NoticiaPatrona de la diócesis Día 2: María, germen y síntesis de la Iglesia Publicado: 30/08/2012: 4404 NOVENA EN HONOR DE SANTA MARÍA DE LA VICTORIA Predicada por Monseñor Fernando Sebastián Aguilar Málaga, septiembre 2010 La doctrina Celebramos hoy el aniversario de la consagración de nuestra Catedral. La celebración litúrgica del aniversario de la consagración de un templo es especialmente solemne. La liturgia considera el templo material como símbolo de la Iglesia viva de Dios, la iglesia que peregrina en la tierra y sobre todo la iglesia celestial que vive ya en la gloria del cielo contemplando y alabando la grandeza de Dios. Según lo que nos dice el Apocalipsis el esplendor del templo consagrado a Dios es signo y representación de la humanidad nueva que Dios inaugura con la resurrección de Cristo “He aquí que hago nuevas todas las cosas”. Por eso celebramos la memoria de la consagración de este templo con tanta solemnidad. Al honrar la historia de nuestro templo, celebramos también el gozo y la alegría de ser miembros de la Iglesia viva de Dios. El verdadero templo de Dios somos nosotros, los discípulos de Jesús que vivimos unidos a El por la fe y la caridad. Por el bautismo estamos consagrados a Dios, somos templos vivos donde Dios está presente y operante. Esta es la mayor novedad que se ha producido sobre la tierra, que por la fe vivimos unidos a Jesucristo muerto y resucitado, junto a Dios, más allá de nosotros mismos. Desde su propia intimidad, Dios nos comunica su Espíritu Santo para santificarnos y asociarnos a su vida gloriosa y eterna. Esta Iglesia catedral, cuya consagración conmemoramos hoy, es lugar de encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. Cuando nos reunimos aquí para celebrar la Eucaristía somos realmente la asamblea de Dios, el templo vivo de quienes Dios recibe el culto verdadero por el amor y la justicia. En cada celebración Dios nos visita realmente, llega hasta nosotros por medio de su Hijo Jesucristo para santificar nuestra vida, abrirnos las puertas del Cielo y ofrecernos la comunión espiritual con las personas divinas. Nosotros, correspondiendo a estos dones de Dios, cuando celebramos los santos misterios de nuestra redención, expresamos nuestra voluntad de recibir el don de su amor y de ajustar nuestra vida a sus designios de gracia y salvación, nos unimos al sacrificio y a la oración de Cristo muerto y resucitado para que El nos lleve hasta la presencia de Dios y nos acerque a las moradas del cielo. . Esta Santa Iglesia Catedral, consagrada a Dios el 31 de agosto de 1654, es desde entonces la Iglesia madre de todos los católicos de Málaga y el signo viviente del amor y de la adoración que cada uno damos a Dios en nuestra vida. Podríamos decir que la atrevida altura de sus bóvedas es la expresión del fervor y del gran amor de los católicos malagueños que sube desde la tierra al cielo, el vivo reconocimiento de la presencia de Dios que con su providencia y su amor de Padre protege nuestras vidas. Las iglesias de todos los pueblos y ciudades de Málaga, las casas de los católicos de Málaga están espiritualmente unidas con este primer templo de la Diócesis, desde el cual el Obispo, en el nombre de Cristo, preside la familia cristiana y la conduce hasta la patria celestial. Aquí rezaron y escucharon la palabra de Dios vuestros padres y vuestros antepasados. Aquí seguirán sintiéndose hijos de Dios vuestros hijos y vuestros nietos. Esta es la casa de los hijos de Dios, la casa del pueblo de Dios que vive en Málaga, la presencia cercana y amable de nuestro Dios que espera encontrarse con todos sus hijos. La coincidencia del aniversario de la consagración de la santa iglesia catedral, con este segundo día de la novena a Santa María de la Victoria nos permite profundizar en la riqueza de nuestra vocación cristiana y eclesial. La contemplación de la Virgen María es el mejor itinerario para entrar en el misterio de la Iglesia y en el misterio de nuestra propia vida y salvación. Si la Iglesia somos el conjunto de los creyentes en la medida en que estamos vinculados a Jesús y vivimos en comunión espiritual con la Trinidad santa de Dios, por la