NoticiaHistoria de la Iglesia El nacionalismo. El totalitarismo (y II) Publicado: 15/01/2019: 6948 El sacerdote Santiago Correa, profesor de Historia de la Iglesia, repasa los grandes hitos de la Historia de la cristiandad. El Totalitarismo surge después de la Primera Guerra Mundial. Es un nacionalismo exacerbado y llevado a sus últimas consecuencias. Sus causas son múltiples; degeneración del sistema parlamentario en muchos países, la crisis económica mundial, la ineficacia de algunos gobernantes, el profundo malestar entre vencedores y vencidos, la convicción de la inutilidad de la democracia y el convencimiento de que los regímenes totalitarios pueden solucionar las diferentes crisis. Los partidos totalitarios generalmente contaron con la ayuda del capital y del ejército en determinados países. El Totalitarismo revistió formas distintas. Las más graves fueron el estalinismo ruso, el nazismo alemán y el fascismo italiano. Las características más comunes y sobresalientes de los sistemas totalitarios fueron: la omnipotencia del Estado, la exaltación de un jefe carismático al que se le debe obediencia ciega, el imperialismo que incita a la expansión territorial, el mito de la “raza superior” y la utilización de todos los elementos de la sociedad para exaltar al Estado: la moda, el arte, la propaganda, el cine… Entre los totalitarismos más conocidos destacamos el alemán, el italiano y el ruso. En Alemania surgió el nazismo, partido violento, racista e imperialista. Sus leyes de esterilización de discapacitados, sus disposiciones antisemitas, la eliminación sistemática de los judíos, los campos de concentración… constituyen una manifestación de la barbarie nazi. En Italia apareció el fascismo. Incomparablemente más moderado que el totalitarismo alemán, pero supuso la eliminación de todas las libertades políticas. En la Unión Soviética, el leninismo y el stalinismo, desde sus comienzos, eliminaron la libertad, persiguieron ferozmente a la aristocracia, a los propietarios y especialmente a la Iglesia y a la religión. La reacción de la Iglesia, desde un principio, fue el rechazo absoluto al nazismo y al comunismo. Ante el fascismo adoptó, al principio, un “cauto optimismo”, pero pasados unos años, lo condenó.