«Sin el Aliento del Espíritu no podemos expresar las maravillas de Dios» Publicado: 03/08/2012: 1319 A Ernesto le dolía la garganta. Hacía casi un mes que sentía unas extrañas y dolorosas molestias. Su mujer le decía que, a lo mejor, se trataba de un virus gripal, y le aplicaba remedios caseros. Pero las molestias no sólo no desaparecían, sino que aumentaban. Decidieron ir al médico. Después de un minucioso examen, el especialista llamó aparte a la esposa y le dijo que se trataba de algo muy grave. Al día siguiente lo ingresaron en el hospital. Siguieron los correspondientes análisis. Y el cirujano decidió operarle. Resultó ser un tumor maligno en las cuerdas vocales. Después de la operación, y para que Ernesto pudiera respirar, le hicieron la traqueotomía. Y quedó sin habla. El aire de sus pulmones no llegaba a la concavidad bucal; salía por el orificio que le abrieron entre el cuello y el esternón. Desde el punto de vista espiritual, a algunos cristianos les puede pasar algo peor que a Ernesto: no tienen aliento interior. Les es imposible expresar sus sentimientos o pensamientos espirituales. Sin Aliento interior (sin Espíritu) les es imposible ni siquiera balbucear las cosas de Dios. Están vacíos. Como dice el salmista, refiriéndose a los ídolos, “tienen boca, pero no hablan”. Son campanas, quizás grandes y hermosas, pero que no tañen porque les falta el badajo. En el aspecto corporal, sin aire no podemos respirar, y por tanto, tampoco expresarnos. En el aspecto espiritual, sin el Aliento divino, sin el Espíritu, no podemos expresar, ni siquiera de manera imperfecta, las maravillas de Dios. ¿Cómo puedo saber yo si tengo o no el Aliento divino? Tienes el Aliento divino, tienes el Espíritu: si Dios es el centro referencial de tu vida; si estás unido a la comunidad de los creyentes; si vives conectado con Dios por la oración personal y litúrgica; si amas al prójimo más que a ti mismo; si sirves con lo que eres y tienes a los más necesitados; si estás contento y vives alegre, a pesar de las dificultades de la vida; si, sin pretenderlo, contagias tu gozo interior a los que te rodean; si tienes fuerza para superar los obstáculos; si te sientes y actúas como hermano de todos los hombres y mujeres del mundo, a pesar de las diferencias étnicas, religiosas y culturales; si te das cuenta de las “huellas” de Dios en la creación, y gozas contemplándolas; si tienes esperanza, a pesar de la muerte y de todo lo que conduce a la muerte; si colaboras, en la medida de tus posibilidades, a favor de un mundo que debe seguir mejorando cada día y en todos los sentidos. Todo lo que acabas de leer, y mucho más, es expresión del Espíritu en tu interior. Si algo te falla, si no puedes expresar los sentimientos de Dios, ve al Médico (Jesucristo-Iglesia). Te dirán que “te laves”, te purifiques; y una vez “despejado” el templo interior de tu alma, te dirán que invoques, que pidas insistentemente, la presencia del Espíritu, el Aliento divino, que posibilita tu respirar y tu hablar espiritual. Cuando tengas “Aliento divino”, espontáneamente emitirás sonidos inteligibles y hasta bellamente sonoros, con los que expresarás las maravillas que Dios hace en ti, en los demás y en toda la creación. En eso, como en toda la vida cristiana, María, la madre de Jesucristo, es modelo e intercesora: Ella, porque estuvo llena del Espíritu, engendró y nos dio a su Hijo, la Palabra, la máxima y definitiva Expresión del Padre. El mundo de la técnica y del progreso necesita “aire”, necesita Espíritu; sólo así podremos construir una civilización más humana. Octubre 1998. Autor: Mons. Ramón Buxarrais