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Celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo (Catedral-Málaga)

Viernes Santo en la Catedral de Málaga // M. ZAMORA
Publicado: 14/04/2017: 4248

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesus Catalá, en la celebración de la Pasión del Señor del Viernes Santo, el 14 de abril de 2017, en la Catedral de Málaga.

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
DEL VIERNES SANTO
(Catedral-Málaga, 14 abril 2017)

Lecturas: Is 52,13 – 53,12; Sal 30,2.6.12-17.25; Hb 4,14-16; 5,7-9; Jn 18,1 – 19,42.

El rostro desfigurado de Jesús, fuente de salvación

1.- La celebración del Viernes Santo rebosa del «amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (cf. Rm 8,39). Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, reveló al ser humano el rostro amoroso de Dios. La distancia que los primeros padres de la humanidad pusieron respecto a Dios creador, la acortó de manera sublime Jesucristo. La desobediencia a Dios de los primeros padres fue saldada copiosamente por la obediencia de Jesús de Nazaret.

Hemos de estar agradecidos a Dios por su gran amor para con nosotros: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). La vida divina, perdida por el pecado original, fue recuperada por Jesucristo, “rostro de la misericordia del Padre” (cf. Misericordiae vultus, 1).

Como profetizó Isaías, Jesucristo ofreció su rostro humano a insultos y maltratos, que lo dejaron desfigurado: «Tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana» (Is 52, 14). Pero en ese rostro humanamente repulsivo se manifestó el gran amor de Dios y la salvación de los hombres. Las apariencias engañan: en lo humilde expresa Dios lo sublime, en lo pequeño muestra lo grandioso, en lo desfigurado se descubre lo más hermoso, en el dolor aparece la alegría y el gozo, y en la muerte se manifiesta la vida.

2.- En la pasión de Jesús está nuestra salvación. Él ha recorrido su camino hacia la cruz por cada uno de nosotros; en su cruz nos reconocemos a nosotros mismos; nuestra vida está en Él. Reconozcamos que en su Muerte y Resurrección está nuestra salvación; que el Hombre-Dios carga con nuestro pecado, con nuestras desobediencias y alejamientos de Dios: «¡Eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado» (Is 53, 4). En una palabra, Jesús carga con toda nuestra vida, muriendo y resucitando por cada uno de nosotros.

Él sabe que es necesario este sacrificio, para que alcancemos nuestra plenitud como personas y como hijos de Dios. Como profetizó el sumo sacerdote de aquel año, convenía que uno muriera por todo el pueblo (cf. Jn 11,50) y Él se ofreció generosamente al Padre para hacerlo, asumiendo la humillación, el dolor y la muerte. En la entrega de Jesús se desvela su profundo amor a cada uno de nosotros.

Él no quiere que se pierda ni uno solo de sus hermanos más pequeños (cf. Mt 18,14), los hombres. Como Pastor Bueno cuida de toda su grey y no quiere que se extravíe ni una sola oveja; por eso va en busca de la que se ha perdido (cf. Mt 18,12). ¡Queridos hermanos, dejémonos encontrar por Él, para que nos conduzca de nuevo al redil de los hijos de Dios y de su Iglesia!

Cristo se ha compadecido de todos nosotros, como se compadeció de la gente de su tiempo: «Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9, 36).

¡Acerquémonos hoy al Crucificado para contemplarlo y adorarlo! Escondido en su humanidad se encuentra un Dios amoroso y victorioso. Con gran respeto y profunda oración hagamos hoy la adoración de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Amén.


 

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