La idea original de la formación de una Europa unida nació de un sueño impulsado por la visión cristiana. Una visión que de la mano del principio de la solidaridad y subsidiariedad, doctrina social de la Iglesia Católica, pretendía marcar el rumbo de un puñado de pueblos y culturas que conviven en el mismo continente. Aquella visión primigenia impulsada por Robert Schuman y Alcide De Gasper, ambos excelentes creyentes, pareciera que se difumina. Quizá porque la penetración social que el cristianismo tiene en Europa cada vez sea menor. Más allá de análisis derrotistas conviene valorar hasta qué punto los millones de cristianos europeos se toman en serio sus responsabilidades como laicos. Como agentes de cambio. La fuerza de los integrismos, da igual de donde vengan, políticos o religiosos, debe ser equilibrada por la fuerza siempre lúcida del Evangelio. Las tesis discriminatorias o excesivamente economicistas pueden ser contrarrestadas por la doctrina que emerge del Evangelio.Un Evangelio que mantiene plena vigencia. Y de la acción de los santos.