros, para escuchar nuestros gemidos (cf. Sal 101, 21). Con el Salmo hemos dicho que el Señor reconstruye Sión y aparece su gloria.

Análogamente, el Señor nos construyó en el bautismo como templos de su Espíritu; y ese templo lo ha ido cuidando con su gracia y limpiando con el perdón, manteniéndolo y alimentándolo con la Eucaristía; y final de nuestra vida, el Señor rehace y renueva y rehabilita ese templo y aparece la gloria de Dios. Esa es nuestra vida; y pasamos de ser templo del Espíritu en esta vida terrena a ser morada permanente en la eternidad, donde contemplaremos la gloria de Dios como esperamos que nuestro hermano Félix la esté contemplando ya.

4.- Jesús nos ha recordado en el Evangelio que el más pequeño es el más importante. Cuando los apóstoles discutían entre sí (cf. Lc 9, 46) y le preguntaron al Maestro, éste, tomando a un niño y poniéndolo en medio, respondió: «El que acoge a este niño en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado. Pues el más pequeño de vosotros es el más importante» (Lc 9, 48).

Esta era la actitud de nuestro hermano Félix; sencillo entre los sencillos y pobre entre los pobres, acogiendo a todos.

            Pidamos al Señor que nos ayude a ser como niños ante sus ojos; que sepamos confiar, como los niños pequeños confían en sus padres; que pongamos nuestra esperanza en Dios, como el niño lo espera todo de sus padres.

            ¡Que la Santísima Virgen María nos acompañe en nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celeste; y que acoja a nuestro hermano Félix para llevarlo ante la presencia del Altísimo! Amén.

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