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Semblanza del sacerdote Manuel Torres Rubio

Publicado: 08/11/2016: 14488

En la fe cristiana, el fallecimiento es “nacer” para la vida plena y para siempre. Es vivir en el Dios que es Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu, en cuyo nombre fuimos bautizados. Ayer la Iglesia que peregrina en Málaga vivó un nuevo nacimiento, de su seno era entregado al Padre nuestro hermano presbítero Manuel Torres.

Se ha ido sin sufrir nos comentaba su sobrino Javier, le ha repetido el ictus y entro en coma. Ha muerto en paz, tranquilamente, como había vivido. Las cosas importantes no se improvisan. El viernes pasado le visitaba en el Buen Samaritano y me reconoció llamándome por mi nombre, después su mente bloqueada ya no podía seguir una conversación con sentido. Pero transmitía paz, sosiego e incluso alegría. Seguía siendo el mismo de siempre, la enfermedad no pudo anular de su ser la personalidad que el Espíritu fue fraguando en él a lo largo de su vida.

Manuel nace en Mollina el 10 de Agosto de 1.938, su padre Virgilio, oriundo de un pueblo de Jaén se instala en Mollina para ejercer como veterinario y allí conoce a su esposa Oliva, con ella formará una familia de seis hijos, a quienes educan con esmero y procuran sembrar en ellos los principios cristianos que les ayuden a ser buenas personas y ciudadanos útiles para la sociedad.

Pronto Manuel junto a otros niños y jóvenes se vincula a la vida parroquial; allí está de párroco D. José Jabato que porque vive su vocación sacerdotal con hondura y alegría, convoca junto a él a un buen número de jóvenes, de entre ellos casi una docena macharán al Seminario, Manuel fue de los que perseveró. Muchos sacerdotes hemos tenido también la misma experiencia, la suerte de conocer a una cura de verdad, recio, cercano con los pobres, hombre de oración, sin dobleces ni ambigüedades. Sacerdotes que todos apreciaban y respetaban y que sin pretenderlo se convertían en modelo y suscitaban vocaciones porque lo auténtico atrae, ayer, hoy y siempre.

Los años del Seminario con su rutina de clases, estudio, oración, discernimiento, compañerismo y juegos, van configurando la mente y el corazón de Manuel. Es el Seminario dónde todo se nutre de la espiritualidad de San Manuel González, recientemente canonizado como fruto maduro de este año de la Misericordia para toda la Iglesia. San Manuel escribe en la fachada de la capilla, la única puerta del Seminario, para que todos los aspirantes al sacerdocio cada día lo recuerden: La siembra: “En este jardín cultivado por la piedad sacerdotal, la ciencia eclesiástica y el celo pastoral se siembran jóvenes de cabeza, corazón y padres buenos” Y en otro mosaico escribe la cosecha: “Promover a la Santa Madre Iglesia de sacerdotes-hostias que consuelen al Corazón Eucarístico de Jesús, salven a las almas y hagan felices a los pueblos”. D. Manuel fue uno de ellos.

Su curso fue muy numeroso, se ordenaron 14 compañeros, él tuvo que esperar dos años porque no tenía la edad canónica requerida para la ordenación, por ello ejerció durante este tiempo como diácono en la parroquia del Puerto de la Torre. Allí residía por entonces el Cardenal D. Ángel Herrera Oria con quien llegó a establecer una verdadera amistad.

Fue ordenado presbítero el 23 de febrero de 1.964 y ya quedó configurado con Jesucristo, Buen Pastor por el sacramento del orden hasta la eternidad. Su primer destino fue el de vicario parroquial de la parroquia de Álora por tres años y allí va aprendiendo la cura de almas, el trabajo pastoral de sacerdotes con más experiencia y años de ministerio. De 1.967 al 70 es párroco de Benaojan y Montejaque, pueblos de la Serranía de Ronda que le ayudan a curtirse como persona y sacerdote, en un ambiente rural dónde las relaciones personales y el trato diario con los feligreses constituyen la mejor escuela y los años dorados del ministerio de cualquier sacerdote.

