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Encuentro Presbiterio-Seminario. Rito de admisión al sacerdocio (Seminario-Málaga)

Publicado: 19/01/2017: 2238

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, Jesús Catalá, el 19 de enero de 2017, en el Encuentro Presbiterio-Seminario y el rito de admisión al sacerdocio, celebrados en el Seminario Diocesano.

ENCUENTRO PRESBITERIO – SEMINARIO
RITO DE ADMISIÓN AL SACERDOCIO
(Seminario-Málaga, 19 enero 2017)

Lectura: Hb 7,25 – 8,6; Sal 39,7-10.17.

1.- Sacerdotes que se ofrecen a Dios

En este Encuentro entre los sacerdotes y los seminaristas, reflexionemos sobre la hermosa lectura que hoy nos ofrece la liturgia sobre el ministerio sacerdotal.

El texto de Hebreos nos recuerda el sacerdocio de Jesucristo, Salvador y Mediador. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres y el único Salvador: Él «puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos» (Hb 7,25).

Cristo salva intercediendo por toda la humanidad; vive para interceder. Vivió en el tiempo y sigue viviendo e intercediendo por nosotros. Ésta debería ser, queridos sacerdotes y seminaristas, nuestra misión, unida a la de Cristo: vivir para interceder por los hombres y ofrecerlos a Dios.

Los sacerdotes de la antigua alianza ofrecían sacrificios por los propios pecados y por los del pueblo. Pero el Sumo Sacerdote, Cristo, «lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo» (Hb 7,27).

Se nos pide que no ofrezcamos solo “cosas” al Señor. Los esposos no ofrecen sólo cosas el uno al otro. Se nos pide algo más; no sólo parte de nuestro tiempo o de nuestros recursos; no se nos pide solo ciertas renuncias y alguna que otra oblación. Más bien se nos exige que nos entreguemos en cuerpo y alma, es decir, que nos ofrezcamos a nosotros mismos, como Cristo que se ofreció a sí mismo.

Pedimos a Jesucristo, Sumo Sacerdote, que nos injerte en su sacerdocio, que seamos asumidos por él para ser “representación sacramental” suya (cf. Pastores dabo vobis, 9).

Los seminaristas que hoy sois admitidos como candidatos al ministerio sacerdotal estáis llamados a prepararos para vivir esta entrega y oblación plena; y también la “segregación” que un día os pedirá la Iglesia; el sacerdote es tomado de entre los hombres, segregado, consagrado. La consagración implica una separación y no podemos como viven nuestros contemporáneos.

A veces los sacerdotes reflexionan y discuten sobre cómo encarnarse actualmente. Hay una encarnación y una asunción de lo temporal y de lo humano; pero simultáneamente el sacerdote vive una separación y una consagración. Lo que queda consagrado queda separado de lo profano.
Los sacerdotes, ya dedicados al ministerio, sois presencia y actualización de esta hermosa misión que Dios os ha confiado. No ofrezcamos, pues, sólo cosas; sino ofrezcámonos a nosotros mismos al Señor.

2.- Sacerdotes santos y dedicados a la misión

El Sumo Sacerdote, Jesucristo, es «santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo» (Hb 7,26).

Estamos llamados a la santidad, ejerciendo el ministerio sacerdotal. Pero eso comporta una separación, es decir, una consagración que aparta del resto para una dedicación exclusiva.

Como nos recuerda el Concilio Vaticano II: “Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y su ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del Pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama” (Presbyterorum ordinis, 3).

“Su mismo ministerio les exige de una forma especial que no se conformen a este mundo; pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres” (Ibid.), para ser pastores del rebaño de Cristo, Buen Pastor.

Por tanto, hay que saber permanecer en la difícil posición de equilibrio de estar en el mundo sin ser del mundo; de estar en el mundo en santidad y justicia verdadera, según Cristo, viviendo la consagración al Señor.

3.- Sacerdotes para hacer la voluntad del Señor

El Salmo se nos invita a rezar: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: “Aquí estoy –como está escrito en mi libro– para hacer tu voluntad”. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas» (Sal 39,7-9).

Nuestra oración debería ser: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad y no la mía”. La voluntad del Señor no siempre corresponde a la voluntad del fiel cristiano laico; a veces tampoco a la voluntad de la comunidad cristiana; y si apuramos, a veces, tampoco a la voluntad del Obispo. La obediencia a esas voluntades concreta la voluntad de Dios; pero en la medida en que sintonizan con la voluntad de Dios.

Pedimos, pues, al Señor: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Pedimos también por los seminaristas que hoy van a ser admitidos al ministerio sacerdotal.

Y pedimos por todos los sacerdotes de nuestro presbiterio y por todos los sacerdotes del mundo, para que seamos fieles con gozo, con alegría a la misión que el Señor nos confía. Expresemos nuestro deseo de ofrecernos a Dios en cuerpo y alma, de ser santos y de hacer la voluntad del Señor.

Pedimos a los Patronos del Seminario, Santo Tomás y San Sebastián, y a la Virgen María, nuestra Madre, que nos ayuden e intercedan por nosotros, para vivir nuestra misión con alegría y con generosidad. Que así sea.

 

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