NoticiaEntrevistas Emilio Calatayud: «Personas buenas hay muchas, pero no se las aprecia» Publicado: 14/10/2019: 20844 El juez de menores Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) participó en la entrega de los I Premios Gálvez Ginachero con una ponencia en la que destacó los valores del ginecólogo malagueño que camina a los altares, y animó a las familias en la tarea de la educación. «Es una vergüenza que el regalo estrella de las comuniones sea el móvil de última generación» ¿Qué destacaría usted de la figura del Dr. Gálvez Ginachero? Es una persona de las que ya no hay. Un buen médico y, sobre todo, una persona buena y generosa. Además fue cofundador de las Escuelas del Ave María a las que, por circunstancias de la vida, estoy muy unido. Toda persona que se dedica y que explota su profesión y su humanidad en el servicio a los demás es una buena persona, de las que quedan pocas, bueno, quedan muchas, pero no se les aprecia. ¿Cuál es su vinculación con las Escuelas del Ave María? Las circunstancias de la vida. Me quedé viudo hace ocho años. Mi mujer falleció por un cáncer y caí en un túnel. Fue como quedarme solo, manco, tuerto, sin piernas… Mis dos hijos ya eran mayores. Y así estaba yo cuando me encontré en el barrio con una maestra de las Escuelas del Ave María que me devolvió la vida. Ahora conozco bien la obra que hacen y, en lo que puedo, les echo una mano. A los cuatro premiados con la estatuilla del Dr. Gálvez Ginachero les une su compromiso en promover y defender los valores que inspiraron la vida del ginecólogo malagueño. ¿Esto se educa, se aprende, es innato…? Yo creo que se lleva dentro pero, por supuesto que también se educa. Las circunstancias de la vida también hacen cambiar a las personas pero en el fondo siempre son muy buenas personas. Cuando se dan a los demás y se ejercita la bondad se acrecienta. El doctor Gálvez Ginachero fue alcalde de Málaga y ahora va camino de los altares, ¿es posible ser político y santo? De los que hay actualmente no creo que ninguno llegue ni a beato. Ya veremos lo que ocurren con los que entren en unos días. Estamos a comienzos de curso, ¿un consejo para las familias? A los padres, que sean padres de sus hijos; a los maestros, que sean maestros; y a los hijos que obedezcan a sus padres, que los respeten y que estudien. Y, por supuesto, que cambien la ley de educación y que permanezca una generación, no una legislatura. Es importante educar en la frustración, y no proteger demasiado a los niños. Si tu niño o tu niña suspende, no pasa nada, el suspenso es consustancial al estudiante. La vida los va a frustrar muchas veces. Yo vine a Campillos porque tenía un problema de timidez con los estudios en 4º y ahí estuve cuando Campillos era reformatorio, y no me frustré. Vivimos en la sociedad de los protocolos y las autorizaciones. ¿Y el sentido común, dónde lo hemos dejado? Se ha perdido el sentido común y el esfuerzo, el trabajo y la honestidad. Mucha autorización, pero dejamos fuera cosas fundamentales. El acoso escolar es otro de las temas de más actualidad, ¿cómo lo ve usted? No los debemos proteger tanto. Estamos haciendo niños muy light. Es cierto, existe el acoso, como toda la vida, y, en muchas ocasiones los centros escolares tapan mucho. Yo trabajo con menores de 14 años pero sé que con 8 años ya hay niños que sufren acoso. Y lo peor son los padres de los niños acosadores. Al final, son los niños acosados los que tienen que cambiar de centro, y no los acosadores, ¿cómo puede ser eso? ¿Cuáles son los temas urgentes que no deberíamos olvidar los padres? Muy sencillo: ser padres y saber decir que no. El 155 es un número que vale para todo. Y nosotros tenemos el 155 del Código Civil que yo recomiendo a los padres que pongan en la nevera y a los niños que lo lean todos los días y lo ejerzan. Ese número dice que los niños deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre; y contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia. Y ahí está la clave. Que los padres sean padres y no justifiquen a sus hijos cuando se equivoquen, pues todos cometemos errores y hay muchas formas de reparar el delito y la vida sigue. Que cometamos un hecho que tiene la calificación de delito no nos hace delincuentes. Yo ya he dejado claro que no me llamen para ministro, ni para consejero, ni para diputado porque no doy la talla. Yo he copiado, el único 10 que tengo en la carrera fue un cambiazo que hice. Si no creemos en la posibilidad de cambio de las personas, y más de un menor, mal vamos. Y la fe, ¿dónde la incluimos? En esta época de laicismo, a la gente le da vergüenza decir que es católica. Pues yo lo soy y lo digo. Antes los problemas los hablabas con los curas, después llegaron los psicólogos, pero yo sigo prefiriendo a los curas. Mis padres eran católicos y los valores que me inculcaron nunca los he perdido. El palo que me dio la vida, sin fe y sin Dios, ¿cómo lo hubiera llevado? La ausencia de Dios es el caos. Por eso a mí me preocupa la corriente de laicismo que hay en este país. Y estoy convencido de que la Iglesia debería dar un ultimatum cerrando durante tres meses toda su obra social, y ahí se valoraría que la labor social de la Iglesia es fundamental en nuestra sociedad. ¡Cuántos voluntarios por todo el mundo, con los más necesitados! Por eso me preocupa el laicismo que se nos avecina. Es una vergüenza que el regalo estrella de las comuniones sea el móvil de última generación y que las fiestas patronales sean botellones institucionalizados. Y en esa hipocresía estamos.