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Virgen de la Victoria (Catedral-Málaga)

Publicado: 08/09/2020: 5016

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la festividad de la patrona de Málaga, la Virgen de la Victoria, el 8 de septiembre de 2020.

VIRGEN DE LA VICTORIA

(Catedral-Málaga, 8 septiembre 2020)

Lecturas: Miq 5,1-4a; Rm 8,28-30; Sal 12,6; Mt 1,1-16.18-23.

Recorrer el itinerario espiritual de Santa María

1.- La fiesta litúrgica de la Natividad de la Virgen María, que hoy celebramos, es conocida en Oriente desde el siglo VI; y fue fijada el 8 de septiembre, día con el que se abre el año litúrgico bizantino y se cierra con la Dormición de la Virgen, en agosto. Somos herederos de algunas fiestas procedentes de ritos orientales, que no son romanos.

La fiesta va unida a la dedicación de la Iglesia de la Natividad de María en Jerusalén, que se celebraba desde el siglo V. Esta Iglesia está situada en el lugar donde según la tradición estaba la casa de san Joaquín y Santa Ana.

En Occidente fue introducida esta fiesta en el siglo VII y era celebrada con una procesión-letanía, que terminaba en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma. San Andrés de Creta, en el siglo VIII, habla en sus homilías de ésta celebración, que “honra la Natividad de la Madre de Dios; pero el verdadero significado y el fin de este evento es la Encarnación del Verbo de Dios. De hecho, María nace, es amamantada y crece para ser la Madre del Rey de los siglos, de Dios” (Patrología griega, 97, 606-607).

2.- La devoción a Santa María de la Victoria en Málaga, como bien sabéis, data del siglo XV, tras la reconquista por el rey Fernando el Católico, quien llevaba la imagen de la Victoria durante el asedio a esta ciudad. Y el patronazgo de la Virgen de la Victoria se debe al papa Pío IX, al declararla oficialmente Patrona principal de la diócesis de Málaga el 8 de diciembre de 1867; mientras que la coronación canónica de la imagen tuvo lugar en febrero de 1943 por el entonces nuncio apostólico Cayetano Cicognani.

Este es el proceso histórico de la fiesta, que hoy con alegría desbordante celebramos, dando gracias a Dios y acogiendo la maternal solicitud y protección de la Virgen de la Victoria.

Somos herederos, queridos fieles, de una devoción pluri-centenaria, que nuestros antepasados han vivido y nos han transmitido. Nos corresponde ahora a nosotros vivirla en nuestro corazón, hacerla vida nuestra y transmitirla a los demás. El culto a la Virgen María es inherente a la fe cristiana; no es un añadido, sino algo esencial, porque ella es la Madre del Señor, como hemos escuchado en el evangelio (cf. Mt 1,21-23).

3.- ¿Os imagináis que, por desidia nuestra o por tibieza de nuestra fe desapareciera en Málaga la devoción a la Virgen de la Victoria? Porque no fuéramos capaces de transmitir la fe, dejando de ser un eslabón en esta larguísima historia.

Deseo un saludo cordial a los sacerdotes y seminaristas, a las autoridades, a la junta y miembros de la Hermandad de la Virgen de la Victoria, a representantes de las distintas instituciones, asociaciones y hermandades y a los fieles todos.

Estamos comprometidos en vivir y mantener la devoción a la Virgen. Me dirijo también a los fieles que seguís esta celebración a través de los medios de comunicación, televisión y radio. También vosotros tenéis el compromiso de vivir la fe, el amor y la devoción a la Santísima Virgen de la Victoria. ¡Transmitidla a vuestros hijos y a las nuevas generaciones!

Dejad un buen legado, honroso, de fe cristiana, de vida y de amor. Porque el cristianismo es quien ha vertebrado no solo a Europa, sino a todo el mundo, porque el Amor de Dios se extiende a todo el mundo. La bondad de la fe cristiana viene dada por Jesús, el Hijo de Dios e hijo de María, la Virgen. Él ha revelado el amor del Padre a la humanidad. Seamos conscientes de la importancia de mantener la devoción a la Madre del Hijo de Dios.

