NoticiaSacerdotes La vida de un cura, a vista de pájaro, en la revista Xtantos Antonio Castilla tocando uno de los órganos de la Catedral de Málaga Publicado: 09/04/2021: 12661 Testimonio El periódico Xtantos que edita la Conferencia Episcopal Española y que se distribuye en todas las parroquias de España publica en sus páginas centrales un reportaje sobre el día a día de un sacerdote malagueño, concretamente de Antonio Castilla, vicario parroquial de Santa Rosa de Lima y capellán del Hospital Clínico donde atiende a los enfermos de Covid-19. Es el único capellán autorizado para atender a los enfermos de covid-19, al que asegura no tener miedo: «Le tengo respeto, sí, pero me ayuda mucho el testimonio del personal sanitario, su generosidad, su entrega» Reproducimos el reportaje que está también disponible en este enlace de la campaña Xtantos El cielo y la tierra, el aire y el suelo. La vida del sacerdote Antonio Castilla (Málaga, 1983) es un continuo ir y venir entre estas dos grandes pasiones sobre las que discurre su misión de llevar a los hombres a Dios y a Dios a los hombres Muy pegado al suelo, como capellán del Hospital Clínico Universitario Virgen de la Victoria, de Málaga, al sacerdote Antonio Castilla le toca acompañar las realidades más duras, las horas más difíciles de muchos enfermos. Como vicario parroquial en la parroquia malagueña de Santa Rosa de Lima, conoce de cerca otras muchas realidades. La infancia y la juventud, por ejemplo, que atiende desde los grupos de iniciación cristiana. O la de los mayores, que encuentran en la parroquia el consuelo y el alivio de la soledad en estos tiempos de pandemia. O la de la pobreza, que trata de paliar desde el despacho de la Cáritas parroquial. Muy pegado al cielo, Antonio encuentra en la eucaristía «lo más grande que tenemos, un momento privilegiado para el encuentro personal con el Señor». En el aire también está el lugar donde disfrutar de sus otras grandes pasiones: la música y la aviación. Con su título de piloto bajo el brazo, de vez en cuando puede «contemplar el mundo desde la perspectiva de Dios»; sus estudios de violonchelo y órgano le llevan a llenar la atmósfera de sonidos que invitan a «conectar con el misterio de lo trascendente». Su día a día comienza nunca más tarde de las 8 de la mañana. A la luz del rezo de laudes, sitúa el día, repasa su agenda, desayuna, mira los digitales para estar al tanto de cuanto ocurre y sale a la calle a atender sus distintas obligaciones. Comparte la capellanía del hospital con otros sacerdotes, pero la cercanía de su domicilio al Clínico hace que esté siempre atento a las urgencias. Además, es el único autorizado para atender a los enfermos de covid-19, al que asegura no tener miedo: «Le tengo respeto, sí, pero me ayuda mucho el testimonio del personal sanitario, su generosidad, su entrega. Personas que están horas y horas en contacto con el virus pero que no dejan de hacer su tarea. Verlos a ellos es un revulsivo que me hace meterme en las habitaciones de estos enfermos sin ningún problema. Estamos en manos de Dios». La visita a todo tipo de enfermos le hace descubrir a Dios, que está al lado de los que sufren. «Con mi presencia, la familia percibe que, efectivamente, hay algo más allá de lo material». Es lo que cuenta Jesús Pugés, hijo de Julia, una enferma a la que Antonio acompañó en sus últimas horas: «Llegué a sentir envidia de él porque, cuando llegaba, mi madre sentía una tranquilidad y satisfacción que yo no era capaz de darle. Recuerdo momentos en los que ella estaba más apagada. Cuando aparecía Antonio, yo salía de la habitación por respeto y, al volver a entrar, mi madre tenía otra luz en la mirada, otro carácter, otra fuerza. Jamás podré estar suficientemente agradecido a Antonio por la entereza que le dio a mi madre y que la llevó a morir sonriendo». Tras el hospital, Antonio encuentra hueco algunos días para estudiar órgano. «Desde pequeño me tiraba el arte. Así que me matriculé en el conservatorio, y ahora estoy ya acabando el grado elemental de violonchelo. Hace unos años, el entonces vicario general me transmitió que querían que estudiara órgano. Lo asumí con alegría, aunque aceptando que mi tiempo es el que es. Me preparé concienzudamente y superé la prueba de ingreso al grado superior con ayuda de Dios, porque todo esto es obra de Él. Así que ahora estoy cursando también primero de órgano en el Conservatorio Profesional de