«Carta a un militante cristiano»

Publicado: 03/08/2012: 4668

•   I Carta a Valerio

Querido Valerio:

Tengo a la vista tu carta escrita en el calor de la última campaña electoral. La he dejado reposar unas semanas. Así podré ser, quizás, más objetivo en mi respuesta.

Me pides que conteste sin mitra y báculo. Que lo haga de tú a tú.

Bueno, creo que siempre hemos hablado y nos hemos escrito como amigos, y esto no ha implicado renunciar a lo que constituye nuestra esencia. Tú: hombre-creyente-militante político. Yo: hombre-creyente-ser­vidor de una comunidad diocesana. Nuestro diálogo no sería válido si renunciáramos a nuestro ser. Nos engañaríamos mutuamente. La validez del diálogo parte de la fidelidad a nosotros mismos y del respeto entre los dos.

Perdona, querido Valerio. La introducción no le va a la carta de un amigo.

La fe no es un bloc de recetas

Voy a empezar mal. Con un ¡no! Me refiero a la petición que me haces: ...contesta concretamente a cada una de mis preguntas. En otras palabras: me pides convertirme en un farmacéutico que te suministre recetas cristianas. No puedo, ni debo.

Te he dicho más de una vez que me parece tomas posturas cómo­das. Lo quieres todo hecho. Quizás el partido te está acostumbrando mal. La fe cristiana no puede darte lo que pides. Ella exige una reflexión, estu­dio, oración y riesgo en el decidirte. Confundes la fe con un bloc de rece­tas. Te equivocas, Valerio.

La fe es un ejercicio de búsqueda

En aquella conversación del pasado verano, que se alargó hasta la madrugada, estábamos de acuerdo en que la fe es una adhesión a la per­sona de Jesús. Decíamos también, si lo recuerdas, que la fe es una actitud, un nuevo estilo o talante de vivir.

Hoy quisiera recordarte que el creyente no encuentra la mayor par­te de las veces soluciones inmediatas, concretas y fáciles. No. La fe da una seguridad profunda y globalizante; pero no ahorra las dificultades de cada paso. Ya sabes lo mal que lo pasó Jesús en hacer la voluntad de Dios, a pesar de su íntima convicción que era su Padre y que no le abandonaría en la situación definitiva.

Aunque sé tu injustificada alergia a lo oficial, se me ocurre copiarte unas palabras de Juan Pablo II en Méjico: La fe es un ejercicio de búsque­da, de aceptación, de coherencia y de constancia.

En fin, que un creyente como tú quieres ser, no puede vivir pasiva­mente su fe.

La Iglesia nos proclama la palabra del Señor. A nosotros nos corres­ponde encarnarla, vaciándonos de nuestras seguridades y abriéndonos a la creatividad de cada día que, incubada por el Espíritu, depende de nues­tra libertad.

Harás un flaco servicio al partido si, a pesar de tus acciones de mili­tante, adoptas la misma actitud pasiva.

En una de tus cartas me hablabas de la actitud ambigua de Carlos, tu compañero de militancia. Te parecía que en él lo político eclipsaba lo cristiano. ¿Habrá perdido el equilibrio arriesgado, pero necesario, de los que tenéis esta doble vocación de cristianos y políticos? A veces también lo temo por ti.

El militante-cristiano-político es como uno de aquellos vasos co­municantes que encontramos en los laboratorios. Porque por una parte el ser creyente debe actuar a manera de correctivo de los defectos del par­tido y potenciar lo que en él hay de verdad y de bien. Por otra, el ser político debe ampliar y purificar el campo operativo de la fe, vivida tanto a nivel personal como comunitario.

El partido puede ofrecerte una manera real y concreta de servir al hombre. Y el camino de la Iglesia, de los creyentes, pasa por el hombre. Nos lo acaba de recordar Juan Pablo II en su encíclica. Pero, a su vez, la fe da al hombre su verdadera dimensión: la trascendente; dimensión que el político jamás puede olvidar.

Libérate de todos los complejos

Me dices que tu participación en la última campaña electoral te ayudó definitivamente a liberarte de los complejos que tenías de ser el bicho raro entre tus parientes. Ahora te sientes una persona normal. Es mejor así. La democracia va llegando hasta los rincones de los hogares.

Sin embargo, yo creo que te has echado encima otro complejo to­davía más peligroso. Me refiero a tu cristianismo vergonzante. Te da miedo aparecer como cristiano. Lo disimulas. Esto es peligrosísimo. Si realmen­te tienes fe, no sólo actuarás como creyente, sino que tendrás la osadía de aparecer como tal.

Libérate, Valerio, del complejo de ser cristiano. De lo contrario ter­minarás no siéndolo.

