DiócesisSemblanzas Semblanza del sacerdote Antonio Alarcón Publicado: 24/09/2015: 19359 Semblanza del sacerdote Antonio Alarcón escrita por el delegado para el Clero, Antonio Collado. “La fidelidad de Dios dura siempre”, es la manifestación de fe de Israel y de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios. Siempre, jamás se rompe, ni se agota. Ni depende de nuestra respuesta personal. La fidelidad de Dios al hombre y a la mujer se manifiesta en su amor; como dice San Juan de la Cruz: El mirar de Dios es amar incondicionalmente. Esta fidelidad de Dios es la que ha permitido que nuestro hermano D. Antonio haya permanecido fiel a su ministerio sacerdotal durante tantos años. Fue ordenado presbítero el 8 de Abril de 1.956, han sido 59 años de vida sacerdotal; vivida al servicio de la Iglesia, los pobres, construyendo así el Reino de Dios. La fidelidad ya la descubrió nuestro hermano en su familia; sus padres Antonio y Luisa tuvieron ocho hijos y D. Antonio siempre vio en ellos el amor, el respeto y el esfuerzo por sacar adelante a una familia tan numerosa. La fidelidad de un matrimonio cristiano que asume con gozo su vocación esponsal. Nace en Fuente Piedra y allí fue feliz, siendo unos de los hermanos más pequeños, siempre inquieto y travieso. La laguna de su pueblo a la que de pequeño tantas veces contemplo fue un icono para él; que después va a descubrir de nuevo ya sacerdote a muchos kilómetros de distancia en los esteros de Venezuela y en los llanos que en invierno se inundan y se convierten en lagunas de singular belleza. Allí le llevo la obediencia, allí fue D. Antonio por fidelidad al Señor a quien siempre amó profundamente y movido por el deseo de evangelizar. De su madre heredó el carácter, fuerte, exigente, independiente; solo su presencia ya imponía respeto y manifestaba dignidad. Con él mismo fue tenaz y no dejo morir su deseo de superación. A los once años viene al Seminario; han sido dos mediaciones las que el Señor ha puesto en su camino: el párroco de su pueblo que le ve listo, voluntarioso, piadoso y noble y D. Alberto Planas, el sacerdote que se desgastaba visitando parroquias, seminarios, colegios y escuelas hablando con pasión y garra del deseo del papa Pio XII, la misión ad gente, misioneros para Hispanoamérica. En el alma tierna del niño Antonio prende esa llama y decide hacerse cura. Su madre desde el primer día que ingresa en el Seminario va a rezar a la Virgen pidiendo por su hijo con esta jaculatoria: “Madre que Antonio sea un cura bueno para todos”. Esto es lo que D. Antonio va asimilando en el Seminario, donde todos los días se reza con las palabras de D. Manuel González: “Concédenos Madre servir a la Iglesia de balde y con todo lo nuestro” como expresión de la actitud de entrega y servicio en la que el pastor tiene que cimentar su vida. Durante los años de formación se va afianzando su carácter y aparece un nuevo rasgo, el inconformismo, fruto de su deseo de ser fiel al Señor, de no acomodarse a los criterios del mundo, de dejarse tocar por las necesidades de los demás, especialmente de los pobres. D. Antonio vivió pobre y austeramente toda la vida. Las parroquias a las que sirvió fueron varias pero por poco tiempo: Benaojan, su primer destino en la Serranía de Ronda; Churriana, entonces un pueblo pequeño y entrañable; Ntra. Sra. de Bonaire y Ntra. Sra. de la Luz, parroquias urbanas, de la periferia de Málaga; barrios nuevos que van surgiendo, donde los trabajadores se instalan buscando trabajo y prosperidad, después de dejar sus pueblos, a los que siempre vuelven buscando sus raíces e identidad. Pero es en la parroquia de San Ignacio de Loyola dónde D. Antonio permanecerá casi cuarenta años, después de su aventura misionera. El templo es pequeño, casi simbólico, pero la barriada es grande, soñó nuestro hermano con la construcción de un templo grande y hermoso, bien equipado para el trabajo pastoral, no lo puedo conseguir pero si fue consolidando una comunidad cristiana viva, comprometida, unida y testimonial. Muchas han sido las tareas de D. Antonio a lo largo de tantos años: catequesis, formación, celebraciones, atención a los enfermos, cercanía con los pobres, las familias, pero especialmente se sintió llamado a trabajar con los jóvenes. Fue un pionero a la hora de organizar campamentos y con esfuerzo y empeño; nuestro hermano hizo suya para todos sus asuntos, “la determinada determinación” de la que nos habla la Santa de Ávila, madre Teresa de Jesús, que hay que tener para comenzar y terminar las obras hechas para gloria de Dios y en favor de los hermanos. Consiguió el edificio de la estación de ferrocarril de Vallermoso y junto con una casa de peón camineros, organizo un lugar de acampada por donde pasaron infinidad de niños y adolescentes durante los cálidos veranos malagueños para profundizar en su fe y aprender valores cristianos. D. Antonio no descuido su oración, alma de la vida de un cura; todos podían verle ante el Santísimo durante largos ratos arrobado en su diálogo con Jesús su amigo, su devoción a María le ayudo a dulcificar su temperamento, llegando a ser más tierno en los últimos años de su vida. Tuvo también otra cualidad, cuido mucho su amistad y trato con sus hermanos sacerdotes. Incluso de Venezuela vinieron algunos a visitarle, como expresión de su cercanía y servicio. Porque para él ser amigo de un cura, era ayudarle, echarle una mano, visitarle, perder tiempo juntos, revisarse y orar, pero también comer y pasear. Fue capaz de crear vínculos de verdadera amistad con un grupo grande de sacerdotes. El Señor le cuido con ternura por eso le acercó la presencia de su hermana Isabel que dejando su trabajo y su ambiente vital en Madrid vino a cuidarle y a estar con él, hasta hoy, hasta el final. Ha sido su ángel de la guarda en estos últimos años, donde su enfermedad fue minando su salud y haciéndolo cada día más dependiente, pero hasta el final ha permanecido lúcido, consciente, fuerte e íntegro. Fue un gozo y una fiesta para él celebrar sus bodas de oro sacerdotales, en aquella ocasión rodeado de sus hermanos, sobrinos, amigos sacerdotes y muchos feligreses, todos coincidían en afirmar: “D. Antonio es un hombre bueno y un sacerdote cabal”. Por ello aunque su muerte nos entristece, la fe nos llena de esperanza y nos hacemos eco de la certeza del salmista cuando proclama: “Los justos verán a Dios” Por ello celebramos esta Eucaristía para implorar de Dios su misericordia en favor de nuestro hermano Antonio sacerdote. Esperamos que Jesucristo a quien hizo presente como Buen Pastor ahora lo acoja y le dé el premio reservado a los siervos buenos y fieles. Descansa en paz D. Antonio. Málaga, 19 de Septiembre de 2.015 Antonio Collado Rodriguez Delegado para el Clero Antonio Collado Sacerdote diocesano Más artículos de: Semblanzas Semblanza del sacerdote Félix Urdiales«¡Qué bueno has sido, Manolo!» Compartir artículo Twitter Facebook Whatsapp Enviar Imprimir