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Cofradía de las Penas (Capilla de la Cofradía-Málaga)

Publicado: 25/02/2018: 1483

Homilía del Obispo de Málaga, Jesús Catalá, en la Capilla de la Cofradía de las Penas, en Málaga, el 25 de febrero de 2018.

COFRADÍA DE LAS PENAS
(Capilla de la Cofradía-Málaga, 25 febrero 2018)

Lecturas: Gn 22, 1-2.9-13.15-18; Sal 115; Rm 8, 31b-34; Mc 9, 2-10.
(Domingo Cuaresma II-B)

1.- En este tiempo cuaresmal la Iglesia imita la pedagogía del gran Maestro Jesús de Nazaret con sus discípulos antes de sufrir la pasión y morir. Jesús se manifestó en gloria, transfigurándose ante Pedro, Santiago y Juan, sus discípulos más íntimos, para que fueran testigos de su identidad divina y pudieran después asumir la pasión que Jesús iba a sufrir en Jerusalén. La transfiguración les prepara para afrontar los duros acontecimientos que se avecinan.

El Señor también nos prepara a nosotros para afrontar las dificultades, para superar las pruebas, para dar testimonio del Evangelio. Queridos cofrades, celebrar la liturgia y la función principal es tomar fuerzas desde la transfiguración y desde el amor de Dios para ser testigos veraces y transformar nuestra cofradía.

La liturgia de este segundo domingo de Cuaresma nos ofrece la contemplación del rostro luminoso del Señor; un rostro transfigurado que hace prever la gloria de Dios, haciendo resaltar, tanto en figura como explícitamente, la identidad de Jesús, Hijo único de Dios, el Hijo amado. El mismo que será maltratado y crucificado, se transfigura previamente para mostrar anticipadamente lo que será después la resurrección; para darnos ánimos y poder afrontar la pasión que a cada uno le toca aceptar con Jesús.
Hoy se nos anticipa el núcleo del misterio cristiano, el misterio pascual: luz y cruz, muerte y vida, extinción y resurrección, que ilumina la andadura del creyente.

Hoy se nos propone la contemplación del amor de Dios, manifestado en la entrega de su Hijo único, su Hijo amado, para que experimentemos el amor de Dios. Parece que a veces no gocemos del amor de Dios, por las dificultades de la vida que nos toca sufrir. Hemos de permitir que penetre en nuestro corazón la misericordia y la ternura de Dios.

2.- San Pablo, en su carta a los Romanos, afirma: «El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?» (Rm 8, 32). Dios-Padre ofreció a su Hijo amado para salvar a la humanidad; no se reservó al propio Hijo, ni le ahorró el sufrimiento; Jesucristo pasó por la pasión y por la muerte temporal. Si Dios no lo hizo con su Hijo amado, ¿pensáis que nos lo va a ahorrar a nosotros?

Una palabra-clave que nos ayuda a comprender las lecturas de hoy es la “entrega”. La actitud generosa de Jesús le abre al hombre, atenazado por el temor y el miedo, anchas veredas por donde transitar confiado. El cristiano puede tener la confianza de que Dios nunca le abandonará ni le defraudará, porque Dios es Amor infinito.

El Padre nos ha entregado a su amado Hijo. Este hecho ha cambiado la historia de la humanidad y ha traído la novedad radical de nuestra fe. Nuestro mundo no suele entender de gratuidad ni de entrega generosa, porque vive en medio de exigencias, de leyes, de recibos, de facturas; todo se paga, no hay nada gratuito. La Palabra de Dios no se queja ni se lamenta, sino que empuja a la acción: los creyentes podemos hacer creíble el amor de Dios, si somos capaces de recibirlo y vivirlo como algo gratuito y humanizador. Podemos poner un poco de humanidad en nuestra sociedad, quienes creemos en el amor y confiamos en el Señor.

Las cofradías, compuestas de hermanos, deberían ser modelo de humanidad y de fraternidad. He dicho “deberían ser”; pero, ¿lo son realmente? ¿A qué esperan los hermanos a vivir la fraternidad y la cordura? Si nos llamamos “hermanos”, ¿por qué no vivimos la fraternidad, aceptándonos y ayudándonos unos a otros?

