NoticiaColaboración Y sintió que Dios le amaba Galería del Seminario Diocesano de Málaga Publicado: 25/08/2021: 6338 La droga se presenta como una ocasión fácil y rápida de conseguir, al activar el sistema de recompensa cerebral, un estado de conciencia gratificante que ofrece una hipoteca transitoria a dificultades y problemas. El primer consumo señala con frecuencia el inicio de una enfermedad que, como no es auto limitada, progresa de manera natural a su situación de estado. La droga determina una tolerancia y una dependencia que la hace dueña de las motivaciones de la persona a la que esclaviza a sus intereses que es el consumo y, si se rebela, el síndrome de abstinencia la vuelve a someter. En poco tiempo, las alteraciones funcionales cerebrales consiguen que esa persona, ausente del presente, con un pasado repleto de miedos y sombras, sin alternativas de futuro y con sus dimensiones profundas reprimidas y contaminadas, pierda el significado y sentido de la vida; la droga sólo es útil para hacerle olvidar que está viva. El horror vacui decide que la autolisis es la única salida. En esta situación límite, Rafael, pidiendo auxilio a la esperanza que aún le restaba, solicitó ayuda profesional. Las primeras consultas se centran en conocer el por qué y para qué quiere abandonar la droga y se impone con una introspección dirigida, para localizar los periodos de su vida, en que la alegría y las ganas de vivir fueron los protagonistas de su vida para que, recuperados, puedan ser utilizados terapéuticamente como referencias existenciales: al ocupar un lugar en el cerebro y en el contenido de la conciencia, pueden iluminar sombras, desplazar temores y miedos y crear un escenario propicio para iniciar el proceso de normalidad funcional cerebral. Rafael localizó, con significativa añoranza, ese periodo de los 6 años que estuvo en el Seminario: no se puede añorar algo que no ha existido o no se ha experimentado, especialmente si conformó un tiempo que le ofreció, superando a la razón, noticias de trascendencias y realidades espirituales que marcan la experiencia humana. Las consultas tenían el objetivo de rescatar esos años de felicidades y Rafael recordaba que todo se originó por una homilía en que el "ven y sígueme” era una llamada que Dios, sin exclusiones, hace a toda persona. Esta noticia le retumbó en su interior y le desconcertó con un interrogante que, de un suave murmullo, aumentando en intensidad y frecuencia, adquirió la fuerza de un deseo: sin cálculo humano y sin ajustarse al mundo, decidió ingresar en el Seminario. Allí encontró su lugar, donde todo le hablaba de Dios. Cautivado y seducido por la llamada, se encontraba como en un paraíso en el que todas las circunstancias, costumbres y usos estaban diseñados para consolidar y robustecer su vocación. Confiado y abandonado a la voluntad de Dios, la interpretación sublimada de todo lo que le sucedía, le acercaba más a Dios. En este escenario, la austeridad era valorada como una liberación de dependencias y ambiciones, y garantizaba paz y tranquilidad. La obediencia aseguraba armonía y seguridad interior y recta intención en la conducta. Los ayunos y abstinencias disminuían las solicitudes del cuerpo, aumentaban las del alma y afianzaban la salud integral. La convivencia era la ocasión de convertir la fe creída en fe practicada, y esto era fácil en un ambiente de alegrías compartidas, bondades sin reservas, fáciles sonrisas y corazones limpios. Cuando relataba la rutina diaria, matizaba cómo la meditación y la Eucaristía alegraban la mañana y animaban e iluminaban la jornada. Las clases y estudio se valoraban como devociones y no obligaciones. Secuestrar un tiempo de recreo para la visita al Sagrario era recibir siempre un regalo sorpresa. El Ángelus a media mañana dejaba caer la ternura de la Virgen, que siempre estaba ejerciendo su maternidad. En los días de retiro, el paseo meditativo hasta la “curva” a veces se prolongaba hasta el festivo torno de las capuchinas. Los turnos de adoración nocturna, en el silencio y complicidad de la noche, eran el escenario en que la Gracia, sin concurso de cerebro ni sentidos, “tocaba” directamente el alma. Los silencios mayores se convertían en silencios iluminativos. Con ganas, puntualizaba como en dos pasillos se encuentran escritos en el suelo con piedrecitas, en una delicada declaración de intenciones, avisos sobre la obediencia y la misión de los pastores : “No-sí-pero-yo-cuco-cras” y “no ganar panes sino ganar almas”. Algunas consultas estaban gobernadas por palabras que se quebraban y silencios sonoros que enriquecían más que la lengua. La jornada se finalizaba con el examen de conciencia, la petición de perdón y un propósito de enmienda que serenaba el alma y, “antes de cerrar los ojos, los labios y el corazón”, con las gracias al Padre Dios y recibir su bendición, siempre se completaba con el cántico mariano… “y todos quedábamos bajo el amparo de la Madre de Dios y Madre nuestra que es la omnipotencia suplicante”. Rafael, en la actualización de estos recuerdos, de una manera natural, se identificaba con ellos y le hacían vivir similares emociones, devociones y movimientos espirituales. En esta dinámica, una selectiva nostalgia se adueñó de su conciencia y aceptó, como verdad inconcusa, que, después del infierno al que durante años la droga le había sometido:,“fuera de Dios todo es estrecho y cerca de Dios no existen carencias”. El hambre de Dios se hizo presente y, dilatando su corazón, rescató las reprimidas dimensiones profundas y descubrió que Dios es presencia permanente en su alma… y sintió que Dios le amaba. José Rosado Ruiz. Médico acreditado en adicciones