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Jueves Santo, el día de la despedida

Publicado: 04/04/2012: 4486

El Jueves Santo es el día de la intimidad, el día de las despedidas y de las grandes confidencias. Jesús lava los pies de sus discípulos y les dice cosas tan hermosas como éstas: “Ya véis lo que yo he hecho con vosotros, si de verdad queréis ser discípulos míos haced vosotros lo mismo. Lavaos los pies unos a otros”.

Ver a Jesús arrodillado ante sus discípulos para lavarles los pies, es verlo hecho realmente siervo y servidor de todos. Tengo que verlo arrodillado a mis pies, hecho servidor mío, ofrecido por mí, amándome hasta el extremo de entregar su vida por mí. Este amor nos desarma, deja en evidencia nuestras vanidades y nuestro orgullo, nos enseña el verdadero camino de la justicia y de la grandeza de corazón, la humildad y el amor, el servicio, el despojamiento de uno mismo para atender y servir a los demás. ¡Qué pocas veces tomamos en serio el ejemplo del Maestro! Con el lavatorio de los pies, esta tarde celebramos la institución de la Eucaristía.

En este sacramento Jesús nos entrega el tesoro de su muerte. La muerte de Jesús es una muerte voluntaria, prevista, aceptada y ofrecida por nosotros. Su muerte es un sacrificio de fidelidad y obediencia, un sacrificio de amor por todos nosotros. Se hace pan y se hace vino, alimento de la vida del alma. Hay que ir a los Oficios, hay que asistir y participar en el misterio de aquella tarde, hay que fundirse en un abrazo de fe y de gratitud con este Cristo del Cenáculo. ¡Hay que darle gracias por haberse quedado con nosotros, por haber llenado el mundo con la luz y con la fuerza de su presencia que nos sostiene cada día en el camino del amor y de la esperanza hasta las puertas del Cielo!

En esta misma tarde hay que evocar la escena de Getsemaní, la lucha interior de Jesús, su esfuerzo humano para sobreponerse a sus sentimientos de hombre y concentrar su vida en el cumplimiento de la misión recibida. La oración de Getsemaní nos descubre el realismo de su humanidad, sus palabras nos consuelan y nos fortalecen. También Él se siente débil, asustado, pero se refugia en el amor del Padre: “No se haga mi voluntad sino la tuya”. Sudó sangre, pero los ángeles de Dios vinieron a confortarle. El Getsemaní de Jesús nos hace fuertes para afrontar el dolor y las amarguras de la vida con serenidad y esperanza. El Padre del Cielo nunca nos deja solos.

Autor: diocesismalaga.es

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