NoticiaEntrevistas P. Amedeo Cencini: «La formación del clero abarca toda la vida» El P. Amedeo Cencini en las Jornadas de Formación Permanente del Clero en la Casa Diocesana // E. LLAMAS Publicado: 21/11/2017: 18495 El clero de la Diócesis de Málaga celebró los días 8 y 9 de noviembre las Jornadas de Formación Permanente. El ponente de dichas jornadas fue el P. Amedeo Cencini, religioso canosiano, psicólogo, experto en espiritualidad sacerdotal, vida religiosa y pastoral vocacional. ¿De dónde surge la necesidad de formación del clero? De la naturaleza de su vocación, porque el presbítero está llamado a tener en sí los mismos sentimientos de Cristo Jesús, el Buen Pastor. Esto es un proceso educativo que abarca toda la vida, inevitablemente. La formación ha sido entendida, durante mucho tiempo, como imitación de la conducta, de los comportamientos de Jesús, un modelo correcto teológicamente, ahora entendemos la formación más como identificación con el mundo interior de Jesús, que es el Buen Pastor. La formación no puede ser reducida a un tiempo limitado de la vida, a la juventud, pues si se trata de tener en nosotros los mismos sentimientos, las mismas vibraciones del corazón, la sensibilidad del Hijo, la formación abarca toda la vida, hasta el día final de la muerte. ¿Hay alguna etapa en la que sea más necesaria dicha formación? Decimos que la formación inicial es el momento inicial de esta aventura, pero no puede pretender dar totalmente esta formación. Nunca el Seminario ha formado un presbítero, es la vida la que forma al presbítero, más correctamente, es el Padre Dios el que forma el corazón del Hijo en el presbítero, a través de la vida. Eso sí, es importante que la persona esté disponible para hacer esto. Hay un término latino que lo define muy bien: la persona "docibilis", que significa una persona que esté disponible a aprender la vida, a través de la vida y para toda la vida. ¿Cómo podemos ayudar los laicos en la formación del presbítero? El laico tiene también la vocación de tener en sí, conformarse progresivamente, a los sentimientos del Hijo, según su situación, su estado vocacional, su familia, su responsabilidad con la educación de los hijos. En la medida en que el laico vive plenamente su vocación, ayuda al presbítero y viceversa. En la Iglesia, todas las vocaciones se buscan: una necesita a la otra, una ilumina a la otra, una tiene necesidad de la otra, una ayuda a la otra y le provoca ser fiel a sí misma… en la Iglesia de Dios todos somos llamados, todos somos responsables de la vocación de los otros. Es una responsabilidad común y recíproca. ¿Se dejan acompañar los sacerdotes? Buena pregunta. Una persona “docibilis” es una persona humilde e inteligente, dos virtudes que van de la mano, de manera que comprende que necesita ser acompañado y que también puede ser acompañado por un laico, ¿por qué no? Con realismo decimos que no siempre el sacerdote tiene esa “docibilitas”, esa libertad de ser acompañado. Desde su experiencia, ¿cómo valora los procesos de formación permanente que ve en las Diócesis? En realidad, hablamos mucho de la formación permanente, pero sobre todo como cursos extraordinarios que se hacen, de vez en cuando, en las diócesis. Pero la auténtica concepción de la formación permanente es que se trata de un proceso diario, normal, ordinario, en el día a día de su vida. El lugar de la formación permanente del presbítero es su parroquia y su gente es el formador del presbítero. Un presbítero que ha sido enviado a una parroquia puede estar seguro de que, en aquella parroquia, Dios Padre no le hará faltar nada para su formación. Es un desafío y una gracia providencial del cielo. En ese proceso de formación permanente, ante una etapa de dificultad y crisis es más fácil superarla. El presbítero debería saber que en su Diócesis tiene la posibilidad de ser ayudado, que no es un escándalo encontrarse en un momento de crisis y de dificultad; escándalo sería que en una Iglesia particular, la persona no pudiera encontrar a nadie que lo pueda ayudar, eso sí sería escandaloso. Formación permanente significa dar la certeza al presbítero de que, en cada caso, momento y dificultad de su vida puede encontrar una ayuda en su Iglesia, que es su madre.