NoticiaColaboración Dios y las drogas Publicado: 06/09/2022: 6948 Espiritualidad Artículo del doctor José Rosado Ruiz, médico especializado en adicciones Las drogas, al activar el sistema de recompensa cerebral (SRC) provoca un estado alterado de conciencia que al ser experimentado como gratificante propicia su repetición, especialmente durante el primer periodo que se define como luna de miel, ya que no presenta efectos negativos. De manera progresiva y segura, la tolerancia cerebral se hace presente y la persona necesita aumentar la dosis para conseguir los mismos efectos. La adicción se inicia y se desarrolla, hasta que, en un tiempo no muy prolongado, la droga se hace protagonista de las motivaciones de una conducta que se reduce a conseguir la próxima dosis. Esa persona pierde el sentido y significado de la vida, y su destino más allá de la muerte. Sin referencias existenciales, porque sus dimensiones profundas se encuentran contaminadas diluidas y reducidas, es muy difícil vivir. Ahora es cuando se tiene que enfrentar, no a la existencia sino a la limitación de esa existencia. La autolisis ocupa su contenido cerebral y el horror vacui se apodera de su ser. El consumo sólo le es útil para olvidarse que está vivo. Pero esta persona desesperanzada, desolada, abandonada y en oscuridad existencial, aunque fue hecha de la nada, no proviene de la nada o de nadie sino que es creado por Aquel que Es. Es decir, en cuanto creador del hombre, Dios está en el hombre, y por eso posee en su interior una indeleble y sutil huella dejada por el creador a modo de hoja de ruta que indica el correcto itinerario espiritual. Dios en todas las almas mora secreto y encubierto en la sustancia de ellas. Y es que la naturaleza humana, creada en Gracia, es impulso vital hacia Dios, que nos hace también partícipe de su Divinidad. Esta huella tira del hombre hacia dentro y le impulsa constantemente a escudriñar la causa de su existencia y la finalidad de su vida. La Iglesia Católica señala, a modo de vademécum espiritual, la solución definitiva y completa porque marca los principios y fundamentos que aseguran la plenitud de la experiencia humana y conseguir las bienaventuranzas eternas. El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios: y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento, pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador. El hombre es capaz de Dios. Dotada de un alma espiritual e inmortal, la persona humana es la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma. Desde su concepción está destinada a las bienaventuranzas eternas. La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino. Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por su Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien verdadero. Conocidas estas verdades inconcusas, la persona tiene todos los argumentos para buscar-me buscaréis y me dejaré encontrar-a su Origen y Meta. Y desde lo hondo de la persona brota, pidiendo auxilio a la esperanza, una petición de ayuda buscando una respuesta de un Dios, que siempre se encuentra al acecho de Amor. Pero buscar a Dios, no es perseguir un deseo nacido de nuestras carencias sino ir tras un rostro que nos ha fascinado y sin cuya contemplación, el alma no puede vivir, por eso, buscar su faz es la expresión permanente para demostrar que Él es alguien con semblante y mirada, con ojos que identifican, desvelan, enclavan y retan. Búsqueda que no cesa y encuentro que no cansa, porque la relación e intimidad con él es permanente, innovadora de vida y acrecentadora de gozo. No es una fantasía, ni una mera utopía el impulso que nos lleva a buscar a Dios y a desear encontrarlo. Responde a una esencial necesidad grabada en el corazón de toda persona, cuando nos dejamos llevar por el amor que procede de Dios. Sólo Él es la respuesta que no puede defraudar jamás y la calma gozosa de nuestras expectativas y esperanzas. Pero es la santa Madre de Dios que, siendo la Omnipotencia Suplicante, ofrece su singular y segura intercesión: Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido desamparado.