NoticiaPatrona de la diócesis Predicación de la novena a Santa María de la Victoria Publicado: 15/09/2014: 14833 Predicación de Gabriel Leal -sacerdote, vicario para la Acción Caritativa y Social y delegado de Cáritas Diocesana de Málaga -en el primer día de la novena a Santa María de la Victoria en la Catedral de Málaga el pasado 30 de agosto. NOVENA A SANTA MARÍA DE LA VICTORIA. DÍA 1º. (Catedral de Málaga, 30 agosto 2014) Lecturas:1Re 8,22-23.27-30; Sal. 83,3.4.5-6a.8a.11; Ef 2,19-22; Jn 2,13-22 María, modelo de consagración al Señor 1. Reunidos para celebrar la Novena Queridos Hermano Mayor y miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad de Santa María de la Victoria, queridos y hermanos todos. Nos hemos reunidos para celebrar la novena de nuestra patrona, Santa María de la Victoria, preparándonos así para celebrar su fiesta. La novena es una nueva oportunidad para abrirnos al misterio de la Virgen María y, así, poder conocerla y amarla más y mejor; para animarnos con su ejemplo a buscar ante todo la voluntad de Dios y ponerla en práctica; para acudir a su protección maternal y pedir su intercesión; para alentar en nosotros el ardor evangelizador y la esperanza. 2. Al inicio del curso pastoral y en la fiesta de la Dedicación de la Santa Iglesia Catedral Estamos al inicio de un nuevo curso pastoral, en el que la Diócesis nos invita a trabajar tres prioridades: 1) La recepción como Diócesis de la Exhortación Apostólica “La Alegría del Evangelio”, del papa Francisco. 2) Avanzar en la renovación de la Pastoral Familiar 3) Celebrar el Año de la Vida consagrada y de Santa Teresa de Jesús. Hoy celebramos que hace 426 años nuestra catedral fue dedicada de manera permanente para ser el lugar donde se reúne el pueblo de Dios, presidido por su pastor, el Obispo. La comunidad cristiana se reúne en ella para celebrar los misterios de la salvación; para hacer visible a la comunidad cristiana que peregrina en la Diócesis de Málaga (Málaga y su provincia y la ciudad autónoma de Melilla). La Iglesia Catedral “es el símbolo y el hogar visible de la comunidad diocesana presidida por el Obispo que tiene en ella su Cátedra”, el lugar donde propone y enseña la fe. “En la cátedra del Obispo, descubrimos a Cristo, Maestro, que gracias a la sucesión apostólica, nos enseña a través de los tiempos…” (Juan Pablo II. Madrid, 15-6-1993). Esta celebración nos invita a hacer memoria agradecida de nuestros orígenes y, sobre todo, a recuperar el ánimo evangelizador que debe seguir impulsando el crecimiento y el desarrollo de las parroquias y comunidades cristianas en toda la diócesis. 3. La Palabra de Dios proclamada Desde los inicios del Antiguo Testamento, Dios, que ha querido acompañar a su pueblo, se ha hecho presente no sólo a través de su palabra, sino vinculando su presencia al templo, para que el pueblo pudiera acercarse más fácilmente a él. La primera lectura nos muestra a Salomón, orando en el templo, en presencia de toda la asamblea de Israel. Salomón es consciente de la trascendencia de Dios, de su grandeza: Dios no puede encerrarse en un edificio, por hermoso que este sea. Por eso pide y suplica a Dios: “Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo”. Le ruega que escuche “la oración, la súplica (…) cuando recen en este sitio”, que escuche y perdone. El templo, símbolo de la presencia y de la cercanía de Dios a su pueblo, ha sido sustituido por el cuerpo glorioso de Jesucristo, como afirma el Evangelio. Y es que la acción de Jesús, en el templo de Jerusalén, va más allá de una crítica a los posibles abusos que se hicieran en el templo porque la presencia de vendedores de bueyes, ovejas y palomas, así como la de los cambistas era un servicio imprescindible para el culto, un servicio a los peregrinos que se acercaban a ofrecer sacrificios al templo de Jerusalén. Por eso, el gesto de Jesús no trata sólo de purificarlo de prácticas indebidas o abusivas. Jesús, echando a las ovejas y bueyes del templo, volcando las mesas de los cambistas está quitando lo necesario para el culto; está declarando superado el templo. Él ofrece un nuevo templo: el templo de su cuerpo, como acabamos de oír en el evangelio. La humanidad crucificada y resucitada de Jesús es el nuevo templo, el único ámbito donde podemos entrar en comunión con Dios. Sólo en Jesús tenemos acceso a la comunión con Dios. El templo es ahora una persona: Jesucristo Muerto y Resucitado. Todos nosotros hemos sido incorporados a Jesucristo por la fe y el bautismo. Por eso