A raíz de lo que estamos pasando habrá que preguntarse si será posible alumbrar una nueva y mejor manera de vivir. Considero que de un mal común, como es el azote del Covid-19, podemos aprender y para bien. Pero no hay tiempo que perder. Vivimos un momento histórico frágil de inciertas consecuencias, por lo que de novedoso tiene una pandemia globalizada en pleno siglo XXI, donde el coronavirus se está cebando con la población de los países más pobres; recordemos que no solo el coronavirus está instalado en Málaga sino que se pasea a sus anchas por el mundo.  Habitamos un tiempo transversal que trasciende fronteras y políticas. Y que evidencia un mundo herido.

Por eso es importante reflexionar sobre qué podemos aprender de esta pandemia.  De entrada que somos frágiles, menos fuertes de lo que pensábamos.  También que nuestro sistema no está preparado para afrontar importantes crisis sanitarias.  O que la inversión en investigación es clave para llegar a tiempo a la urgencia del momento. Pero también esta situación ofrece una importante reflexión sobre el principio de precaución; el gran ausente en la fase inicial de la pandemia. De hecho, ha estado totalmente ausente a nivel colectivo; esto ha hecho que las sociedades sean extremadamente vulnerables: yo me cuido, pero el que tengo al lado no importa tanto.  Por este principio el país que salvó un poco el estado de bienestar y por extensión el bien común resultó ser más fuerte.

Ojalá no olvidemos las lecciones de estos meses. Aún estamos a tiempo de mejorar; en particular en el ejercicio de la política: pongámonos de acuerdo para afrontar una crisis sin precedentes, más allá de intereses electorales.