Que venza el bien

Cobrarse ojo por ojo produciría en nosotros hoy un gran rechazo, sería una barbaridad, al menos, en su sentido material.

Solemos ser generosos en dar cosas materiales a quien lo necesita, o es nuestro familiar o amigo. En cambio, somos capaces de devolver mal por mal, con absoluta normalidad. Lo hacemos cada vez que sólo somos amables con las personas que nos resultan agradables, educados con quien nos puede interesar o generosos sólo con los más ricos o simpáticos. Jesús nos ayuda a romper estos esquemas tan dañinos y nos ofrece su: “Pero yo os digo…” para que nos demos cuenta de lo mal que, a veces, nos comportamos en nuestras relaciones con los demás. ¡Qué difícil no hacer frente al que me agravia!, ¡qué doloroso poner la otra mejilla!, ¡qué costoso amar a un enemigo y rezar por aquel que me persigue y procura dañarme! Quizá nos puede ayudar no aferrarnos a nada, dejar pasar los malos afectos que despiertan en nosotros algunos comportamientos de los otros; mantener la mente y el corazón lo más limpios que podamos; sentirnos llenos del amor de Dios; amar por encima del agrado o del propio beneficio. Porque si no, ¿qué aportamos a la sociedad, más de lo mismo?

Mejor será no rehuir al otro, al que no nos cae bien, al que no nos trata bien, al que no es nuestro amigo. No rehuir al otro, para caminar hacia la perfección del Padre, que es perfecto en amor.