Tu militancia política te sitúa en un espacio apasionante, pero difí­cil. Es ahora, pues, cuando, más que nunca, deberías cultivar tu fe.

Y no te avergüences tampoco de tu Iglesia, a pesar de las infidelida­des y desaciertos de sus cristianos, tus hermanos. Al fin y al cabo es Jesu­cristo quien está en ella. El le da pleno sentido. Y de Jesucristo no puedes avergonzarte nunca. Si no, también un día El te negaría ante el Padre.

Recuerda aquello que nos decía Martínez: Aun como institución, dejaría el partido y me quedaría con la Iglesia. Al fin y al cabo es mucho más «demócrata».

La tentación del proselitismo

En todo, sin embargo, conviene evitar la tentación del proselitismo. Es decir: ni debes pescar militantes para tu partido entre los miembros de la comunidad cristiana a la que perteneces, como tampoco debes preten­der bautizar al partido.

Al buen militante político se le exige la misma honestidad que al misionero. La fe nos llega como un regalo de Dios por los caminos del testimonio y de la palabra-invitación-no-impuesta. Así, la Iglesia contará con verdaderos cristianos. A su vez, cualquier partido que presuma de ofrecer una opción política válida sólo debe inscribir entre sus militantes a los no-coaccionados por las promesas, afán de poder o figurar. Tú mis­mo me decías, querido Valerio, que en tu partido hay una inflación de militantes. Que están y no lo son. A la larga, os volverán las espaldas, pasándose quizás al enemigo y atacándoos en vuestros puntos flacos.

Ningún partido puede identificarse con el Evangelio

Me reafirmo, Valerio, en lo que tantas veces te he dicho: eres un apasionado. La pasión puede ser un buen motor para la acción. Pero cuan­do la pasión sube de temperatura, como creo es tu caso, el motor estalla.

Porque decir que todo el que sea consecuente con su fe debe inscri­birse en tu partido o en alguno que se le parezca... es demasiado, Valerio. ¿Acaso pretendes equiparar el Evangelio a tu partido? No, hombre, no. El Evangelio es demasiado amplio, ancho y profundo como para que jamás partido alguno pueda abarcarlo. El Evangelio es perenne. Los par­tidos son relativos. Léete cualquier epítome de historia moderna, y verás.

Con esto no quiero decir que los partidos sean malos. Son, simple­mente, relativos. Y aunque relativos, necesarios. En una sociedad demo­crática juegan el importante papel de la dialéctica que hace avanzar la historia.

Sin embargo, no entiendas que apruebo toda opción política de partido. No. Porque los hay que nos alejan tan descaradamente de la verdad y del bien que no llegan ni a la mínima relatividad.

Los pobres, como criterio

Me imagino que me preguntarás de nuevo: «...pero ¿cuáles son estos partidos? Los obispos, a base de abstracciones, siempre nos dejáis en blanco o nos apuntáis a partidos-fósiles». Creo que era así como te ex­presabas por teléfono hace unos meses. Yo no sé hasta qué punto llevas razón. Lo que sí puedo decirte es que hay un criterio de elección que, por ser evangélico, es certero: los pobres. Esta debe ser nuestra piedra de toque en el momento de hacer opciones políticas o simplemente de vo­tar.

Afiliación al Evangelio

No quiero cansarte más. Pero antes de terminar permíteme una última reflexión.

El compromiso inicial y absoluto de todo cristiano no es la afilia­ción o militancia en un determinado partido político, sino la afiliación al Evangelio y la militancia por los valores del reino de Dios. Ningún cre­yente está excusado. Y si para vivir esta afiliación y militancia evangélica crees que debes militar en un partido, no apagues el candil de tu fe. ¡Cuí­dala! Hay muchos (y éste es el temor que tú sientes por Carlos y yo siento por ti) que de tanto reflexionar, discutir y escribir sobre los valores hu­manos vistos de tejas para abajo, se exponen a perder la visión de la rea­lidad trascendente del hombre. Y perdiéndola, tarde o temprano, de una u otra manera, se llega a negar o lesionar gravemente los mismos dere­chos humanos.

Que la fe, una fe compartida con toda la Iglesia, acompañe siempre tu opción política.

Los misioneros y los caníbales

A pesar de que te admiro, cuando pienso en tu postura política me viene a la memoria aquello que escribió el amigo Cañizo: Los antiguos misioneros que iban a predicar a los caníbales, los convertían o eran de­vorados.

Di a Mercedes que continúe teniendo paciencia contigo. Que lleva razón en preguntarse si te has casado con el partido o con ella. Además, a ella y al pequeño Jorge les conviene el aire del parque. Sácalos a pasear. Que estas pequeñas cosas se te olvidan, Valerio.

Un abrazo,

Málaga, Abril de 1979. 

Autor: Mons. Ramón Buxarrais

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