NoticiaHomilías de Don Fernando Sebastián Domingo de Ramos (Catedral-Málaga). Card. Fernando Sebastián Mons. Fernando Sebastián Publicado: 20/03/2016: 5911 Homilía pronunciada por el cardenal Fernando Sebastián en el Domingo de Ramos en la Catedral de Málaga, el 20 de marzo de 2016. DOMINGO DE RAMOS (Catedral-Málaga, 20 marzo 2016) Homilía del Card. Fernando Sebastián Aguilar Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14 – 23, 56. Año tras año, en estos días de la Semana Santa, la Iglesia nos invita a meditar la Pasión y la muerte del Señor. Hoy nos ha presentado la versión de San Lucas. El evangelista Lucas es especialmente sensible a la misericordia de Dios. También lo es en su relato de la Pasión del Señor. No insiste tanto en los dolores físicos como en la misericordia de Jesús, que es la manifestación de la misericordia de Dios, en esos momentos culminantes de la muerte de nuestro Salvador. Estos textos son bien conocidos por los cristianos, pero siempre nos resultan sorprendentes y conmovedores. Siempre nos ofrecen nuevos motivos para crecer en la fe y en el amor. En nuestra meditación podemos tener especialmente en cuenta tres aspectos. Los tres dignos de consideración. Primero, Quién sufre. La pasión de Jesús es la muerte injusta del hombre inocente y bueno. Jesús es el hombre bueno, que se compadecía de los enfermos, que perdonaba los pecados, que anunciaba el Reino y la misericordia de Dios. Pero tenemos que ponderar que detrás del hombre Jesús, está el Hijo de Dios, el Verbo eterno de Dios que es quien realmente sufre las humillaciones, las torturas, la muerte. Dios, por amor a nosotros, se ha hecho hombre, vive en la humanidad de Jesús, se ha hecho vulnerable y ha llegado hasta la muerte para abrirnos el camino de la salvación. Los hombres a veces queremos ser como dioses para decidir nosotros sobre el bien y el mal, y el Dios verdadero se hace hombre y muere por nosotros para librarnos de esta tentación universal y permanente. Segundo, Por qué sufre y muere. La Escritura nos dice que Jesús murió “por nuestros pecados”. Jesús es Dios hecho hombre que no encuentra sitio en nuestro mundo. No encontró sitio en Belén, no lo ha encontrado tampoco a lo largo de su vida. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron. Todos somos solidarios en este pecado universal que rechaza a Dios de nuestro mundo. Lo tenemos que reconocer primero en nuestra propia vida. No damos a Dios el lugar y la importancia que le corresponde. No lo amamos como merece. Y lo vemos con gran dolor en nuestro mundo. La Palabra de Dios, la Sabiduría de Dios, la llamada de Dios apenas cuenta en la vida de nuestra sociedad. Para resolver nuestros problemas hacemos reuniones, encuentros y congresos. Apenas nadie piensa en escuchar con humildad la Palabra de Dios. Sigue vigente la palabra cínica de Caifás, “conviene que uno muera por el bien de todos”. Los hombres quieren ser felices quitando a Dios de su presencia. Matemos al Justo para poder vivir a nuestro gusto. Y en el pecado llevamos la penitencia. Sin Dios tampoco hay humanidad. Tercero. El poder de la muerte de Jesús. Esta muerte injusta, esta muerte ignominiosa es el triunfo de la verdad, de la libertad, del amor y de la vida. La fidelidad y la obediencia de Jesús vencen la fuerza del mal en el mundo. En la cruz de Jesús se quiebra el poder del Demonio y de la Muerte. La fidelidad de Jesús abre el paso a la omnipotencia de Dios que lo resucita y con El abre las puertas de la gloria a la humanidad entera, a todos los que se arrepientan de sus pecados y se acojan al perdón de Dios. Si nos unimos a Jesús en su muerte quedamos libres del poder del pecado y recuperamos la comunión filial con Dios. La Cruz de Jesús es para nosotros el árbol de la esperanza, la fuente de la vida, la puerta abierta de la gloria. En este camino de la Cruz, María nos acompaña con la dulce compañía de su fe maternal. Estos pensamientos tienen que acompañarnos durante los días de Semana Santa. Es el tiempo de la compunción y del arrepentimiento. Tiempo de alabanza y de agradecimiento. Tiempo de amor y de servicio. Ojalá podamos decir como San Pablo: “lo que vivo en este mundo lo vivo en comunión de amor y de obediencia con Cristo. Porque Él me amó y se entregó por mí”. Así sea.