no es de extrañar las afirmaciones de S. Pablo que acabamos de escuchar: “no sois extranjeros y forasteros, sois ciudadanos del pueblo de Dios y miembros de la familia de Dios.” Comparándonos con un edificio, continúa el apóstol: “Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas”, edificados sobre la acogida revelación que Dios nos ha ido haciendo a lo largo de la historia, a través de los apóstoles y profetas. En esta edificación, “el mismo Cristo Jesús es la piedra angular”, la piedra que da consistencia y sostiene todo el edificio. “Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu”. El templo es Cristo resucitado. Nosotros, incorporados a él por la fe y el bautismo, nos vamos integrando para ser templo, morada de Dios, por el Espíritu. 4. La virgen María, modelo de consagración al Señor ¡Cómo no recordar en este contexto la escena de la anunciación a María! En la casa de Nazaret, un pueblo pequeño y pobre, irrumpe con su anuncio el Ángel Gabriel. María acoge, escucha: mujer oyente, está atenta al mensaje del ángel, a la voluntad de Dios, que la llama a una nueva misión. María responde con un sí: “hágase en mí según tu palabra.” Un sí, que madurará a lo largo de toda su vida, como se desprende de una lectura atenta de los evangelios. Con ese sí, María antepone la llamada de Dios a su proyecto personal: desposada, esperaba el momento de irse a convivir con José para formar una familia. Se trata de un sí comprometido y arriesgado por el cambio de relación con José que implica y porque le exponía a las críticas de la gente de su pueblo. 5. Consagrados por el Bautismo, hemos de renovar nuestra dedicación En nuestro bautismo hemos sido consagrados, incorporados al cuerpo glorioso de Jesucristo. Nosotros, que en nuestro bautismo hemos sido consagrados, hechos piedras vivas del templo de Dios, estamos invitados a renovar nuestra entrega y consagración, dejando que el Señor nos vaya integrando existencialmente en la construcción para ser así más plenamente morada de Dios por el Espíritu. Para ello, como María, hemos de acoger la voluntad de Dios, su proyecto sobre nosotros. Vivir nuestra consagración bautismal pide de cada uno de nosotros: actitud de escucha y de discernimiento de la voluntad de Dios, descubrir lo que Él quiere de nosotros; posponer nuestros proyectos personales a la voluntad de Dios Pero la escucha y el discernimiento de la voluntad de Dios no podemos hacerla en clave de voluntariado; es decir: preguntándome qué me gusta y deseo hacer, a qué me quiero comprometer y por cuanto tiempo y, después pidiendo al Señor que Él bendiga nuestras decisiones y nos ayude a realizarla. Esta manera de discernir no es propia de cristianos. Nosotros hemos de plantearnos la vida en clave vocacional; es decir, preguntándole cada día al Señor lo que quiere de mí. Y esto desde una actitud absoluta de confianza en Dios, porque el Señor nos conoce y ama mejor que nosotros mismos, Él sabe dónde y cómo podemos realizarnos mejor como personas y ser más útiles a los demás. Cada uno de nosotros, queriendo poner en práctica la voluntad de Dios, guiados y conducidos por el Espíritu Santo nos vamos haciendo templo, parte de su cuerpo glorificado. 6. Conclusión Este templo, la Santa Iglesia Catedral, es nuestro hogar, la casa familiar, edificada a lo largo del tiempo por la piedad y el cariño de los que nos precedieron en la fe; es la casa de nuestra familia, en la que se edifica y reúne la Iglesia. En un templo hemos venido a la fe y recibido la vida cristiana; en él se nos anuncia y entrega la Palabra del Señor; en él nos encontramos con Cristo presente en la comunidad, reunida en su nombre, y en la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía. ¡Con cuánta gratitud, cariño y respeto tenemos que venir y estar en el templo! Demos gracias al Señor que nos da este hogar familiar, para que nos encontremos con Él y con los hermanos. Demos gracias a Dios que nos ha hecho ciudadanos de su pueblo y miembros de su familia. Demos gracias a Dios porque en María encontramos el modelo que nos permite discernir y acoger la voluntad de Dios y consagrarnos a la misión que Él nos quiera encomendar. Pedimos al Señor, por intercesión de Santa María de la Victoria, que nos ayude a vivir la vida en clave vocacional, buscando en todo su voluntad para que nos vaya transformando en parte de su templo, lugar a través del cual otras personas tengan la oportunidad de conocer al Señor y de seguirle. Santa María de la Victoria. Ruega por nosotros