DiócesisHomilías

Visita pastoral a la parroquia de Santa Rosa de Lima (Málaga)

Obra de Hamilton Reed Armstrong en la parroquia de Santa Rosa de Lima
Publicado: 06/03/2016: 5722

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá en la visita pastoral a la parroquia de Santa Rosa de LIma (Málaga), el 6 de marzo 2016.

VISITA PASTORAL
A LA PARROQUIA SANTA ROSA DE LIMA
(Málaga, 6 marzo 2016)



Lecturas: Jos 5, 9-12; Sal 23,2-7; 2 Co 5,17-21; Lc 15,1-3.11-32.
(Domingo Cuaresma IV-C)

1.- Hemos escuchado estas hermosas lecturas del domingo IV de Cuaresma. En el libro de Josué se narra que el Señor liberó al pueblo de Israel del yugo de Egipto (cf. Jos 5,9) y los hizo entrar en la tierra prometida, alimentándolos de los productos del país (cf. Jos 5,11-12). Habían estado durante muchos años comiendo maná en el desierto, siempre como don y regalo del Señor, pero el Pueblo estaba ya cansado de ese tipo de comida monótona, siempre comiendo lo mismo.
También tiene un sentido eucarístico, pero aquí lo que remarca el texto de hoy es que ese Pueblo, durante su trayecto por el desierto, come maná y al entrar en la tierra prometida empieza a comer los frutos del país: frutas, verdura, carne. Es otro tipo de alimento, otra etapa.

2.- Por el bautismo hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado, como el Pueblo de Israel fue rescatado del poder de Egipto, y hemos sido introducidos en la tierra prometida. Y eso ya, es decir: no estaremos en la tierra prometida, sino que ya estamos. Hemos pasado el Jordán, el mar Rojo, el desierto, la esclavitud. El Señor nos ha perdonado, nos ha introducido en su Iglesia, en su Reino que ya es tierra prometida y que ya es vida eterna. En este Reino se nos da un alimento especial.
El Señor quiere que dejemos de alimentarnos de las viandas que nos ofrecen la mundanidad y el paganismo, las que comemos cuando nos alejamos de Él, cuando nos acercamos a los que viven sin fe, sin luz del Evangelio. Y nos invita a que tomemos el alimento que perdura hasta la vida eterna: «Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera» (Jn 6, 49-50).
Cuando seguimos comiendo los alimentos que nos ofrece la sociedad que no está en sintonía con el Señor, con el Amor, con el Evangelio, seguimos nutriéndonos del pan del destierro, de la lejanía. Cuando nos acercamos a la mesa eucarística, como hoy domingo, y celebramos la Pascua dominical y comemos el pan que el Señor nos da, que es Él, su Cuerpo, el alimento que perdura hasta la vida eterna. Sí, necesitamos comer este pan de forma periódica, al menos semanalmente, porque si no en esta travesía del desierto de la vida moriremos de inanición. Como los padres del Pueblo de Israel que comieron el maná en el desierto y murieron. Pero Cristo nos ofrece un pan de vida eterna, pan vivo.
Cristo es el «el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 49-51). La Eucaristía es prenda de inmortalidad; participar en ella significa tener parte en la resurrección y en la vida eterna: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54).

3.- En esta Visita Pastoral queremos remarcar la importancia de la Eucaristía semanal, de esta Acción de Gracias, de esta Pascua dominical. Es verdad que nos cuesta a veces explicar, sobre todo a las generaciones jóvenes, la importancia del domingo. Y corremos el riesgo de perder el sentido y la esencialidad del domingo. Hemos de recuperarlo. Es el día de la comunidad, el día en que se reúne la Asamblea convocada para dar gracias a Dios, para escuchar la Palabra, para crear comunión, para iluminar nuestra vida, para participar del Cuerpo y de la Sangre del Señor, para darnos vida. Si estamos sin comer, ¿quién puede resistir mucho tiempo sin comer? Al final sucumbiríamos. Necesitamos comer el Cuerpo de Cristo, necesitamos alimentarnos con su Palabra. Deseo remarcar la importancia de la celebración dominical para cualquier comunidad cristiana. Es necesaria, es imprescindible.
Os invito, aunque imagino que algunos ya lo hacéis, a que vengáis los domingos a la Eucaristía con los textos leídos, meditados, reflexionados porque es un alimento que va calando como la lluvia suave que penetra la tierra y la hace fecunda. Es como saborear la fiesta dominical. Vamos a hacer fiesta en domingo. ¿Qué vamos a comer? Decimos en casa, ¿verdad? ¿Qué preparamos de comer para el domingo que viene que acude toda la familia a casa, los hijos, los nietos, los sobrinos…? Se prepara la fiesta. ¡Preparemos la fiesta dominical!

