«Si me voy, os lo enviaré», había dicho. Pentecostés. Promesa cumplida. Un nuevo tipo de comunicación. Un maestro interior único. Un modo distinto de vivir la existencia desde una mística sin somníferos: el Espíritu Santo. Un Espíritu que mantendrá encendida la fe, la esperanza y el amor. Un Espíritu que nos llevará a vivir en comunión de corazón con toda criatura. Un Espíritu forjador de una nueva humanidad convirtiéndonos en un solo corazón y una sola alma. Un Espíritu para vivir sin desesperar en estos tiempos inciertos. Un Espíritu que lo haga todo nuevo y nos lance como flechas de luz y amor al mundo.

El Espíritu sigue actuando, hablando, ayudándonos a interpretar las cosas que pasan. No hay que tener miedo. Que salten los candados de las puertas herméticas y entre su melodía nueva. Que llegue a tocar todos los rincones de nuestra vida y de la Iglesia. Sin el Espíritu seríamos como un cuerpo sin vida, como un pájaro sin canto, como un charlatán que grita vaciedades, como un enfermo de coronavirus sin respirador, como un sanitario sin EPI. Necesitamos ese Espíritu más que nunca. Espíritu que abrase vidas, esfume complejos derrotistas, despierte vértigos de libertad, desbloquee divisiones.

Envíanos tu Espíritu. A veces, nos faltan las fuerzas, no sabemos qué camino escoger, no entendemos tus caminos. Ven, Ruah, sobre nosotros y que en todo sepamos amar y servir.