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Santo súbito.

Publicado: 29/04/2011: 5020

Con esta expresión italiana: ¡santo ya!, el pueblo congregado en el funeral de Juan Pablo II expresaba su convencimiento de que estaba asistiendo a un acontecimiento histórico. A propósito de la beatificación el sacerdote diocesano Alfonso Crespo Hidalgo ha elaborado esta reflexión.

 

         No sólo se enterraba a un Papa de una altura y profundidad grandiosas, de un pontificado extenso e intenso, sino que se comenzaba a tejer una nueva presencia de su persona entre nosotros: el ejemplo de vida y la riqueza de las enseñanzas de un hombre ejemplar, no podían quedar encerradas en aquel austero ataúd.

         La declaración de santidad (la proclamación de beato, es un paso previo) corresponde al Sumo Pontífice, después de un arduo proceso, en el que se analiza la vida y obras de la persona propuesta. Solemos estar acostumbrados a asistir a la proclamación de santos y beatos no contemporáneos a nosotros; sin embargo, últimamente, dos personajes de nuestra propia historia, a los que hemos visto y oído, han sido proclamados beatos y propuestos como ejemplos de santidad para toda la Iglesia: la madre Teresa de Calcuta y el ahora beato Juan Pablo II. Y el asentimiento general ha sido un refrendo a la decisión del Pontífice que certifica el proceso minucioso y meticuloso que se sigue en las “causas de los santos”.

         A lo largo de estos días podremos leer muchos comentarios sobre la personalidad de Juan Pablo II: sobre la magnitud de su magisterio; sobre la grandeza de su actividad pastoral, en concreto de sus múltiples viajes apostólicos; sobre su capacidad de comunicar y conectar con las masas y de su deslumbrante fascinación en los jóvenes; de su ejemplo en la enfermedad, de su saber morir: no ha habido en la historia una crónica más exhaustiva y mediática sobre la enfermedad y muerte de un humano.

         Pero no puede pasar desapercibido, para cada uno de nosotros, que esta beatificación, y la de la Madre Teresa, nos pueden dejar diversas lecciones para nuestra vida espiritual. Señalo algunas:

         1ª) Al ser contemporáneos y conocer al beato, nos acerca la santidad a las dimensiones humanas y a las coordenadas del tiempo y del espacio: ser santo no es ser extraterrestre, el santo es un hombre, una mujer de carne y hueso, como yo; sujeto a las limitaciones humanas, encerrado en la debilidad temporal; al que he podido ver y oír e, incluso, contemplarle en el declive de una vida que se deshace hasta la muerte.

         2ª) Al conocer su vida, descubrimos que la santidad no tiene por qué ser fruto de un acto de heroísmo puntual, p. e. el martirio. Se fragua la santidad en el vivir diario: se es santo, viviendo santamente todos los acontecimientos cotidianos, los más sublimes y los más sencillos, los más públicos y los más íntimos, los más favorables y gratos y los más contrarios e ininteligibles. Conocemos como un santo no lo tiene fácil: lucha, duda y afirma su fe, pierde y conquista la paz… la santidad no es una serena posesión sino una conquista ardua. Casi siempre, se conoce mejor al santo después de muerto, cuando los testimonios de los que han convivido con él, nos van descubriendo los secretos de su vida, casi siempre más rica en la intimidad que en la apariencia pública.

         3ª) Cada beato, cada santo, es propuesto por la Iglesia como modelo a seguir en alguno de los aspectos de la vida cristiana. Ser devoto de un santo es preguntarme ¿en qué puedo imitarle? ¿Qué me ha mostrado que pueda servirme para mi vida espiritual? Sólo Dios es Santo, el Único Santo, pero ha querido derramar su gracia abundante en personas que se nos presentan como modelo a seguir en algunos aspectos de la vida cristiana. Un santo, arrastra a otros a ser santos. La devoción o admiración por un santo, debe empujar siempre al deseo de imitarle.

         4ª) ¿Qué nos muestra el beato Juan Pablo II? ¿En qué podríamos imitarle en estos momentos de la vida de la Iglesia, que nos ha tocado vivir? Señalaría tres sugerencias:

         - Primero, imitar su entrega a la vocación recibida: se deshizo hasta el final, se gastó como una mecha, en el ejercicio del pastoreo, apacentando la Iglesia, hasta el último aliento. ¿Recordáis, cuando casi no le salían las palabras y todos empujábamos con nuestro aliento para hacerlas más inteligibles? ¡Que ejemplo sus últimos viajes, casi sin poder moverse! No se apuntó a una cómoda jubilación, ni eludió las responsabilidades inherentes a su ministerio.

         Preguntémonos: ¿No estamos, nosotros, demasiado instalados en un jubilación placentera, a veces anticipada, y eludiendo responsabilidades?

         - Segundo, dejarnos llevar por su entusiasmo y optimismo, que no brota de una falsa ilusión sino de una profunda fe. ¡No tengáis miedo! será una de sus frases favoritas. ¡Abrid las puertas a Cristo! voceará, especialmente a los jóvenes. Juan Pablo II fue un hombre de profunda esperanza, fruto de una fe viva y firme, “arraigada y edificada en Cristo”.

         Pensemos: ¿Mi fe es firme y convencida, hasta tal punto que promueve un estilo de vida cargado de esperanza?  ¿Somos seguidores del Resucitado y damos valiente testimonio de Él o más bien nos hemos quedado “encerrados en el cenáculo de la comodidad por miedo a los de fuera? Reflexionemos si resuenan en mí, como un impulso a seguir evangelizando, las palabras emblemáticas del pontificado de Juan Pablo II: ¡No tengáis miedo! ¡Abrid las puertas a Cristo!

         - Tercero, alentémonos  mutuamente a conocer mejor su mensaje y sus enseñanzas. Por lo regular se suele jalear más al Papa que leerlo. A veces, somos devotos de un falso culto a una persona sin que nos afecten y nos hagan reflexionar sus enseñanzas. El Magisterio de Juan Pablo II es ingente en todas las dimensiones del pensamiento: sobre el misterio de Dios, sobre la antropología humana, sobre la pastoral del matrimonio y de la familia, sobre la Doctrina Social de la Iglesia, sobre la identidad de las distintas vocaciones dentro de la comunidad eclesial, los mensajes a los jóvenes en las Jornadas Mundiales de la Juventud… Ciertamente, marcará una época de la Iglesia.

         Reflexionemos: ¿Conozco el magisterio del nuevo beato? Ciertamente es el Magisterio de la Iglesia de siempre, pero el Papa Juan Pablo II lo ha revestido de cercanía y de un lenguaje actual. A él, le ha tocado concretar muchas de las directrices del Concilio, la gran fuente inmediata de nuestros conocimientos sobre la fe. ¿Por qué no hacer un compromiso de lectura de algunas de sus encíclicas y exhortaciones post sinodales?  Los grandes personajes, siguen vivos en sus enseñanzas.

         Sólo nos resta dar gracias a Dios porque nos bendice con la presencia entre nosotros de personas excepcionales, que nos recuerdan que los santos no son de otra época, que la santidad no está sometida a las coordenadas de un tiempo y de un espacio. Todos estamos llamados a ser santos por nuestro Bautismo (“bautizado, luego santo”, repetía el beato D. Manuel González)  y, con la gracia de Dios, ¡podemos serlo!

Autor: diocesismalaga.es

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