4.- En la segunda lectura de la Carta a los Efesios nos ha dicho que Dios nos ha reconciliado por medio de Jesucristo. Dios, rico en misericordia (cf. Ef 2, 4), nos ha reconciliado consigo: «Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo» (2 Co 5,18). Aquí nadie se reconcilia solo con Él. Eso del “hilo directo” no sé quién se lo ha inventado. Como la confesión directa con Dios, sin intermediarios. Eso es la moda de hace unos años que a lo mejor aún perdura en la mente de algunos. Necesitamos la mediación. Cristo es el único Mediador. Entre dos orillas hace falta un puente y Cristo es el Pontifex, el puente que une dos orillas: la humanidad y la divinidad, a los hombres y a Dios. Y no hay otro puente. No existe otro puente para comunicarse con Dios, sólo Cristo. Cristo nos ha reconciliado a nosotros con el Padre, a través del Espíritu, con el Espíritu.
Cristo ha querido que esa mediación sea su Iglesia. Por tanto, aquí hilos directos lo tenemos cuando rezamos, en la oración personal, que tampoco es directo porque es a través de Jesucristo. Si nos damos cuenta todas las oraciones terminan con la frase: “Por Jesucristo nuestro Señor”. Y todos respondéis: “Amén”. Por tanto, vivimos de la mediación. Y esa mediación va en cascada.

5.- «Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo» (2 Co 5,18) Por eso somos criaturas nuevas: «Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). El que no está en Cristo no queda reconciliado con Dios.
¿Quién ofrece el perdón de los pecados a los fieles? ¿Quién es la mediación? Los sacerdotes, porque Cristo lo ha querido así, no es un invento de los sacerdotes. Cristo ha querido que su mediación, después de Él, la asuman sus Apóstoles, los doce. Y a su vez los doce ordenaron ininterrumpidamente a otros que le sucedieran en la misión que el Señor les confió de ser puente de la Mediación.
Por tanto, sin los doce, sin Iglesia, sin los obispos que somos los sucesores directos de los Apóstoles, tampoco hay Reconciliación ni Eucaristía.

6.- En la Iglesia Católica donde los obispos somos ordenados por otros obispos y a su vez ordenamos a otros obispos o a otros sacerdotes, tenemos la certeza histórica y de fe, que la transmisión ha sido ininterrumpida. De mi ordenación episcopal tengo la certeza documental hasta el siglo XVI-XVII de qué obispo ordenó a quién, remontándose mi historia episcopal con documentos escritos hasta el siglo XVI aproximadamente. A partir de ahí se pierde porque no hay documentos. Pero hay una certeza de vida eclesial en que los obispos han sido ordenados por otros obispos.
Hay otras iglesias no católicas que interrumpieron esa conexión y lo que hacen no tiene valor. Cuando se convierten al catolicismo esos sacerdotes u obispos tienen que ser ordenados, consagrados para que tengamos la certeza de que lo que hagan sea válido.

7.- Quisiera ahora recordar unas palabras del papa Francisco que dicen: “El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza” (Francisco, Misericordiae vultus, 10). El Papa nos invita a vivir la Cuaresma de este Año Jubilar “con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios” (Ibid., 17).
Os insisto en el sacramento de la Reconciliación. Allá donde voy de Visita Pastoral siempre me siento a confesar un rato. Que los fieles que quieran tenga la ocasión de confesarse con el Obispo y ejercer el ministerio del perdón y de la Reconciliación. Como por otra parte, un servidor se confiesa periódicamente con otro sacerdote. Yo no me confieso a mí mismo. Vuestro párroco D. Miguel no se perdona así mismo sus pecados, también tiene que recurrir a otro sacerdote, a la mediación.
En la Iglesia es muy importante la mediación. El único Mediador es Cristo y después Él instituyó otros mediadores.
Quien se resiste al perdón no llega a conocer el amor de Dios, crece en un subjetivismo nocivo, se endurece, huye del propio conocimiento, busca los defectos de los demás, se incapacita para pertenecer a la comunidad, se vuelve juez inmisericorde, se convierte en pretencioso, piensa que es invulnerable, puede llegar a enloquecer.

8.- Conclusión. No hay fe, no hay religión, no hay cristianismo sin Iglesia. Y salgo al quite de algunas teorías, de alguna toma de posición que dicen que creen en Cristo, pero no en la Iglesia. En ese caso no se cree en Cristo. Para creer en Cristo tiene que hacerse a través de la Iglesia que es la que te ha hablado de Cristo, la que te ha transmitido la fe, la que te ha bautizado, la que te perdona los pecados, la que te da el Cuerpo de Cristo y la que te enseña la Palabra. Sin Iglesia no hay cristianismo, es imposible, porque así es querido por Cristo. De ahí la importancia de la Iglesia Universal presidida por el Papa, de la Iglesia particular, de la diócesis, de la parroquia. Esto no es ningún montaje, esto es voluntad del Señor.
Para todo esto hemos de purificar nuestra fe y sentirnos más Iglesia y necesitados de esa mediación. ¡Es que es un hombre a quién tengo que decirle los pecados! Comentan algunos. ¡Pues claro! Y también fue un hombre el que fue martirizado en la cruz. Era un hombre, era Dios, pero era hombre. No era una entelequia como hay tantas herejías cristológicas que no reconocen a Cristo como hombre. Con lo cual no nos hubiera salvado. Fue un hombre que salvó, fue un hombre quién te reconcilió con Dios, Jesús de Nazaret, que simultáneamente era Dios, pero también era hombre. Y es un hombre quien te ofrece el perdón de los pecados diciendo: “Yo te perdono en nombre de Dios”. Quien perdona es Dios no el sacerdote en cuestión. Y te dice también: “El Cuerpo de Cristo”, cuando te da la comunión.
Importantísima la Iglesia Universal, particular o diocesana y la parroquia. Aquí es donde celebramos, vivimos, transmitimos, predicamos la fe, el amor y la esperanza, virtudes teologales.

