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Bautismo del Señor (Catedral-Málaga)

El Sr. Obispo bautiza a tres niños en la Catedral, en la Fiesta del Bautismo del Señor // M. ZAMORA
Publicado: 08/01/2017: 3921

BAUTISMO DEL SEÑOR

ADMINISTRACIÓN DEL SACRAMENTO DEL BAUTISMO

(Catedral-Málaga, 8 enero 2017)

Lecturas: Is 42,1-4.6-7; Sal 28,2-4.9-10; Hch 10,34-38; Mt 3,13-17.

Revestidos de Cristo

1.- Hoy celebra la Iglesia el Bautismo de Jesús, quien vino desde Galilea al río Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara (cf. Mt 3,13). El bautismo de Juan bautista era de penitencia y de perdón de los pecados. Por tanto, Jesús, Hijo de Dios y hombre verdadero, no necesitaba recibir ese bautismo, porque no tenía pecado.

Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (Mt 3,14). Pero Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia» (Mt 3,15). Y Jesús fue bautizado; a partir de entonces hay un cambio en el bautismo y en la virtualidad del agua.

En el bautismo de Jesús hubo una especial manifestación de Dios o teofanía. Al salir del agua «se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,16-17).

Las tres personas de la Santísima Trinidad se hacen presentes en este hermoso acontecimiento histórico, en el que se revela el amor salvador de Dios. Desde entonces el bautismo adquiere la fuerza de Dios que sana, limpia el pecado, cura y da vida.

2.- En la antífona del Magníficat de las primeras vísperas de la fiesta del Bautismo de Jesús la liturgia pone a nuestra consideración este texto: “El Salvador vino a ser bautizado para renovar al hombre envejecido; quiso restaurar por el agua nuestra humana naturaleza corrompida y nos vistió con su incorruptibilidad”.

La naturaleza humana quedó corrompida por el pecado original y se vio inclinada al pecado y a la muerte: esa es la “vestidura” con la que todo ser humano viene a este mundo; nuestra naturaleza está “dañada”; venimos al mundo con este “traje”. Pero por el Espíritu Santo, el bautismo es un baño que purifica, santifica y justifica (cf. 1 Co 6,11; 12,13). El bautismo regenera y da nueva vida.

La vestidura blanca, que se impone al recién bautizado, simboliza que se ha "revestido de Cristo", como dice san Pablo: «Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo» (Gal 3, 27). Al bautizado, vestido de naturaleza corrompida, se le reviste con la gracia bautismal: “Hecho hijo de Dios, revestido de la túnica nupcial, el neófito es admitido "al festín de las bodas del Cordero" y recibe el alimento de la vida nueva, el Cuerpo y la Sangre de Cristo” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1244).

Por eso el apóstol Pablo nos invita a despojarnos del vestido corrompido: «Despojaos del hombre viejo y de su anterior modo de vida, corrompido por sus apetencias seductoras; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas» (Ef 4,22-24; cf. Col 9,9-10). Parece un juego de palabras, pero es una realidad.

3.- El bautizado, revestido ya de Cristo, establece una relación con cada una de las tres Personas de la Trinidad. A partir del bautismo, puede vivir con los mismos sentimientos de Cristo, como recomiendo san Pablo: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5); esto es respecto a Hijo de Dios, del cual ha sido revestido.

También puede rezar con los demás cristianos la oración dominical, llamando “Padre” al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. Rm 15,6).

Y queda inhabitado por el Espíritu Santo: «Vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros» (Rm 8,9).

En resumen, al bautizado se le regala una relación con cada una de las tres Personas divinas: respecto al Padre, la filiación; respecto al Hijo, la fraternidad; y respecto al Espíritu Santo, la inhabitación.

4.- El bautizado está invitado a llevar un estilo de vida, semejante al de Cristo. El profeta Isaías nos ha dicho en la primera lectura que el Siervo de Yaveh se comporta de manera paciente, callada, respetuosa: «No gritará, no clamará, no voceará por las calles» (Is 42,2). Y una actitud muy hermosa de respeto: «la caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad» (Is 42,3).

El bautizado debe vivir haciendo el bien, como Jesús: «Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38).

El Ungido de Dios ha recibido el Espíritu para traer la salvación a quienes están encadenados por sus pecados: «Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas» (Is 42,7).

Renovemos hoy nuestro bautismo, agradeciendo a Dios el habernos hecho hijos suyos; y pidamos por estos niños, que van a recibir el bautismo, para que Dios los transforme y les conceda la nueva vida por el agua y el Espíritu.

5. A vosotros, queridos padres que habéis pedido el bautismo para vuestros hijos, os felicitamos. Les habéis dado la vida como cooperadores de Dios. Ahora la Iglesia les va a otorgar la adopción como hijos de Dios, haciéndolos miembros de la gran familia de los bautizados en Cristo.

Con el bautismo vuestros hijos tendrán a partir de ahora una vida nueva en el Espíritu; serán criaturas nuevas, en las que se les sembrará la semilla de la inmortalidad. Serán marcados, sellados, por el Espíritu con un carácter indeleble, que jamás se borrará de su alma.

La Luz de Cristo, simbolizada en la vela encendida del Cirio pascual, iluminará su vida entera hasta llegar a la luz eterna en el cielo.

Vuestros hijos inician hoy una nueva etapa de su vida, pasando de la muerte y del pecado a la vida divina. Deberán recorrer el camino de su vida, siguiendo las huellas de Jesucristo, único Maestro y Salvador de los hombres.

6.- Aunque no lo notéis externamente, vuestros hijos van a salir de la Catedral con una nueva vida: llevarán la semilla de la inmortalidad y les alumbrará la luz de Jesucristo. Se les va a regalar las tres virtudes teologales: el amor, la fe y la esperanza cristianas. Es el mejor regalo que puedan recibir en toda su vida.

Queridos padres, padrinos y familiares, os animo a que acudáis al Santuario de Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis, para presentar a la Virgen a vuestros hijos y ponerlos bajo su manto protector y enseñarles la devoción mariana, tan fecunda para los fieles. Es un gesto hermoso.

Pedimos a la Santísima Virgen María por todos nosotros y para que proteja con su maternal intercesión a estos niños en la nueva vida, que ahora inician; y que nos ayude a ser fieles al bautismo recibido. Amén.

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