Noticia Diario de una adicta (LXIV). Recuperando serenidad Publicado: 23/06/2017: 3066 He estado meditando sobre uno de los capítulos del libro de neurociencias en que señala el estrés como causante de la mayoría de las enfermedades, incluso las infecto contagiosas. Perder la paz interior es lo que genera el proceso patológico y que puede ser debido simplemente a la interpretación negativa de lo que nos sucede, pues alimentan pensamientos de temor, angustia, ansiedad, miedo o inseguridad, dependiendo del hecho ocurrido y que marcan una dinámica química y neurológica que altera el orden normal del funcionamiento de diferentes órganos y sistemas. Yo lo pienso en relación con la droga, pues cuando me venía la idea que ese día me iba a faltar la dosis, sólo el pensar en ello, ya me venían los calambres, titiritonas, dolores por el cuerpo y opresión el pecho, a pesar que el mono tenía que tardar muchas horas, pues hacía muy poco que había consumido. Así, el pensamiento desencadenaba un estado en que yo notaba cómo el corazón se me encogía y el dolor en el pecho se hacía presente. Claramente estaba provocado, no por la droga, sino por la idea obsesiva, fortalecida y magnificada por la imaginación, la que me hacía vivir ese cuadro lleno de tensión y angustia. Pensar que tenemos una enfermedad y obsesionarse con ella es el camino más directo para padecerla, afirma un capítulo de ese libro. A mí me ha ocurrido en ocasiones que, teniendo la dosis en el bolsillo, especialmente si había conseguido unas cuantas, a pesar de que se me había pasado los efectos de la anterior, estaba tan tranquila que podía prolongar la abstinencia durante un buen rato sin que apareciera ningún síntoma desagradable de la abstinencia. A veces yo creía que estaba confundida con la hora. Pero era la seguridad que no me iba a faltar, la que anulaba los síntomas de la abstinencia. A medida que comprendo mi mente, me conozco mejor a mí y a los demás; ella empieza a ser mi gran amiga, la compañera inseparable que me está descubriendo caminos que ofrecen sentido a mi vida. Tampoco me olvido que ella me ha hecho sufrir de modo intenso e intensivo en grandes periodos de mí vivir: es la razón por la que valoro lo que estoy consiguiendo. Porque lo peor de este recorrido existencial y la causa de mis grandes sufrimientos no ha sido la droga, ahora lo puedo decir en voz alta, ni mi estancia en el hospital, ni los malos tratos, ni el trabajo con el sexo o los monazos sufridos, ¡no, no, ni hablar!, el verdadero infierno era, la sensación de soledad y desamparo en que me encontraba. Mis heridas más hondas las provocaban la falta de afecto y de manera significativa, la indiferencia de los demás, mucho más que el desprecio, que también me hacía sufrir. Mi cabeza estallaba en ocasiones y experimentaba un dolor físico en todo el cuerpo, producido por la tristeza y pena que las personas me causaban con sus incomprensiones, vacíos y silencios llenos de interpretaciones perversas. Deseaba con ganas un bofetón, o dos o tres, antes que soportar las miradas de odio, ira o desprecio hacia mi persona. De estas situaciones, nacían cascadas de pensamientos oscuros que me hacían sacar conclusiones de tragedia, y que yo vivía por dentro como auténticas realidades; en muchas ocasiones, vivía días y noches torturadas con estos delirios que hipotecaban mi mente, que me hacía reaccionar de una manera agresiva y que, ahora lo sé y lo comprendo, explicaba las respuestas de los demás.