«María dio a la luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7). El evangelista Lucas describe con esta frase, sin énfasis alguno, el gran acontecimiento del nacimiento de Jesús, el Salvador del mundo. Designa al niño como «primogénito». En el lenguaje que se había ido formando en la Sagrada Escritura, «primogénito» no significa el primero de otros hijos. «Primogénito» es un título de honor. Independientemente de que después sigan o no otros hermanos y hermanas. La Iglesia, que daba sus primeros pasos, sabía que esta palabra había recibido una nueva profundidad en Jesús. En él se resumen las promesas hechas a Israel. él ofrece en sí mismo la humanidad a Dios. Y une al hombre y a Dios de tal modo que Dios sea todo en todos. El Evangelio de Navidad también relata que una multitud de ángeles alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo» (Lc 2,14). La Iglesia amplificó en el cántico del Gloria esta alabanza. Hizo un himno de alegría sobre la gloria de Dios. Le da gracias por la belleza, por la grandeza, por la bondad. La aparición de la belleza, de lo hermoso, nos hace alegres, sin tener que preguntarnos por su utilidad. Quien vislumbra a Dios y celebra su nacimiento siente alegría.