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La gratuidad del amor de Dios

Publicado: 09/03/2012: 9587

El sacerdote diocesano Antonio Eloy Madueño nos ayuda a descifrar, una a una, las claves fundamentales de la Cuaresma. En esta ocasión se fija en la caridad.

Si algo vamos aprendiendo de Dios, gracias a la ternura y el ejemplo de Jesucristo, es la gratuidad con que se da y se derrama en sus criaturas. De esta manera, el hombre habitado por el amor de Dios, se hace uno con Él, y empieza a vivir desde la gratuidad. Porque Dios es amor que desciende.  Y el alma que lo acoge, entra en esa corriente que se extiende y expande con la misma suavidad y naturalidad que lo ha recibido.

Por eso, la conversión del corazón a Dios conlleva la conversión a los hermanos: «da entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspira el gesto y la palabra oportuna frente al hermano sólo y desamparado, ayuda a mostrarse disponible ante quien se siente explotado y deprimido» (cf., PE Vb). En esto se reconoce el verdadero discípulo del Maestro de Nazaret (cf. Jn 13,35) y la Buena Noticia adquiere rostro, aliento y vida. Porque el amor lleva a la identificación, dice Carlos de Foucauld: «La imitación es inseparable del amor; el que ama quiere imitar: ese es el secreto de mi vida. He perdido mi corazón por ese Jesús de Nazaret, crucificado hace mil novecientos años, y paso mi vida intentando imitarle hasta donde lo permite mi debilidad».

Si nos vaciamos de nosotros es para llenarnos de Dios, y si nos llenamos de Él, de su Amor, es para buscar contentarle en lo que le agrada: ver en todo ser humano un hijo de Dios, un hermano de Jesús, por quien Él ha muerto, un alma que necesita descubrir el fin para el que ha sido creada: el Amor de Dios.

¿De dónde proceden, pues, las deformaciones en nuestras relaciones con los demás, o la insensibilidad frente a la injusticia o la pobreza? De nuestra deformada relación con Dios. Porque el amor no se improvisa, ni aparece por el mero hecho de proclamarlo, la atención a Dios, el "trato" con Él, fuente y plenitud de todo amor es fundamental: en Él aprendemos lo que es amar a los hermanos, nos fortalecemos para amarlos de verdad (no para ser vistos por los hombres) y alejamos el peligro de convertir el amor y la caridad en dominio y esclavitud. No cualquier amor sirve, «porque hay aficiones bajas que le tienen usurpado el nombre» (cf. C 6,7) dice Sta. Teresa. El amor de Dios es gratuito y desinteresado, como Dios mismo.


Autor: Antonio Eloy Madueño, sacerdote diocesano

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