intercesión de Jesucristo, esa Iglesia viva y santa es en primer lugar y de manera eminente la Santa Virgen María. La virgen María fue elegida y predestinada por Dios para que fuese la madre de su Hijo hecho hombre, María vivió siempre relacionada con Jesús, desde el primer momento de su existencia; esta relación maternal con su hijo Jesucristo fue el camino singular que ella tuvo para entrar en el Reino de Dios anunciado por el hijo de su corazón. Ella, más que nadie, alimentó su vida con las enseñanzas de su hijo, ella conocía su voz mejor que nadie y entendía mejor que nadie las palabras y las obras de su hijo, ella fue la primera discípula de Jesús, la que más y mejor creyó en él, la que más decididamente le siguió, la que dejó todo para vivir y morir con él, la que estuvo más cerca de la cruz ofreciendo con su amor de madre el sacrificio de su hijo, la que más vivamente esperó la resurrección de Jesús, y con más seguridad esperó la venida del Espíritu Santo. En una palabra, María es, de manera eminente la persona humana más estrechamente unida a Jesucristo y más profundamente transformada por El. Ella es antes que nadie la nueva humanidad santificada, transformada y glorificada por el poder de Jesucristo. En Ella se manifiesta de forma definitiva el poder redentor de Jesucristo, la fuerza santificadora del Espíritu Santo, el cumplimiento de la voluntad renovadora del Padre celestial. María es la primera y la más perfecta muestra de la nueva humanidad nacida de Jesucristo, el nuevo Adán, principio de una humanidad diferente, libre del pecado, reconciliada con Dios, habitada por las personas divinas y glorificada eternamente con Cristo junto al trono de Dios. Como ella, cada uno de nosotros hemos sido elegidos por Dios para vivir en comunión de fe y de amor con Cristo, como ella formamos parte de la nueva humanidad presidida y sostenida por Jesús, como ella vivimos en comunión de amor con el Dios del Cielo y como ella caminamos hacia la vida gloriosa y eterna del cielo. Aplicaciones Para celebrar con veracidad y fruto espiritual el aniversario de la consagración de nuestra Catedral, templo central de la Diócesis, no podemos quedarnos en la admiración de su belleza material, hemos de ver en ella el signo de la Iglesia viva de Dios, el signo y la morada de los católicos malagueños, el punto de encuentro de la inmensa familia de cuantos ahora mismo y a lo largo de los siglos han vivido y viven en comunión con el Dios viviente por medio de su Hijo Jesucristo. En el centro de esta familia santa está con nosotros la Virgen María, madre de Málaga y de los malagueños, maestra y madre de cuantos quieren vivir como discípulos de Jesús en este mundo, imitando su vida de piedad y esperanza, de pobreza y de servicio, de caridad fraterna y de confianza en la providencia amorosa de Dios, esperando la hora de reunirnos con ellos en la patria celestial. Antes y ahora la Virgen María, presente en medio de nosotros, nos recuerda cómo tenemos que sentir y vivir los cristianos. Ella es el modelo viviente de la fe y de la vida santa de todos los discípulos de Cristo. Los cristianos de hoy vivimos en un mundo confuso en el que se mezclan toda clase de opiniones y de estilos de vida. No es extraño que a veces nos sintamos desconcertados y no sepamos qué camino tomar en nuestra vida, cómo actuar en nuestro trabajo, cómo reaccionar ante las dificultades de la vida. María ha de ser siempre nuestra referencia. Ella es el modelo de lo que tiene que ser la Iglesia, la mejor referencia de cómo tenemos que vivir los discípulos de Jesucristo. Es posible que alguna vez surja en nosotros la tentación del cansancio o de la incredulidad. Nos vemos demasiado solos en nuestro deseo de ser fieles a la vida cristiana, nos asalta el desaliento al ver cómo otras personas cercanas y queridas se alejan de la vida cristiana y de la comunión con la santa madre Iglesia, nos duele que Dios permita ciertas cosas materiales y espirituales que hieren nuestro corazón y ensombrecen nuestra vida. En esos momentos de oscuridad y de amargura acudamos a la Virgen María, ella sabe mucho de soledades y amarguras, pero sabe más de fortaleza, de