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El seminarista que recibió la llamada del Amor y obedeció

Publicado: 15/03/2022: 5980

En el verano de 1964, el encuentro fortuito con Francisco Gavilán Montes en Ronda, y su efusivo y alegre abrazo, estaba motivado porque, finalizado el 6º curso de humanidades y aprobado la reválida de convalidación del bachiller, había sido admitido para ingresar en el seminario mayor…  “y dentro de dos meses seré compañero tuyo en filosofía”. No faltó una animada y alegre fiesta familiar. 

Gavilán ya estaba en seguimiento y tratamiento por unas cefaleas, mareos y dolores musculares, y las visitas frecuentes a un médico rondeño se convirtieron en las ocasiones para echar un rato ancho hablando de cosas del seminario; durante el mes de septiembre los encuentros fueron semanales, en una espera ilusionada para empezar los estudios de filosofía. Su entusiasmo y las ganas para que pasara pronto el tiempo e iniciar el curso me contagiaron y cautivaron, sobre todo por la manera sencilla pero rotunda, segura y firme con la que se expresaba sobre “la gracia de mi vocación”. 

Una admiración con matices de querencia hacia su persona, argumentaron una amistad que, desde sus inicios en 1963, fue muy intensa en su contenido, porque no se compadecía su edad biológica con su edad mental que, a manera de piedra angular, sustentaba una singular y sorprendente madurez espiritual que iluminaba, argumentaba e interpretaba, con sabores divinos, su vocación y sus devociones.

Así, sin retórica y con sencillez, explicaba cómo el tema de la obediencia lo tenía controlado. En la galería de la obediencia o de las tentaciones, camino obligado para ir al comedor, se encuentra señalada con piedrecitas una serpiente en la que entre sus ondulaciones se lee: “sí-no-pero-yo- cuco-cras” que revela la manipulación y contaminación que hace el demonio   con las dos últimas palabras que propicia y desencadena la rebeldía. Remarcaba que, cada vez que tenía que recorrer el pasillo lo hacía pisando fuerte y rezando con ganas, Ave-Marías, pero cuando llegaba al “cuco-cras” pisaba con los dos pies, para borrarles del suelo y de su mente. Así descubrió la seguridad, la paz y la singular libertad e independencia que ofrece la obediencia a un superior pues se identifica con la voluntad significada de Dios.

 En la capilla del Buen Pastor era el escenario donde, confirmaba y consolidaba su vocación y su misión : “Pastor bone /fac nos bonos pastores /anima pro ovibus /ponere promptos” era la plegaria con la que se dormía todas las noches, pero siempre unida a lo escrito en las puertas del sagrario: “Nuestro compañero, nuestro precio, nuestro premio, nuestro alimento”.

También, el pasillo de la sala de visita de la portería, tiene escrito en el suelo con piedrecitas el objetivo pastoral del sacerdote, “no gana panes sino gana almas”, y por eso, durante la cuaresma no probaba el pan, y entendió  y experimentó el verdadero significado del ayuno y la abstinencia que, anulando dependencias y gulas, le aseguraba una enriquecedora austeridad. Por supuesto que ser “evangelios vivos con pies de cura”; “ trabajar de balde y con todo lo nuestro”; “sacerdotes cabales”…eran mensajes que, en  el Seminario Menor, y en poco tiempo, se enraízan en el hondón de sus jóvenes seminaristas y se convierten en verdades inconcusas, pues siendo un selectivo semillero de vocaciones  “catequizan hasta las piedrecitas”.

Sobre el mes de mayo, defendía que “se debería repetir varias veces al año”, y con los ojos brillantes trataba de comunicar la plenitud que experimentaba cuando, en sus luminosos atardeceres, contemplaba a los seminaristas del mayor y del menor bajando a visitar a la Virgen del Recreo y entonando con ganas, fuerza y devoción, “Venid y vamos todos”, que retumbaba en toda la finca y sus alrededores (428 limpias voces)* . Este añorado recuerdo, es el que rescataba, como un refugio donde ponerse al salvo, en tiempos de tempestades, porque tenía asegurada la protección de la omnipotencia suplicante que es la madre de Dios.

En los primeros días de octubre y con el curso comenzado, se confirmó el diagnostico de leucemia, y sus síntomas se hicieron presentes y progresaron rápidamente, por lo que apenas podía seguir la disciplina del seminario.

En estos días, Gavilán preguntaba a los compañeros: “¿tú crees que soy una carga para el seminario?" En más de una ocasión había compartido este deseo “Señor, que yo sea el burro de carga de todo”.

Antes de finalizar el mes, se tuvo que marchar a casa. Esa mañana fue, habitación por habitación, despidiéndose de los compañeros con una sonrisa y un tierno y silencioso abrazo 

En el mes de diciembre su superior fue a visitarlo, y el pronóstico infausto de la enfermedad se estaba confirmando porque su cuerpo estaba marcado por un deterioro casi terminal. Los padres le comentaron que su hijo parecía que no tenía ninguna enfermedad o no era consciente de ella, porque en sus palabras, gestos y conducta transmitía, con singular fuerza, una serenidad, paz, equilibrio y gozo que llenaba de alegría y plenitudes a todos: era el animador de la casa y así lo confirmó este sacerdote que, regresó sorprendido… sublimado y edificado.  

Y es que Dios, nuestro origen y meta, siempre en acecho de amor, había aprovechado la leucemia para dar un toque de su Gracia y demostrar que, todo lo que nos sucede en la experiencia humana se encuentra diseñado y orientado para llegar a su presencia, señalando la voluntad divina de beneplácito.

El 11 de enero de 1965, al rescoldo de la segunda Epifanía y musitando el “Pastor Bone”, recibió la llamada del Amor, y, con rapidez y entusiasmo, obedeció.

 

José Rosado Ruiz. Seminario Mayor (1963-1967)

 

*Seminario Diocesano de Málaga 1964

Seminario Mayor. Filosofía y Teología. Alumnos: 104

Seminario Menor. Curso introductorio. Alumnos: 108

                               Curso humanístico. Alumnos: 216

José Rosado Ruiz

Médico acreditado en adicciones

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