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Semblanza de José Burgos Quintana

Publicado: 23/02/2012: 9139

Texto de la semblanza pronunciada en el funeral del sacerdote diocesano José Burgos Quintana. Fallecido a la edad de 79 años y oriundo de Cuevas de San Marcos.

 En la eucaristía de ayer jueves después de ceniza al comienzo de la Cuaresma, la Iglesia nos ofrecía como primera lectura el pasaje del Deuteronomio 30,15-20 “Mira hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, vivirás y crecerás, el Señor tu Dios te bendecirá. Elige la vida y vivirás, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra”. Son palabras de  Moisés al corazón del Pueblo para que nunca se olvide de las obras hechas por Dios en su favor y para que viva a la altura de la elección divina. Es lo que desde pequeño hizo D. José, escuchar al Señor, elegir la vida y pegándose a él servir como sacerdote durante estos cincuenta y cinco  últimos años de su existencia. Demos gracias a Dios que sigue siendo bueno con su pueblo, y enriqueciéndolo con tanta fidelidad.

Nacido en Cuevas de San Marcos, pueblo que ha dado tantas vocaciones sacerdotales y  a la vida religiosa,  en Septiembre de 1.932, tuvo desde pequeño quien le iniciara en la fe, sus padres, no en vano tres de sus hijos se consagraron al Señor y a la Iglesia: D. José el  mayor y único varón,  una religiosa contemplativa y Águeda en la Institución Teresiana. Tiempos en que las familias eran no solo de buenas costumbres sino cristianas de convicción.

D. José sube al seminario siendo muy joven, casi niño, pero con la ilusión de  que Dios le llama a algo grande, ser sacerdote, pues sabemos que el Señor llama cuando quiere y a D. José lo llamó a trabajar en su viña muy de mañana. En el Seminario falta casi de todo pero esta cimentado en una espiritualidad de un santo Obispo D. Manuel y los formadores suplen con su entrega y su ejemplo lo que de material falta. Fue buen estudiante pero tuvo  grandes cualidades: el futbol, Pepe Burgos jugaba de defensa, pequeño pero aguerrido y la música perteneció a la Escuela Cantorum llegando a ser sochantre. Nunca le abandonaron estas dos pasiones, sobre todo la de la  música y el canto siempre presente en sus celebraciones. Le apodaron el Sequillo, por cuestiones de las penitencias cuaresmales de aquella época y por sus salidas llenas de ingenio.

Ordenado un 13 de Mayo de 1956 por D. Emilio Benaven, junto con 19 diáconos más, ha sido la tanda más numerosa de ordenados en nuestra Diocesis. Comienza su andadura sacerdotal y la obediencia. Su disponibilidad  le lleva a varios destinos: misionero rural en Vélez Málaga, párroco de Algatocin, Campillos como vicario parroquial, pero fue en Coín donde con mucho esfuerzo de viajes a Málaga con sus seiscientos consiguió construir el templo de S. Sebastián. Pero el corazón de D. José era libre y soñaba alto, no solo no le asustó la propuesta sino que la acogió lleno de gozo, marchó a Venezuela: ochos años en la Inmaculada de Güiria de la costa y dos en Santa Catalina de Carupano, allí hecho raíces, hizo amigos que aún conserva y no estuvo solo, su hermana Rosario dio también el salto misionero y le acompañó los diez años. Cuanto afán para llegar a todos por caños y por mar, para que a los más pobres les llegase el anuncia de que son los preferidos del Padre y de que no están solos, Jesucristo es amigo que nunca falla.

Cercano a sus compañeros, el obispo confió en él y le nombró vicario episcopal de Ronda y después de Melilla, en tiempos diferentes. El obispo necesitaba al hombre de confianza que le hiciera presente en comarcas amplias de la Diócesis y D. José cumplió a cabalidad. Todos en la ciudad autónoma y en la del Tajo lo recuerdan por su servicialidad siempre, a cualquier hora y para cualquier trabajo. Como párroco del Socorro tiene que sustituir a D. Jose Parra, no es tarea fácil y por último párroco de los Boliches. Cuantos cristianos lo recuerdan porque supo oír, servir y ayudar siempre con alegría. Su cercanía ha sido siempre ánimo para quien se acerca a él.

Pero quizás hermanos, los años más fecundos del ministerio de D. José hayan sido los ha vivido crucificado en su silla de ruedas, el discípulo no puede ser más que el maestro. Sobre todo por el mucho amor que ha  generado a su alrededor. Cuando uno lo visitaba, a pesar de su mente rota y con sus recuerdos perdidos, mantuvo sus ojos vivos, parecía que buscaba en su tortuosa mente alguna pista para reconocerte, pero sobre todo su mirada fue ganando en limpieza, bondad y una cierta dulzura mezclada con algo de pena, como miran los niños cuando se dan cuentan que no han podido estar a la altura. Y sobre todo el amor que ha recibido, en primer lugar de las Hermanitas de los Pobres que durante estos años de su enfermedad le han querido y tratado como ellas solo saben, porque saben que cuando tratan a un anciano están tocando nada más ni nada menos que al Señor. Y sus hermanas todas las cinco, las doñas como él os llamaba, cuanto le habéis querido y cuanto os amaba él, habéis sido fieles hasta el final, sacrificando todo cuanto fue necesario para que a D. José no le faltara nada, cada día a la hora de comer y a la hora de acostarlo. todo el presbiterio de Málaga os agradece tanta generosidad pues lo que se le hace a un hermano sacerdote nos enriquece a todos los presbíteros.

Pero por muy grande que haya sido vuestro amor, quien de verdad le ha amado y sostenido en su regazo y cada noche acurrucado en su  pecho ha sido el Señor, por eso ha vivido y ha muerto en paz. El Señor de quien ahora D. José habrá escuchado las palabras que todos deseamos oír el día de nuestro encuentro con él, pero especialmente los sacerdotes: “Muy bien, empleado fiel y cumplidor. Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho, pasa al banquete de tu Señor” Mt.25, 23. Por ello oramos en esta Eucaristía y al mismo tiempo damos gracias por nuestro hermano Pepe Burgos que nos hizo comprender algo de la bondad y la ternura de nuestro Dios.

Parroquia de Santo Ángel

Antonio Collado Rodríguez,  Delegado para el clero

Autor: Antonio Collado Rodríguez

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