fidelidad y de esperanza. Que la Virgen María de la Victoria, modelo de piedad, de amor, de fortaleza, venga en nuestra ayuda y nos anime a vivir con generosidad y fortaleza nuestra vida cristiana para construir entre todos esa ciudad santa que baja del cielo como fruto de la gracia de Dios y de nuestra respuesta diaria de fe y de amor. En los momentos iniciales de la Iglesia, María sostuvo la fe de Pedro y de los Apóstoles. María es siempre la firme columna de la fe interior de la Iglesia. Que Ella nos ayude también ahora a nosotros a mantener nuestra fe sin vacilaciones, Los católicos necesitamos hoy una fe firme, clara, segura, operante, una fe que nos sostenga en el vigor de nuestras convicciones y nos ayude a vivir santamente de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia y el evangelio de Jesucristo. La fe nos permite pensar, sentir y vivir en este mundo de acuerdo con Jesucristo y con el mismo Dios. La fe prepara nuestros corazones para recibir la presencia y los dones de Dios en esta vida. Que Ella sea nuestro modelo, nuestro amparo y nuestra fortaleza. Aunque vivamos un poco perdidos en un mundo poco religioso y poco cristiano, los católicos malagueños tenemos los elementos suficientes para mantenernos firmes en la fe y vivir santamente. Esta Catedral nos convoca a todos y nos hace sentir la unidad de nuestra gran familia cristiana. En esta familia nos sentimos acogidos, iluminados y protegidos por nuestra Madre, nuestra Señora de la Victoria y ella es siempre un modelo viviente y convincente de la belleza y del valor de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Pase lo que pase, digan lo que digan, gobierne quien gobierne, nosotros tenemos claro el camino de nuestra salvación, mantenemos firmes nuestras convicciones de fe y tratamos de vivir santamente siguiendo el camino de los mandamientos de Dios. En este camino viene con nosotros la Virgen María. Ella nos lleva de la mano y nos sostiene en toda circunstancia. Apoyados en esta presencia de la Virgen María estamos seguros de poder vivir en el mundo verdadero, el mundo querido por Dios y presidido por nuestro Señor Jesucristo, el mundo de la Virgen María, el mundo de la fe, de la santidad y de la esperanza en la vida eterna. No nos asusta ni nos confunde el hecho de vivir junto a otras personas que no creen en Dios o no aceptan la autoridad de la Madre Iglesia. No queremos vivir en el mundo ficticio y falso de los laicistas y de los ateos, en ese mundo falso y mentiroso del laicismo creado por el orgullo del hombre, sino en el mundo verdadero del Reino de Dios, acompañados por Cristo y por la Virgen María. Este es el mensaje que cada día difunde en toda la Iglesia de Málaga la imponente silueta de la Catedral, la voz de sus campanas, la altura liberadora de sus naves. Pedimos a la Virgen María que la fiesta de hoy sea ocasión para renovar y fortalecer nuestra fe en Dios y en su enviado Jesucristo, que todos nosotros, animados por el ejemplo de la Virgen María y ayudados por su intercesión, responsamos fielmente a la llamada de Jesús, que vivamos escuchando sus palabras e imitando sus ejemplos, que recibamos con amor y gratitud la presencia de dios en nosotros y que tratemos de construir con nuestras buenas obras el templo vivo de dios en nuestra familia, en nuestra comunidad, en el mundo de nuestras amistades y de nuestro trabajo,. Que el templo sea el símbolo de la vida real y que la vida real de cada día sea verdaderamente el templo de la presencia y de la gloria de Dios, como Belén, como Nazaret, la casa feliz de Dios con los hombres hechos una sola familia. Animados por una confianza filial le decimos, “Santa María de la Victoria, enséñanos María a creer y amar a Jesucristo, a esperar contigo la vida eterna y vivir según los mandamientos de Dios. Indícanos el camino verdadero del progreso y de la paz. Llévanos de la mano por el camino que conduce hacia el Reino de tu Hijo Jesucristo. Que la luz de tu mirada ilumine nuestra vida, guíanos en las incertidumbres de nuestra vida y ayúdanos a vivir santamente todos los acontecimientos de cada día. Autor: Fernando Sebastián Aguilar, arzobispo emérito