3.- La divinidad de Jesús es atestiguada por la voz del cielo al ser bautizado en el Jordán: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). En el monte Tabor, atestiguado por la ley y los profetas en la figura de Moisés y Elías (cf. Mc 9, 4), se escucha la profecía de la “entrega” de Jesús: «Está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado» (Mc 9, 12). Y es el mismo Jesús quien, en la noche oscura de Getsemaní, exclama: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mt 26,42); y en la más profunda soledad en lo alto de la cruz, dirá: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). En estas escenas evangélicas aparece la coherencia de la “entrega” de Cristo en la cruz, como oblación amorosa.

Una vez transfigurado, Jesús baja del monte con sus discípulos, ordenándoles «que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos» (Mc 9, 9). Jesús quiere seguir caminando hacia Jerusalén, lugar de su pasión y muerte; su decisión es irrevocable y audaz. Jesús nos invita hoy, una vez transfigurados con Él en la Eucaristía, a bajar a la realidad de cada día, a transformar la familia, la hermandad, la sociedad. ¿Estamos dispuestos a bajar con Jesús, el Cristo de la Agonía?

Por la experiencia de la luz se comprende y se abraza la cruz. Por la experiencia de filiación surge la confianza en las manos del Padre. Por la experiencia de consuelo se obtiene la fuerza para la prueba. Por la certeza de la Resurrección se supera el miedo a la muerte. Por la experiencia de amistad con Jesús se refuerzan los vínculos fraternos y se graban en la memoria sus palabras iluminadoras y proféticas para los momentos de soledad, de prueba y de miedo.

Queridos cofrades de la “Venerable Hermandad de la Caridad en Cristo Nuestro Señor y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Agonía, María Santísima de las Penas, Reina y Madre, y Santo Domingo de la Calzada”, hoy celebráis la función principal en preparación a la Semana Santa y la Pascua de Resurrección. El Señor os invita, como a sus discípulos, a ser valientes y afrontar la realidad. ¿A qué tenéis miedo? ¿A sufrir con el Señor la pasión y muerte? ¿A la crítica de otros hermanos vuestros? ¿Al qué dirán los demás de vosotros? ¡No tengáis miedo a dar testimonio de vuestra fe y de vuestro amor al Señor y a María Santísima de las Penas! La liturgia de este segundo domingo de Cuaresma nos anima a tomar fuerzas para bajar al ruedo y afrontar la realidad cotidiana.

4.- La voz del cielo en el Tabor expresa que Jesús es el Hijo amado de Dios: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9, 7). Del cielo se ha oído un mandato: "escuchadlo"; pero muchos no lo escuchan, porque su mentalidad es otra y no les gusta escuchar lo que Cristo les dice. Jesús los ha asomado un poco a la "gloria" de una vida nueva y distinta, pero no lo han entendido todavía. El evangelista Marcos es un buen pedagogo y quiere enseñar a la comunidad que la vida verdadera no se goza quedándose en este mundo con los brazos cruzados, en el propio tiempo, en los propios proyectos, sino que está en manos de Dios. Cristo se confió a Dios-Padre y resucitó; nosotros debemos confiarnos en manos de Dios, para poder resucitar con Jesús.

Espero que estas reflexiones os traigan a la memoria muchas cosas que habéis vivido en la Hermandad y pongáis en práctica el ejemplo del Señor. No hay que tener miedo a seguir a Jesucristo hasta la cruz; porque después viene la resurrección. Los cofrades os preparáis de modo especial en este tiempo cuaresma para celebrar el misterio pascual del Señor. Es necesario celebrar primero la pasión, la agonía y la muerte para poder celebrar la resurrección. No hay resurrección sin muerte previa; no hay vida, sin entrega previa; no hay gloria sin sufrimiento.

Pedimos por todos los hermanos de la Cofradía de las Penas, para que el Señor, que sufrió la pasión y la muerte por cada uno de nosotros, nos conceda la fortaleza suficiente para afrontar el testimonio que se nos pide en este momento; para asumir la misión, que el Señor nos encomienda; para tener ánimo y coraje acogiendo la cruz, junto a la de Nuestro Señor, el Cristo de la Agonía, y a la de María Santísima de las Penas. Amén.

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