NoticiaHomilías de Don Fernando Sebastián Sábado Santo. Vigilia Pascual (Catedral-Málaga) Card. Fernando Sebastián El cardenal Fernando Sebastián, en la Catedral de Málaga, en la Cuaresma de 2014 Publicado: 26/03/2016: 5127 SÁBADO SANTO. VIGILIA PASCUAL (Catedral-Málaga, 26 marzo 2016) (Card. Fernando Sebastián Aguilar) Las lecturas que hemos escuchado nos señalan las principales etapas de la historia de la salvación. De esta manera la Iglesia nos quiere decir que la resurrección de Jesús es la cumbre de toda la historia, la culminación de la historia de la humanidad y de la creación entera. Ayer contemplábamos compungidos a Jesucristo colgado del madero de la cruz, ajusticiado como un malhechor por nuestros pecados. Hoy sábado hemos pasado el día en silencio velando el cadáver de Jesús, sellado en la fría soledad del sepulcro. Esta noche celebramos con emoción su resurrección gloriosa. El amor omnipotente de Dios ha bajado hasta la ciudad de los muertos para rescatar de la muerte a su Hijo fiel. En medio de la noche, cuando sus enemigos creían haber acabado con él, Dios lo resucitó, lo glorificó y lo constituyó Cabeza y Principio de un Mundo Nuevo. Desde entonces la humanidad ya no comienza en Adán, sino que comienza en Cristo resucitado y glorioso, Él es el centro y el punto de partida de una humanidad nueva, todos estamos llamados a entrar en este mundo nuevo de inmortalidad y de gozo, mediante la unión de la fe con Él es que es nuestra Cabeza y nuestro Salvador. La resurrección de Jesús es una nueva creación. Con él comienza un mundo nuevo, una nueva manera de vivir la humanidad, en paz con Dios y con los hermanos. Jesús resucitado nos abre el camino hacia una vida nueva, de piedad y fraternidad, una vida inmortal y gozosa que comienza ya en este mundo. ¿Cómo tenemos que vivir la celebración de esta noche gloriosa? Primero, fortaleciendo la fe en la resurrección de Jesús y la esperanza en nuestra propia resurrección. Fuera del cristianismo nadie cree en nada semejante. Incluso muchos cristianos vacilan ante esta afirmación. Les parece demasiado atrevida, demasiado pretenciosa. Nosotros sabemos que la fe en la resurrección no se apoya en ninguna consideración racional, ni en méritos personales, sino en la grandeza del amor y del poder de Dios. Si Dios vino a nuestra carne, con Él nos vino la inmortalidad y la vida eterna. Dios no podía dejar bajo el dominio de la muerte a su Hijo divino. Al resucitar a Jesús abrió para todos los hombres la esperanza de la resurrección. Somos hermanos de Jesús, somos miembros de su Cuerpo, si Dios le resucitó a él, nos resucitará también a cuantos queremos vivir unidos a él por la fe y por el amor. Esta fe no puede ser una fe estética ni estática, como una especie de título honorífico que no influye en la vida real. La esperanza de la resurrección, cuando es clara y firme, transforma la vida, selecciona los deseos, fortalece la voluntad y moviliza nuestras mejores energías. Por la esperanza de la vida eterna vivimos ya en comunión espiritual con Cristo, junto a Dios, dejamos de ser esclavos de las cosas de este mundo y podemos vivir ya desde ahora multiplicando las obras buenas del Reino de Dios. La esperanza hace que la vida del Cielo comience ya ocultamente en la vida terrestre de cada día. Por esta fe nuestra vida se tiene que convertir en una vida agradecida y alegre, libre de las concupiscencias de este mundo y dedicada a hacer el bien, haciendo llegar a todos el conocimiento de la bondad y de la generosidad de Dios. De esta manera la fe en la resurrección de Jesús es el centro de nuestra vida personal, la nota diferenciante de los cristianos en el mundo. Amamos al mundo porque es obra y don de Dios, pero no lo adoramos, no somos esclavos de los bienes ni de los males de este mundo porque somos ya ciudadanos del Cielo y tenemos nuestro corazón en la vida gloriosa de resucitados que esperamos. Esta esperanza, por la gracia y la misericordia de Dios, hace que la Iglesia de Jesús sea guía de la humanidad entera, conciencia anticipada del fin de todas las cosas, fermento de vida y medicina contra todas las idolatrías que desfiguran y pervierten la vida de la humanidad. Vosotros, los catecúmenos que vais a recibir ahora los sacramentos de la iniciación cristiana, sed bienvenidos a la Iglesia, que es familia de Jesús. Damos gracias a Dios por vosotros y con vosotros porque habéis sido elegidos para entrar en la comunidad de los hijos de Dios. Os deseo de todo corazón que el Espíritu Santo llene vuestros corazones y haga de vosotros discípulos entusiastas de Jesucristo y testigos del Reino de Dios en vuestro mundo. La Virgen María, que ha iniciado ya la vida gloriosa de la resurrección, como primicia de la humanidad redimida, venga hasta nosotros y nos ayude a todos a crecer en la fe de Cristo, el amor de Dios y la esperanza de la resurrección gloriosa.