NoticiaColaboración "Naquerando" con Dios, por J. L. Navas Publicado: 15/02/2013: 3025 Nunca, nadie ha podido meter el cante en partitura. Ni la grandeza de la Seguiriya o la humildad de un fandango, que son emociones, caben en las angosturas del pentagrama. Tanto los cantes de poniente que nacieron entre Cádiz y Jerez, o los de Málaga, las dos cunas de todos los estilos, fueron , desde el principio, música trashumante en noches de hambre y relente. Se desarrollaron por los cruces de caminos o bajo emparraos de cortijos trajineros. Después, buscaron techo y, como dice Garcia Lorca, marcharon desde las cuevas a los “Tablaos” con las “guitarras abiertas”. Jose Mercé tiene en la garganta el “do” y el “fa” de unos y otros. Sí; el cante es cosa del ser humano solitario, un suspiro que enfrenta al hombre consigo mismo y con sus propias facultades. Y recurre a Dios, al Dios de los pobres, al que llama: “¡Manué, Manué!” como aquella copla que reza: “ No te rías compañero de que solito hable yo, que el hombre que habla solo, naquerando está con Dios”. Y siente temor ante su pequeñez y la inmensidad del universo: “Yo no le temo a la muerte que la muerte es naturá; le temo a las cuentesitas que a Dios le tengo que dar”. En medio de una costelación de supersticiones, cantó “El Planeta”, el primero de los cantaores, pero todo el mundo sabe que, allá, en las nebulosas de los orígenes, el cantaor o la cantaora “por derecho” apelaba siempre al “Niño Manué. La Pirula de Málaga, a las puertas del Chinitas, gritaba enardecida: “Dios mio dame pasensia, Dios mío dame pasensia, pá aguantá a este gitano me farta la resistencia” , Luego desapareció.. Nadie volvió a saber de ella… Pero ese es otro cante del que hablaré algún día. Autor: José Luis Navas