NoticiaAño de la Misericordia Obras de misericordia corporales en Málaga Logo del Año de la Misericordia Publicado: 29/08/2016: 16659 Tras la tanda de artículos sobre las Obras de Misericordia Espirituales que hemos venido publicando en las últimas semanas, ofrecemos la segunda tanda en la que, a través de la experiencia de personas e instituciones de la Diócesis de Málaga, se irán desgranando las Obras de Misericordia Corporales y cómo se concretan en nuestra comunidad cristiana. La introducción a esta segunda tanda corre a cargo del sacerdote Alejandro Pérez Verdugo, Misionero de la Misericordia. Las obras de misericordia tienen una raíz y razón de ser: la fe. Recordando una expresión muy usada por el papa Francisco, una fe vivida no puede no encontrarse con la “carne de Cristo” que se hace visible en cada forma de pobreza o miseria que toca al hombre. Dicho en negativo, la fe, si no es acompañada de las obras, en sí misma está muerta. Entonces, la misericordia entendida como amor concreto y visible, efectivo - y no simplemente afectivo -, es decir, amor operativo y práctico, se traduce en obras. Como decía S. Antonio en el Oficio de Lecturas de su memoria: “la palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras…” Las 7 obras de misericordia corporales tienen su fundamento en el capítulo 25 de S. Mateo. La razón de estas obras es que Cristo está presente en el otro, hasta el punto de que lo que hagamos al otro lo hacemos, o lo dejamos de hacer, a Cristo. Como nos recuerda el canto litúrgico, inspirado en S. Juan de la Cruz, a quien también cita el Papa Francisco (cf. MV 15), “al atardecer de la vida, me examinarán del amor” (CLN 739). La primera de ellas es dar de comer al hambriento (St 2, 14-17). El hambre causa la muerte de muchos lázaros cada día. Cada día recibimos vida en la Eucaristía y Cristo, en nosotros, alarga sus brazos y nos dice. “dadles vosotros de comer”. La segunda nos invita a dar de beber al sediento (Jn 19, 28). ¿Qué hacemos con el agua? Nosotros la usamos con bastante ligereza, pero su falta y comercio es causa de muerte y enfermedad. El Papa Benedicto XVI nos decía que “el acceso al agua es un derecho universal de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones” (CV 27). En tercer lugar, vestir al desnudo (Is 58, 6-8). San Martín de Tours no hizo cambio de armario al llegar junio, sino que le dio al pobre la mitad de la capa que tenía en uso; este pobre era Cristo. ¿Qué hacemos con la ropa? Quizá un poco de austeridad y aprovechamiento contribuiría a desmantelar la explotación infantil que hay tras algunas de nuestras prendas. Nosotros nos hemos revestido de Cristo (Gal 3, 27) y ésta es nuestra mayor dignidad; somos llamados a revestir a otros, al menos, de la dignidad humana. ¡Madre mía! La cuarta es acoger al forastero (Gn 18, 1-8). ¿Qué decir? ¿Pedir perdón? ¿Dónde estamos? ¿Dónde está Europa? Es complejo; ya; sí; claro; ponte en su lugar. Pero algo es fundamental para un cristiano: cada ser humano es hijo de Dios; y Cristo nos recuerda: “fui forastero y me hospedasteis”. No digo más. La quinta obra corporal es asistir a los enfermos (Mt 8, 14-17). Son los pobres que, quizá, tenemos más a mano; a veces olvidados de nuestra caridad. Deberían ser los privilegiados de nuestras caritas y de nuestras parroquias. Ya no pueden venir. Ve tú. A veces están solos; incluso abandonados. Lo agradecen. Son Cristo. Ve tú. Asístelos con tu compañía, tiempo, ayuda, palabra… La siguiente es visitar a los presos (Mt 25, 36). ¿Por qué? Porque Cristo dejó que lo detuvieran y fue preso; y porque unido a la exigencia de la justicia se encuentra el bálsamo de la misericordia. Son personas y, como decía S. Juan Pablo II, “es necesario que el Espíritu Santo penetre en esta cárcel en la que nos encontramos y en todas las prisiones del mundo”, donde a veces, no solo falta la libertad... La última obra corporal es enterrar a los muertos (Mt 27, 57-61) y tiene mucho que ver con saber despedir, sin prisas, con dignidad, en oración, a quien ha compartido con nosotros la vida. Entregarlos en las manos del Padre en familia, en iglesia, en parroquia, en cristiano… El ejercicio de estas obras sitúa al cristiano de otro modo ante el hermano y cambia la calidad y la cualidad de sus relaciones con los demás. Son un permanente desafío testimonial ante el narcisismo y el individualismo de nuestro mundo del “bienestar”. Caravaggio representó las 7 obras corporales en un solo lienzo que dejó en la napolitana iglesia del Monte Pío de la Misericordia. Las muestra en su crudeza y realismo. Por ello hay que hablar de ellas tal cual son; siendo tan concretas, ¿por qué y para qué espiritualizarlas? Ante un hombre autorreferencial y cerrado en sí mismo, el icono del buen samaritano nos sitúa ante un hombre que debe abrirse al otro. En medio de un mundo enroscado sobre sí mismo que “se mira al ombligo” las obras de misericordia corporales nos sitúan en la pedagogía transformadora de un nuevo modo de mirar al otro, al prójimo. Alejandro Pérez Verdugo, Misionero de la Misericordia