DiócesisHomilías

Vigilia de oración de jóvenes con el icono de la Inmaculada Joven (Seminario-Málaga)

Publicado: 07/04/2016: 3838

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga D. Jesús Catalá en el Seminario de Málaga en la vigilia de oración de jóvenes con el icono de la Inmaculada Joven.

VIGILIA DE ORACIÓN DE JÓVENES
CON EL ICONO DE LA INMACULADA JOVEN
(Seminario-Málaga, 7 abril 2016)



Lecturas: Hch 1, 12-14; Jn 20, 11. 15-16; Lc 24, 36-39; Mc 16, 14-15; Jn 21, 15-19.

1.- La primitiva comunidad cristiana reza con María
En esta Vigilia de oración las lecturas nos han ido llevando a momentos distintos que ha vivido la primitiva comunidad cristiana y que nos invita a vivir también a nosotros.
El texto de los Hechos que narra cuando los discípulos y los Apóstoles estaban con María, la madre de Jesús, en oración, nos está indicando la necesidad de rezar con María, que es lo que estamos haciendo esta noche. «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1,14).
La primitiva comunidad reza y Ella está presente. Es una presencia especial, una presencia materna, como la madre de una casa, en el hogar, en la familia. Una presencia delicada, femenina, maternal, acogedora, que pone paz entre los hijos y los hermanos.
María reza con nosotros, intercede por nosotros. Nuestra oración no puede estar separada de la presencia de María. Nuestras vigilias son siempre con esa presencia materna de la Virgen.
Hoy estamos delante del icono de la Inmaculada joven; es un icono, es una imagen, pero María está presente hoy aquí con nosotros. Reza con nosotros, intercede por nosotros. La oración cristiana no puede prescindir de María. La devoción mariana es algo esencial a la vida cristiana. Contemplar el rostro de María, es un rostro humano, lo ha pintado una creyente. Pero nos debe transportar a la realidad que es María, la Virgen, la Madre del Señor y Madre nuestra. Y nuestra oración ha de estar siempre en presencia suya. Recemos siempre con María, la Madre de Jesús y esta noche de modo especial.

2.- Aparición de Jesús a María Magdalena
En el texto del Evangelio de Juan se nos narra como Jesús resucitado se aparece a María Magdalena. ¿En qué estado se encontraba María Magdalena? ¿Estaba con miedo? María Magdalena no dice el Evangelio que tenía miedo. Cuando Jesús se le aparece a María Magdalena narra el Evangelio que le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?» (Jn 20, 13). María Magdalena no tenía miedo, ella sufre y llora por la ausencia de Jesús. El Amado se le ha ido de su lado y nota una ausencia y un vacío interior, por ello llora y sufre. En esa actitud de María, Jesús se le aparece. Es una idea que cuando estudiaba teología me encantó y la he meditado mucho y deseo compartirla con vosotros.
Jesucristo resucitado no es reconocible ni siquiera por los que han convivido con Él. Una mujer que ama conoce a la persona amada, ¿verdad? Pues María con tanto amor que le tenía no fue capaz de reconocerle. Jesús resucitado se aparece, que quiere decir, se deja ver, se deja reconocer; pero tú no eres capaz de reconocerlo por ti mismo. Él te permite que tú le veas.
Para los que estudiáis teología y griego el verbo es ver (ὁράω); el texto dice que Jesús resucitado “se dejó ver” (ὤφθην); no se refiere a una acción activa del sujeto, sino que se le permite que pueda ver y reconocer.
Este pasaje es precioso: «Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» (Jn 20, 15a). Y ella le responde: «si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré» (Jn 20, 15b). Entonces es cuando Jesús le llama por su nombre: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!» (Jn 20, 16). Ha reconocido la voz porque Cristo se ha dejado ver. Y en ese momento, su llanto, su lloro cesa.
Esta es una actitud con la que podemos encontrarnos, con un vacío existencial, con un vacío interior por falta de amor: “Señor, me siento vacío, dudo en mi fe. No sé dónde cogerme, me pierdo”. No llores, Cristo resucitado está contigo y con María la Virgen.

