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Santa María de la Victoria, patrona de la Diócesis (Catedral-Málaga)

Imagen de Santa María de la Victoria por las calles de la capital · Autor: FENOSA
Publicado: 08/09/2016: 10415

SANTA MARÍA DE LA VICTORIA,

PATRONA DE LA DIÓCESIS

(Catedral-Málaga, 8 septiembre 2016)

Lecturas: Ap 12,1-3.7-12 ab.17; Sal 44,11-12.14- 18; 1 Co 15,20-27; Lc 1,39-56.

Dimensión mariana de todo discípulo de Cristo

1. Celebramos hoy con alegría desbordante la fiesta de nuestra Patrona, Santa María de la Victoria. Deseo reflexionar con vosotros sobre la importancia de la dimensión mariana en nuestra vida de cristianos. 

El libro del Apocalipsis, que hemos escuchado, nos ha presentado «una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). Esta mujer es María, la Madre del Señor, que está llena de luz porque llevó al Hijo de Dios en sus entrañas y fue inmaculada desde el instante de su concepción. Ella fue revestida de inmortalidad y adornada de todas las virtudes. La luna y las estrellas, que la rodean, son un pequeño signo de su hermosura y grandeza.

Esta mujer es victoriosa, porque su linaje, Cristo, ha vencido al diablo y sus ángeles (cf. Ap 12,9). Gracias a la victoria de Cristo se ha establecido la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios (cf. Ap 12,10). El género humano goza de esta victoria contra el mal (cf. 2 Co 2,14). Los cristianos somos partícipes de esta hermosa herencia; por eso nos alegramos y también se regocijan los cielos y los que habitan en ellos (cf. Ap 12,12), como dice el Apocalipsis.

La Santísima Virgen María, presente en la Iglesia como Madre del Redentor, participa maternalmente en la dura batalla contra el poder de las tinieblas (cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 37), que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana.

María está con la humanidad, porque forma parte de ella, en esta batalla contra el mal. Vamos a pedirle que ella nos ayude. Os invito a repetir conmigo. (Los fieles repiten frase por frase esta oración): “¡Santa María de la Victoria, ayúdanos en nuestras tribulaciones, confórtanos en las tentaciones, confírmanos en las dudas y consuélanos en los momentos de sufrimiento! ¡Concédenos con tu Hijo Jesucristo la victoria sobre el mal!”

2. Todo cristiano, como hijo adoptivo de Dios, recibe en el bautismo el sello del Espíritu y la vestidura nueva de Jesucristo (cf. Gal 3,27). Al nacer vamos “vestidos” de la naturaleza humana, dañada por el pecado; al ser bautizados no se elimina la naturaleza, sino que se nos reviste de Cristo, para cubrir la desnudez y la fealdad del pecado y rehacer la naturaleza humana. De este modo quedamos marcados de manera indeleble para siempre. Este don permite al cristiano vivir, pensar (cf. 1 Co 2,16) y actuar como Cristo, como recuerda san Pablo: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús» (Flp 2,5; cf. Rm 15,5).

Cristo, hermano nuestro de adopción, nos ha regalado a su Madre como madre nuestra, cuando dijo en la cruz dirigiéndose a María: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26) y al apóstol Juan: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). El discípulo Juan la recibió como algo propio; y nosotros somos invitados hoy a hacer lo mismo; es decir, acoger a la Virgen, Santa María de la Victoria, como verdadera madre nuestra.

Las madres se vinculan a sus hijos de por vida, aunque los hijos o ellas mismas renunciaran a ese amor; pero su vinculación es para siempre. Ellas conservan su vínculo materno que perdura a través del tiempo; ellas quedan como marcadas por la presencia de sus hijos en su seno. Dicen los científicos que algunas células de sus hijos permanecen siempre en la madre. La maternidad determina una relación única e irrepetible entre la madre y el hijo; cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible.

Esa es la grandeza del hombre; no somos dos iguales en toda la historia de la humanidad. Cada uno de nosotros somos hijos de Dios únicos. Desde esta irrepetibilidad o particularidad podemos dirigirnos a la Virgen pidiéndole que nos acoja como hijos. Repetid conmigo: “¡Santa María de la Victoria, acéptanos como hijos, como hiciste con Juan evangelista! Somos conscientes de nuestra pequeñez y de nuestra miseria; pero tu corazón de madre es capaz de amarnos, a pesar de nuestras infidelidades y pecados”. (Los fieles repiten frase por frase esta oración).

3. Siendo hijos de Santa María de la Victoria llevamos marcada en nuestra existencia espiritual la dimensión mariana. Lo que caracteriza la unión de la madre con el hijo en el orden de la naturaleza se puede aplicar en el orden de la gracia o sobrenatural.

“La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre (...). La dimensión mariana de la vida de un discípulo de Cristo se manifiesta de modo especial precisamente mediante esta entrega filial respecto a la Madre de Dios, iniciada con el testamento del Redentor en el Gólgota” (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 45).

Se trata de acoger a la Madre del Señor no solo en la simple hospitalidad hogareña, sino más bien tener una comunión de vida que se establece entre los dos, como dice san Agustín, refiriéndose al apóstol Juan:

“La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura” (In Ioan. Evang. tract. 119, 3).

La dimensión mariana de todo discípulo de Cristo es esencial a su ser cristiano. Algunas congregaciones religiosas, movimientos, asociaciones, cofradías y comunidades cristianas pueden tener una devoción particular a la Virgen María. No se trata solamente de esto; la dimensión mariana de todo cristiano es mucho más profunda que una simple devoción; forma parte esencial de su vida cristiana. 

Queridos cofrades y devotos de Santa María de la Victoria, ¡vivid la relación filial con la Madre del Señor como algo esencial e imprescindible en vuestra vida! No se trata solo de hacer algunos actos devocionales durante el año; se trata más bien de vivir arraigados en una auténtica y verdadera relación filial con la Madre del Redentor.

Le pedimos a la Virgen que lo podamos vivir de este modo. Repetid conmigo: “¡Santa María de la Victoria, concédenos ser tus hijos queridos! Permítenos estar siempre a tu lado en las alegrías y en las penas; y que tu presencia llene siempre nuestro corazón”. (Los fieles repiten frase por frase esta oración).

Pedimos hoy en su fiesta a nuestra querida Patrona, Santa María de la Victoria, que interceda por todos nosotros, para que seamos verdaderos hijos de Dios, escuchando su Palabra y obedeciendo su voluntad, como ella hizo. Y que, como Madre nuestra, nos acoja en su regazo y nos ayude a dar testimonio firme de la fe recibida y del gran amor que Dios nos tiene y también de la esperanza cristiana. ¡Santa María de la Victoria, ruega por nosotros! Amén.

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