9.- Voy a preguntar a los más pequeños: ¿cómo se llama la parábola que nos ha leído D. Miguel? (Responde una niña: el hijo pródigo). ¿Creéis que se llama así la parábola? Durante muchos años la hemos llamado así. A los mayores: ¿cómo titularíais esta parábola? ¿La seguiríais llamando la parábola del hijo pródigo? ¿El gran protagonista de la parábola quién es? (Responde una feligresa: el Padre misericordioso). El protagonista principal no es el hijo. En la parábola hay tres protagonistas. ¿Quiénes son? El Padre, el hijo pequeño que se fue de casa y el hijo mayor que nunca estuvo en casa.
El Señor empieza la narración diciendo que un padre tenía dos hijos… Por eso es bueno que cambiemos ya el nombre de esta parábola, no la llamemos más el hijo pródigo, o el hijo despilfarrador, o el hijo perdido… llamémosla la parábola del Padre bueno y los dos hijos. Así la tituló el Señor: había un padre y dos hijos…
Y en este año, en especial, la parábola del Padre misericordioso. El gran protagonista es el padre. Primero existe el padre y luego engendra Dios a hijos por amor. Uno despilfarró su fortuna de manera alocada y se marchó de casa. Todo tiene un proceso psicológico y de conversión:

10.- «El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes» (Lc 15,12). El hijo pequeño se va de casa dejando su casa y a su padre. Que es como cuando nos alejamos nosotros por el pecado. Ahí estamos reflejados todos nosotros.
«No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente» (Lc 15,13).
Memoria de la casa paterna: en este segundo momento el hijo menor recapacita y piensa: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre» (Lc 15,17) La referencia para el hijo siempre es el padre, piensa lo bien que se vivía en la casa de su padre y ahora vive muy mal.
Conciencia de pecado y necesidad de retorno: en un siguiente momento el hijo se da cuenta de su mal, decide pedir perdón a su padre y regresar: «Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15,18-19).
Movimiento de retorno: llegado este momento el hijo menor inicia el camino de retorno, se pone en camino: «Se levantó y vino a donde estaba su padre» (Lc 15,20).

11.-Entre padre e hijo hubo un encuentro entrañable. La actitud del padre es de espera continua y misericordiosa: «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos» (Lc 15,20). El buen padre le mostró todo su cariño. «Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo» (Lc 15,21).
    Celebración de la fiesta: el padre responde al hijo con una fiesta: «El padre dijo a sus criados: Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies. Traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron a celebrar el banquete» (Lc 15,22-24).

12.- El hijo mayor que en teoría siempre estuvo en casa nunca estuvo en ella. El hijo mayor nunca reconoció a su padre como padre sino como patrón. Lo reconoce como patrón al que ha servido durante toda su vida como un trabajador, como un esclavo. Nunca lo ha reconocido como padre. Obedece al padre, pero fríamente, como un siervo, como un esclavo, sin considerarse hijo suyo. Y tampoco reconoce a su hermano como hermano suyo, pues se refiere a él con la expresión: «ese hijo tuyo» (cf. Lc 15,30). El hijo mayor ni se siente hijo ni se siente hermano y ha estado toda la vida en casa, pero en realidad no ha estado nunca.

13.- Pensad dónde nos situamos cada uno: ¿somos el hijo menor que siente al padre como padre pero que se va de casa y espera la reconciliación, o a lo mejor somos el hijo mayor que llevamos toda la vida en la parroquia, en la fe, nos declaramos cristianos, pero no reconocemos al padre como padre, sino como patrón, como juez que obedece por miedo, que no se fía del padre? Por eso hemos de renombrar la parábola y llamarla la parábola del Padre bueno o del Padre misericordioso. Dejemos a los hijos, los dos pecan. Identificaos con el que queráis, pero volvamos al Padre. Sea que seamos el hijo que se marchó, volvamos. Seamos el hijo que nunca estuvo en realidad, también volvamos.
    Que la Virgen y Santa Rosa, la Patrona de esta parroquia, nos ayuden a regresar a la casa del Padre, a vivir con alegría el sentirnos hijos de este buen Padre misericordioso. Que así sea.

Más artículos de: Homilías
Compartir artículo