3.- Aparición a los discípulos
La aparición a los discípulos es distinta. ¿Cómo estaban los discípulos? Los discípulos estaban llenos de miedo, aterrorizados. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros» (Lc 24, 36). Jesús les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón?» (Lc 24, 38). Jesús pregunta otra cosa a los discípulos. No hace la misma pregunta que a María Magdalena.
Y Jesús se deja ver: «Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo» (Lc 24, 39).
Los discípulos están escondidos por miedo, tienen miedo auténtico. Y el Señor les reconforta. Les da la certeza de sus dudas. No ha desaparecido, está vivo, está junto a ellos.
Ahora que cada uno se sitúe donde quiera y escuchará una pregunta del Señor esta tarde. A unos les dirá: ¿por qué lloras? Y después dirá su nombre: Pedro, Juan, José, Andrés, Gonzalo, María… dirá vuestros nombres. Y lo reconoceréis, os permitirá que lo reconozcáis. A otros os preguntará: ¿por qué tenéis miedo? ¿Por qué estáis horrorizados? ¿Por qué dudáis? Y dirá vuestro nombre. Os sacará de vuestras dudas. Os dará la certeza de que está vivo y que está con nosotros resucitado.

4.- La misión de evangelizar
A partir de esa experiencia del Resucitado, no antes, Jesús les confiere una misión: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15).
A María Magdalena le dice: «anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro". María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: «He visto al Señor y ha dicho esto» (Jn 20, 17b-18). Les da una misión de testigo, de anuncio de la Buena Nueva. Es María Magdalena a la primera persona, según los Evangelios, a quien le encarga ser anunciadora, se misionera, ser testigo de su resurrección.
Y a cada uno de nosotros nos dará una misión. En este caso a todos la misma: id al mundo entero, proclamar el Evangelio de Jesús, ser sus testigos.

5.- Necesidad del amor para la misión
En el Evangelio de Juan que hemos leído hay un diálogo interesantísimo, muy profundo, entre Jesús y Pedro. Además, Pedro le ha negado tres veces antes que cantara el gallo. Y Jesús le pide una profesión de amor.
Jesús pregunta a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él le contestó: Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15-17).
Jesús le da una misión a Pedro; pero sólo después de haberle arrancado una profesión de fe y de amor. Después de haberle pedido una declaración de amor. Y Pedro le responde: “Sí, te quiero”.
Os pregunto a vosotros: ¿habéis recibido cada uno una misión o aún no? A ver si aún no la habéis recibido porque aún no le habéis contestado al Señor: “¡Sí, te quiero”! A ver si aún está esperando una declaración de amor auténtico en toda regla, una profesión de fe: “¡Sí, creo en Ti, resucitado y te quiero!” A lo mejor está esperado que le digáis esa doble confesión: “creo en Ti y te quiero”. O a lo mejor eso ya ha ocurrido y os ha dicho que seáis testigo de la resurrección del Señor.
El Señor nos quiere testigo en los sitios donde estamos: en la universidad, en la familia, entre los amigos, en los vecinos, en la calle, en la sociedad, en el Seminario, en un monasterio, en una misión… Nos quiere testigos allá donde cada uno está y no sólo donde nos gusta.
Pero para esto hay que decirle primero: “Sí, Señor, creo en Ti. Sí, Señor, te amo”. Y después recibiréis el encargo. Descubrid cual es la misión que el Señor os encarga, dónde está vuestro puesto de testigos del Resucitado. Descubridlo esta noche.
Esto es un proceso vital de cada día y de seguir diciéndole “sí” cada día al Señor.

6.- Oración a la Virgen
Pedimos a la Virgen Santísima que nos acompañe en ese caminar, en ese encuentro con el Resucitado para poder descubrirlo, que nos permita que podamos verle. Y le pedimos que nos acompañe también intercediendo por nosotros, que no vayamos solos. Nos acompaña la Inmaculada, la Virgen, la Sin Mancha, que fue joven como vosotros y dijo sí en su juventud, y lo mantuvo hasta su vejez, hasta que Dios se la llevó.
Vamos a seguir la oración en este ambiente, en este clima y en esta Pascua del resucitado que estamos saboreando todos.
¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar!

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo