Fue usted miembro del equipo fundador de esta revista y colaborador durante muchos años.

En qué buena hora mi querido amigo D. Juan Antonio Paredes me ofreció colaborar en la fundación de Diócesis... Han sido unos años de reuniones entrañables desde donde lanzar nuestros mensajes cristianos, alto y fuerte. ¡Qué generoso es el Señor!

¿De dónde le viene a usted la vocación poeta?

Mi padre, desde pequeño, me leía muchos poemas. Por él conocí a Salvador Rueda, a Rubén Darío, a Manuel Machado... De adolescente ya me sabía de memoria “La pandereta”, “Leda”, “Adelfos” y muchos más. Fue una semilla que se me clavó en el alma y que me hizo intentar seguir escribiendo.
 

Tantos poemas de fe, ¿por qué?

Un día le dije a la Virgen con todo mi cariño: “Virgen María, amiga, compañera, refugio de mis penas, consuelo y alegría, Madre de mi Jesús y Madre mía, te quiero tanto que si no existieras, mi amor y mi fervor te crearían”. Y ahí está. Desde entonces he dedicado la mayor parte de mis versos a la mística y eso me hace tan feliz por dentro...

Seguro que tiene usted todavía poemas por publicar, ¿cuándo nos invita a la presentación de otro libro suyo?

Los años no perdonan. No me veo con ánimo de presentaciones y de eventos posteriores. Sé que me canso, que me emociono, que lloro con mis poemas. Es por eso por lo que tengo sin editar un libro profano, “Cien sonetos de amor”, y tres místicos, “Qué quiero decir”, “Que sí que nació Jesús”, y mi favorito, “Trascendencia”.
 

Dígame usted un poema que le haya marcado...

Entre mis predilectos hay uno que ha llenado mi vida, que me hace llorar cuando lo leo y que habita en mi corazón. Es el penúltimo de “Trascendencia”, ¿qué le parece si se lo ofrezco hoy a los lectores?
 

Me parece estupendo. Muchísimas gracias, D. Joaquín...
 

Acta est fabula por Joaquín Fernández

Por los años vividos del color de la rosa,

por la luz que le diste a mi oscura mañana,

por el cielo que veo al abrir mi ventana,

por la dicha que tengo en mi entrega amorosa.

Porque veo tus manos al mirar cada cosa,

por quitar de mi pecho la enojosa desgana,

por dejarme que beba en tu clara fontana

y por llenarme el alma de un amor que rebosa.

Por decirme quién eres para siempre encontrarte,

por darme tanta gente en quien puedo mirarte

y por dejar que sane mi piel de tanta herida.

Por saber que mi alma ha de volar ligera

y por estar conmigo en esta dulce espera,

quiero hacerte un regalo que me cueste la vida.