Jesús muestra su amor a los discípulos después de la última cena enseñándoles cómo deben servir y amar a los demás.

Pedro no entiende a Jesús: «¿lavarme los pies tú a mí?», no concibe que todo un Dios se humille para limpiarle los pies a una simple criatura como él.

Jesús nos enseña que el servicio a los demás no humilla cuando se hace por amor, al contrario, es prueba de la grandeza de corazón. Ante la respuesta de Jesús: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo», Pedro rectifica y añade: «no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Qué sencillez la de Pedro, qué reacciones tan humanas y qué humildad la suya cada vez que rectifica. No es de extrañar que Jesús quiera contar con Él para edificar su Iglesia a pesar de sus defectos. Pedro se equivoca, sí, pero se corrige; mete la pata ahora y la volverá a meter con las tres negaciones antes de que cante el gallo, y cuando corta la oreja al centurión, y cuando huye de la cruz… Pero Jesús, conoce lo más profundo de los corazones y qué hay detrás de nuestros errores.

Como hizo con sus discípulos, Jesús sigue siendo nuestro servidor, se nos da a través de los sacramentos que nos proporcionan la gracia necesaria para vencer al pecado. Contamos con la confesión para rectificar, y con la comunión para volver a tomar parte con Él. ¿Qué mejor modo de prepararnos para la Pascua que dejándonos limpiar en la confesión?