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El obispo de Málaga pide cuestionarse sobre Dios

Publicado: 14/04/2014: 17990

Mons. Catalá en la homilía pronunciada este Domingo de Ramos ha señalado que \"la cuestión sobre Dios no es un problema más entre otros; es, más bien, la cuestión fundamental que el hombre debe plantearse.\"

                                                          DOMINGO DE RAMOS
                                                (Catedral-Málaga, 13 abril 2014)

Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Mt 26, 14 – 27, 66.

                                                 Subir con Jesús a Jerusalén

1. La liturgia del Domingo de Ramos nos ofrece el Salmo 23, para ser meditado y cantado en la procesión hacia el templo, donde se celebra la eucaristía. Se trata de un canto de subida al templo, una procesión en la que los fieles llevan ramos y palmas en sus manos.  Para subir allí son necesarias dos condiciones. En primer lugar, como nos recordaba el papa emérito Benedicto XVI, “los que suben y quieren llegar verdaderamente a lo alto, hasta la altura verdadera, deben ser personas que se interrogan sobre Dios, personas que escrutan en torno a sí buscando a Dios, buscando su rostro” (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, Vaticano, 1.04.2007). Es necesario saber interrogarnos, queridos hermanos, sobre las cuestiones más importantes en nuestra vida: el significado de la misma; el sentido del dolor y de la muerte, cuyo rostro quiere esconder nuestra sociedad; la presencia y la actuación de Dios en el mundo; la vida después de la muerte temporal; es decir, los interrogantes que se plantea el ser humano.

2. Aceptar, sin más, lo que opina la mayoría en estos temas tan importantes para nuestra vida, es dejarse llevar sin asumir la propia responsabilidad. No podemos contentarnos con lo que piensan otros, que no comparten nuestra fe. La cuestión sobre Dios no es un problema más entre otros; es, más bien, la cuestión fundamental que el hombre debe plantearse.   La preocupación por conocer a Dios y contemplar su rostro debe ser la más importante y profunda de nuestra vida; no puede quedar diluida esta cuestión entre otras tantas preocupaciones, que nos embargan. El salmista nos invita a buscar a Dios desde el fondo de nuestro corazón: «Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro» (Sal 27, 8-9).

3. La otra condición concreta para subir al lugar santo es la necesidad de tener un corazón puro y las manos limpias; puede subir «el hombre de manos inocentes y corazón puro», dice el Salmo 23 (n. 4). Algunos padres, como Orígenes, hacen aplicaciones particulares explicando que las manos se refieren a la vida activa y el corazón a la vida contemplativa. El papa Benedicto XVI explicaba así este binomio de manos y corazón: “Manos inocentes son manos que no se usan para actos de violencia. Son manos que no se ensucian con la corrupción, con sobornos. Corazón puro: ¿Cuándo el corazón es puro? Es puro un corazón que no finge y no se mancha con la mentira y la hipocresía; un corazón transparente como el agua de un manantial, porque no tiene dobleces. Es puro un corazón que no se extravía en la embriaguez del placer; un corazón cuyo amor es verdadero y no solamente pasión de un momento. Manos inocentes y corazón puro: si caminamos con Jesús, subimos y encontramos las purificaciones que nos llevan verdaderamente a la altura a la que el hombre está destinado: la amistad con Dios mismo” (Benedicto XVI, Homilía en el Domingo de Ramos, Vaticano, 1.04.2007).

4. El Salmo 23, que se canta durante la procesión del Domingo de Ramos, nos anima, pues, a descubrir el verdadero rostro de Dios y a acercarnos a él con corazón puro y manos limpias: «¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos ni jura con engaño» (Sal 23, 3-4). Quien vive de ese modo, «recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios de salvación» (Sal 23, 5). Somos la comunidad cristiana que busca al Señor (cf. Sal 23, 6); que desea encontrarse con él; que celebra el misterio pascual; que quiere corresponder al infinito amor de Dios, manifestado en su Hijo; que anhela renovar el corazón desgarrado por el pecado.

5. El antiguo pueblo de Israel quería subir al templo de Jerusalén, para encontrarse con su Dios y adorarlo. El nuevo pueblo cristiano, que nace de la Pascua de Cristo, queremos también encontrarnos con Dios; queremos celebrar el misterio pascual en esta Semana Santa, que hoy comienza; deseamos acercarnos a comulgar el Cuerpo de Cristo, que es pan de vida. Pedimos al Señor que nos conceda un corazón puro, que nos permita acercarnos de verdad al Señor, como afirma el mismo Jesús en las Bienaventuranzas: «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Dios ha cumplido su promesa enviándonos a su Hijo, para derramar sobre nosotros los dones de su Espíritu y trocar nuestro corazón empedernido en un corazón amante. La Pascua de Cristo, es decir, su paso por la muerte y la resurrección, que estamos celebrando, nos ha redimido y transformado. ¡Que el Señor nos abra el corazón, para llenarnos de su presencia! Queridos fieles, os deseo una fructuosa Semana Santa. Amén.

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