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Enfundado en su dignidad

Quirotecas que se conservan en la Catedral de Málaga
Publicado: 22/03/2023: 5888

Ya que tratamos en una entrega anterior de las cáligas o zapatos episcopales, no podemos sustraernos a dedicar unas líneas a otra prenda de la guardarropía sacra, desechada por las reformas litúrgicas. No es infrecuente que, visitando los colegiales una iglesia, haya niños que, muy intrigados, pongan en un brete a sus profesores preguntándole por qué tal o cual santo tiene las manos pintadas de colores.

La respuesta correcta depende arbitrariamente de la instrucción religiosa del respectivo docente, aunque en descargo ha de admitirse que ya queda lejano en el tiempo el empleo de las quirotecas, que es el nombre correcto de este atavío y, por tanto, de su conocimiento.

En desuso desde el Concilio Vaticano II, en la práctica se trataba de los guantes que obispos y prelados llevaban en determinados momentos, especialmente en procesiones y bendiciones o durante las Misas solemnes, permaneciendo con ellos, en este último caso, desde la entrada hasta el ofertorio.

Confeccionados con el color que tocara del calendario litúrgico, salvo el negro porque no se usaban ni el Viernes Santo ni para las Misas exequiales, solían tener ribetes bordados y una cruz, eligiéndose como soporte de confección tejidos nobles, como podemos observar en este juego preservado en la ropería de la Catedral de Málaga.

Al igual que con el resto de ornamentos, a la hora de enfundarse estos guantes, el obispo pronunciaba una oración especial que le recordaba cómo debía revestirse de pies a cabeza de lo sagrado, antes de comenzar a celebrar los sagrados misterios. En cuanto a las consideraciones simbólicas que le atribuían los tratadistas, cuyas dotes para buscar significados no dejan nunca de sorprender a veces por enrevesados, se exponía que su prefiguración más remota era aquella piel de cabrito con la que Rebeca cubrió los brazos de Jacob, propiciando así que fuera bendecido por su padre Isaac (Génesis, 25, 29-34).

Del mismo modo según ellos, la circunstancia de que a veces el obispo se presentara con las quirotecas puestas y otras no, hacía entender al pueblo que las buenas obras hay que ocultarlas o hacerlas públicas según convengan. Para recibirlas cuando se las quitaba, siempre había un encargado que portaba una bandeja junto a un pañuelo, con un protocolo bastante palaciego. Con ello se entendía que el prelado, aún siendo el pastor sencillo y el servidor del pueblo cristiano, también estaba revestido de una autoridad que emanaba de su alta dignidad.

Con todo, las quirotecas, además de las puramente simbólicas, cumplían la función higiénica de mantener limpias las manos que iban a consagrar el cuerpo y la sangre del Señor. En definitiva, otras sensibilidades y otras épocas, en las cuales se concedía una enorme importancia a los signos visibles.

Por Alberto Palomo

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