Los cristianos somos cada día más conscientes de que la Iglesia existe para evangelizar. Eso, en nuestro contexto, significa que ya no basta esperar a que la gente venga a los templos al toque de la campana; hace falta que los cristianos seamos testigos del Evangelio, dando a conocer su alegría en todas partes. Desde el último Concilio, esta llamada se ha repetido con tono de urgencia. El papa Francisco nos ha insistido mucho en algo que debería ser algo más que una definición, algo más que un lema repetido y desgastado: estamos llamados a ser “una Iglesia en salida”, movidos por una “alegría misionera”. Esta llamada se dirige a todos nosotros, pues traduce para nuestro tiempo el impulso que el mismo Jesús imprimió a su grupo de primeros discípulos. Así lo muestra el evangelio de este domingo.

Jesús mismo precede y acompaña a sus discípulos en el aprendizaje de la misión. Infatigable, tras una intensa jornada, Jesús sigue haciendo el bien cuando llegan de vuelta a casa. ¡El amor no descansa nunca! ¿De dónde saca Jesús la fuerza? El secreto está en sus horas de intimidad con el Padre, en la oración con la que inicia el día. “Todo el mundo te busca”, dicen sus discípulos. Ciertamente, también hoy todos necesitan a Jesús, incluso cuando aún no lo saben.

A Jesús lo encontraremos siempre junto a la fuente del amor y en el ejercicio del amor. “Yo para esto he salido”. ¿Y nosotros? De la Eucaristía al servicio de los hermanos, de la oración al testimonio del amor recibido. ¡Buen domingo!