4.- La Iglesia reconoce en Santa María de la Victoria un miembro suyo eminente y singular, adornado de toda gracia y virtud. Cristo confió a la Virgen en el altar de la cruz el ser madre de la Iglesia; se la encomendó al discípulo Juan (cf. Jn 18,26) en quien estaba representado todo fiel cristiano. Por ello la Iglesia la honra con amorosa piedad e invoca incesantemente su patrocinio; la siente compañera en el camino de la fe y hermana cercana en las angustias de la vida; contempla con alegría en ella, asunta al cielo junto al Hijo, la imagen de su gloria futura. Estamos llamados a vivir como ella.

En la Virgen de la Victoria, Madre de la escucha, de la contemplación y del silencio receptivo, encontramos el modelo perfecto de obediencia a la voluntad de Dios, en una vida sencilla y humilde, orientada a la búsqueda de lo que es verdaderamente esencial. La actual pandemia nos ha enseñado a vivir de lo esencial. Nos sobran muchas cosas, a las que antes dedicábamos nuestro tiempo y energías; hemos de buscar y procurar lo que es verdaderamente esencial en nuestra vida; lo que es realmente importante: nuestra salvación eterna. La Virgen María fue capaz de dar siempre gracias al Señor, reconociendo en cada acontecimiento un don de su amor y de su bondad.

5.- Como hemos escuchado en la carta a los Romanos, hemos sido destinados desde nuestro bautismo «a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29).

Santa María de la Victoria recorrió un camino espiritual de fe, de amor y de esperanza; las tres virtudes teologales que nos permiten sintonizar con Dios. Ella se fio de Dios, esperó en Dios y amó a Dios. Desde su concepción inmaculada hasta su dormición o asunción al cielo, ella ha recorrido un camino espiritual de fe; y nos invita a recorrer con ella ese mismo camino espiritual. Ella fue descubriendo en su vida la voluntad de Dios, como nos sucede también a nosotros.

Santa María de la Victoria acogió al Hijo de Dios en su alma, primero, y en su seno, después. Ella fue excepcional discípula, que reprodujo en su vida la imagen de su Hijo y Maestro.

Ella fue predestinada por Dios desde antes de su concepción, llamada a ser Madre del Redentor, justificada por gracia y exenta de todo pecado y, finalmente, glorificada y asunta al cielo (cf. Rm 8,30). Este es el “iter”, el camino espiritual de la Virgen María.

Unida por la fe a la vida de su Hijo, María recorre un itinerario espiritual: Aceptó con su “fiat” ser Madre del Salvador. El mismo Jesús confirma su fidelidad llamándola bienaventurada porque escucha la Palabra de Dios y la cumple (cf. Lc 8, 21). Junto a la cruz, la fe de la Virgen se mantiene firme, aceptando el sacrificio de su Hijo, como madre del Redentor, y ensanchando su corazón para acoger a la gran familia de los hermanos de su Hijo. Y en pentecostés sostiene con su fe y con su oración la fe vacilante de los apóstoles y discípulos, facilitando el nacimiento de la Iglesia.

6.- Un itinerario espiritual similar nos propone el Señor a cada uno de nosotros, salvadas las grandes diferencias que existen entre nosotros y la Santísima Virgen María; porque ella fue llena de gracia y sin pecado, y nosotros somos pecadores perdonados; pero pecadores.

Dios nos ha predestinado en su Hijo Jesús a ser sus hijos de adopción; nos ha llamado a ser hermanos del Redentor; nos ha justificado y perdonado los pecados mediante su cruz y su resurrección de Jesús; y, finalmente, nos invita a la patria del cielo, para heredar el reino prometido por su Hijo a quienes creen en Él (cf. Jn 6,47).

En palabras del mismo Jesucristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna» (Jn 6,54). El texto dice “tiene vida eterna”, significando que ya la posee desde ahora en esta vida temporal, aunque sea de manera incoada, incipiente, y no de manera plena.

Santa María de la Victoria es modelo para nosotros; lo que ella es y vive, estamos llamados nosotros a serlo y a vivirlo.

Estamos invitados a recorrer el camino de María, su itinerario espiritual. Es necesario conocerla cada día más, para seguir sus pasos detrás del Señor Jesús, nuestro Salvador y Maestro.

Queridos fieles, hermanos y devotos, pedimos hoy a Santa María de la Victoria que interceda por todos nosotros y nos acompañe a recorrer su camino espiritual, viviendo de la escucha de la Palabra de Dios y dando testimonio coherente de la fe recibida, del inmenso amor que Dios nos tiene y de la esperanza cristiana. Amén.

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