Música». Su amigo Rubén Camacho, organista, valora mucho el esfuerzo de Antonio en el campo musical: «El órgano necesita mucho estudio. Es como una gran orquesta manejada por una sola persona. Espero que, más pronto que tarde, sea esa persona que tiene en sus manos y en sus pies el manejo de esa orquesta». Algunos días, acude a practicar a la Catedral de Málaga, que cuenta con dos joyas de la organística barroca, dos impresionantes órganos gemelos, con más de 4.000 tubos cada uno. Para él, la música en la liturgia es importantísima. «Imagínate una película sin música. Star Wars, por ejemplo, perdería absolutamente su fuerza, su dramatismo. En la celebración, la música sacra potencia todo. Con mis limitaciones, procuro que esa expresión musical sirva para la alabanza a Dios, para el encuentro personal con Él». Pero entre sus gustos musicales no están solo Bach o Händel, sino también el folclore de otros lugares del mundo o la música pop actual. «Oigo de todo. Esta misma mañana, por ejemplo, me he conmovido con una canción de Pau Donés que no había escuchado, «Eso que tú me das». ¿Cómo me había yo podido perder esto? Es una maravilla de canción de acción de gracias por la amistad». Tras comer en casa en familia (vive circunstancialmente junto a sus padres, mayores, y a un hermano enfermo), la tarde está dedicada a la parroquia de Santa Rosa de Lima adonde fue enviado hace solo unos meses. Ordenado en 2009, comenzó su ministerio en cuatro pueblos de la serranía de Ronda: Igualeja, Cartajima, Pujerra y Parauta. Posteriormente, fue destinado a Vélez-Málaga, a la parroquia de San José y como capellán del hospital comarcal. Su actual destino es relativamente reciente, tras varios años como adscrito a la parroquia de San Fernando, también en la capital malagueña. En esta parroquia fue donde Jesús Juárez, actual feligrés suyo, lo conoció: «En realidad, lo había conocido antes –recuerda–, en una charla que vino a darnos como seminarista cuando yo estaba en el colegio. De eso, él ni se acuerda. Pero en San Fernando descubrí algo que me impresionó. Yo trabajaba como educador de Cáritas en Los Asperones, la barriada más pobre de Málaga, y me gustó mucho la forma en la que trataba a la gente de allí. No hacía distinción entre si eras de Asperones o de Teatinos (otro barrio también perteneciente a la parroquia, pero de un nivel socioeconómico muy diferente). Esa forma de entendernos a todos como hijos de Dios con la misma dignidad, tratar igual al hijo del alcalde que al hijo de un chatarrero, es una maravilla que le agradezco enormemente». Jesús es catequista de jóvenes de la parroquia de Santa Rosa. «Cuando nos vamos a jugar al pádel con los chicos, él se implica, se viene con nosotros. Quieren que los demás descubran a Dios, pero respetando los distintos procesos. Su forma de evangelizar es dejándolos a tiro de piedra de Dios». Se nota que en su nueva parroquia los jóvenes son su debilidad, y así lo reconoce: «Hay un montón de grupos. ¡Es una gozada!». Lo cierto es que está atento a todas las realidades cultivadas desde hace décadas por su actual párroco, Miguel Vega: «La riqueza de esta parroquia es enorme y las personas mayores, que son las que fundaron esta comunidad tan viva, son un testimonio de cómo sostener la fe a pesar de la pandemia. Son fieles a la misa diaria, a la oración… Nos miramos en ellos y nos estimulan». A pesar de ser aún un recién llegado, ha sido muy bien acogido. María Fernández, del equipo de liturgia, lo considera un sacerdote «muy cercano, involucrado en todos los grupos» Y afirma sentirse muy enriquecida con su actitud y buen hacer: «Sus palabras y explicaciones hacen que aumente más mi cercanía a Dios». Eucaristía, confesiones, atención personal a todo el que se acerca… Así transcurren las últimas horas de la tarde en la vida de Antonio. Al acabar la jornada, aún hay tiempo para echar un vistazo a alguna serie, aunque reconoce que «requieren una fidelidad que yo no tengo y muchas veces me falta tiempo para seguirlas». Tras repasar de nuevo la prensa y llevar a la oración la situación del mundo y de las personas con las que se ha cruzado a lo largo del día, llega el momento de dormir. Seguro que, durante sus sueños, como cuando se pone a los mandos de su avioneta, Antonio se siente pequeño mirando su vida frente a la inmensa bondad de Dios. Allí reúne fuerzas para seguir siendo, un día más, el cielo en la tierra y la tierra en el cielo.