Después es enviado a Nueva Andalucía a la parroquia Virgen Madre. Allí permanece durante 32 años y allí ha vivido en plenitud su ministerio sacerdotal. Es un ambiente muy cosmopolita, como toda la costa y una realidad social compleja y fragmentada: barriadas de gente sencilla y trabajadores en el sector servicio, zonas residenciales de segundas viviendas para vacaciones y veranos con una gran afluencia de fieles. D. Manuel tuvo que levantar la parroquia desde los cimientos, le tocó construir el templo, que diseño con un estilo alegre, luminoso, andaluz y lo más difícil, crear comunidad y organizar todos los servicios parroquiales. Él pudo hacerlo porque tenía buen carácter, jovial, cercano y amable. Todos encontraban siempre a D. Manuel con un saludo y una sonrisa. Fruto sin duda de su oración y vida interior, de su trato frecuente con Jesús en el sagrario y del amor tierno y confiado a la Madre, la Virgen María aliento y consuelo para los pastores de la Iglesia.

Persona eficaz y trabajadora, ordenada y muy creativa. Sus responsabilidades eclesiales así lo confirman. Fue arcipreste de Marbella-Estepona desde 1.992 hasta el 2003, año en que D. Antonio Dorado, con quien le unió una profunda amistad, le nombra Vicario Episcopal territorial para la costa occidental. Pude compartir con él diez años en la zona y fui testigo de su entrega y capacidad de organización y trabajo. Tenía una cualidad especial para aunar voluntades y era un gran compañero, siempre dispuesto a echar una mano y suplir a quien le solicitara ayuda. Las reuniones del equipo arciprestal las preparaba con espero y nunca olvidaremos la comida de primero de año nuevo para celebrar su onomástica. A esta comida y a otros muchos encuentros nunca faltan el Obispo de Gibraltar y su Vicario General, con quienes mantenía unos lazos de verdadera fraternidad sacerdotal.

Asumió también durante 11 años la Delegación de Pastoral de Turismo, Peregrinaciones y Santuarios a la que doto de forma y estructura, cuidando mucho y animado siempre a la buena acogida de los que nos visitan por vacaciones. Fue también miembro del Consejo Diocesano de Pastoral y del Consejo del Presbiterio. En el 2006 es nombrado párroco de la Inmaculada Concepción de Arroyo de la Miel hasta el 2009 y por último párroco de Santa María de la Victoria en la ciudad hasta el 2014. Que por su enfermedad ya no pudo seguir atendiéndola. El párroco de Santa María de la Amargura, D. Antonio Aguilera le acogido unos meses hasta su ingreso en la residencia del Buena Samaritano donde ha vivido estos últimos años.

D. Manuel deja una estela de buena persona y mejor sacerdote, de ese “buen olor de Cristo” que todo bautizado tiene que exhalar. Sin duda su familia a la que él tanto amo; en su casa vivió muchos años su madre y su tía Pepa, todos cuidados por su hermana Charo; son herederos de este legado de bien hacer y de hacer el bien que ha sido el distintito de la vida de nuestro hermano.

La Iglesia malacitana ha vivido con dolor su enfermedad y la incapacidad de sus últimos años. Ha orado por él y con él para que en la prueba del dolor sintiera el consuelo de Jesús, el amigo que nunca falla. Los sacerdotes que viven en el Buen Samaritano, cada día se lo han manifestado, junto al personal que allí trabaja y aligera la carga de la vejez y la soledad. D. Manuel ha llegado a la Pascua definitiva. Y ha cantado el bello pregón: “Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo”. La existencia humana tiene mucho de noche, también la vivencia de la fe. Para Manuel ahora todo es claro como el día, la noche de su existir ha sido iluminada por la victoria de Jesucristo que resucitado lo ha acogido en su seno, porque es eterna su misericordia.

Málaga, 6 de noviembre de 2016

Antonio Collado Rodríguez

Delegado para el Clero

Diócesis Málaga

@DiocesisMalaga
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