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Confirmaciones (Catedral-Málaga)

Publicado: 24/11/2012: 516

Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía celebrada con motivo de las confirmaciones, en la Catedral de Málaga el 24 de noviembre de 2012

CONFIRMACIONES

(Catedral-Málaga, 24 noviembre 2012)

 

Lecturas: Dan 7, 13-14; Sal 92; Ap 1, 5-8; Jn 18, 33b-37.

(Solemnidad de Cristo Rey)

 

1.- Con la Solemnidad de Jesucristo Rey del universo se concluye el Año litúrgico. La Iglesia adora a su Señor, porque Cristo es «El Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el Todopoderoso» (Ap 1, 8).

Cristo es el principio y el fin del universo. Jesús es el único Rey verdadero, principio, conductor y “el Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia” (Gaudium et spes, 45). Con su venida al mundo ha cambiado radicalmente la historia del hombre. El hecho de la Encarnación es un punto histórico que marca un antes y un después en la historia de la humanidad.

                    Se cumple así la profecía del profeta Daniel sobre Jesús de Nazaret, muerto y resucitado: «He aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre» (Dan 7,13).

                    En este último domingo del año litúrgico rendimos homenaje a nuestro Rey.

                   

2.- Pero el reinado de Jesucristo no es de este mundo. Cuando Pilatos preguntó a Jesús si era rey de los judíos, Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (Jn 18, 36).

La realeza de Jesús no le viene ni por sucesión dinástica, ni por elección popular, sino por su condición de Hijo de Dios, verdadero hombre y salvador de la humanidad.

El reino de Dios crece de manera incesante e imperceptible en medio de grandes dificultades y persecuciones; pero no puede ser destruido por los poderes de este mundo. Lo han intentado muchas veces, a lo largo de la historia, pero sin éxito. Solamente los humildes, los que se fían de Dios, los que trabajan por la paz, aquellos de los que habla las bienaventuranzas, sólo ellos, unidos a su Rey, pueden entrar en este reino y dar testimonio de él.

 

3.- Queridos confirmandos, un día en vuestro bautismo fuisteis ungidos con el crisma. Esa unción del Espíritu os convirtió en hijos de Dios, miembros de la Iglesia con las tres misiones que tiene el hijo: se os ungió como reyes, como sacerdotes y como profetas. Fuisteis ungidos por el Espíritu.

La palabra Cristo en griego quiere decir “ungido”. La misma palabra que en hebreo se traduce por “Mesías”. Somos ungidos en el bautismo por el Espíritu.

Hoy vais a recibir una segunda unción, que está necesariamente unida al bautismo. No es una unción separada del bautismo; quien no recibe la unción bautismal no puede recibir la unción de la confirmación.

Esta unción es mucho más profunda e importante que cualquier otro tipo de unción. Los atletas se ungían el cuerpo con aceite para fortalecerlo. En la actualidad en nuestra sociedad moderna hay muchas lociones para ungirse, para robustecer la piel, para hacerla bella, para rejuvenecerla, para alimentarla.

Todas esas unciones quedan cortas y pobres respecto a lo que significa la unción el Espíritu en nuestro espíritu. De Espíritu a espíritu; de Espíritu Santo a nuestra alma. Porque esa unción no es externa, no es superficial, no es para la piel, no es para embellecer exteriormente. Es una unción que robustece desde dentro. Esa unción fortalece, cicatriza, da fuerza, de valentía. De hecho, todos los mártires, los testigos de la fe, han podido serlo gracias a esa fuerza del Espíritu. Eso es lo que se os va a dar a vosotros esta tarde: la unción que fortalece, que da valentía, que alimenta, que robustece el Espíritu, que hace testigos de la fe, que hace testigos del amor de Dios capaces de dar la vida hasta el final, como la dio Jesús en la cruz.

 

4.- En esta solemnidad de Cristo Rey vais a ser ungidos como reyes; por tanto, vais a formar parte de su reinado de una manera especial. Vais a ser ciudadanos de su Reino, que como él dijo ante Pilatos “no era de este mundo” (cf. Jn 18, 36).

Y si no es de este mundo, ¿qué característica tiene ese reinado de Cristo? Es un Reino de paz, de perdón, de misericordia, de amor, de justicia; pero no de una justicia vengativa, sino de justicia salvadora. Es un Reino de luz que vence a las tinieblas. Gracias a esa fuerza del Espíritu podréis ser ciudadanos con pleno derecho y plena acción en el reinado de Jesucristo.

Cristo, el único «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19,16) y el único sumo sacerdote, nos asocia a él para ser reyes, profetas y sacerdotes que extiendan su reino para servir al amor, para ofrecer a Dios Padre el culto de nuestra vida; para presentar oraciones a Dios, para aceptar los sufrimientos, como ofrenda sacerdotal. Jesucristo, testigo fiel y Príncipe de los reyes de la tierra, ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes; a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

Después vais a encender una vela, que tomará la luz del cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado; símbolo del misterio del amor y de la entrega de Jesús, de su muerte en la cruz, pero también de su resurrección. Y muertos al pecado, como simbolizaba el agua que nos ha sido derramada al inicio de la Eucaristía, y que nos recordaba nuestro bautismo; muertos al pecado para resucitar a la luz de Jesucristo.

 

5.- Estamos en el Año de la Fe. Esa vela encendida es símbolo de la fe y pide que seáis testigos de esa fe. No tengáis vergüenza de decir que sois cristianos; no tengáis vergüenza de actuar y de vivir como cristianos.

La sociedad, aunque nos vitupere y aunque aparentemente no nos quiera y nos desprecie, nos necesita. ¿Acaso no necesita el niño enfermo, débil a su madre, aunque le haga llorar? El mundo de hoy necesita cristianos con clarividencia, con fe, con la luz de la revelación para poner un poco de luminosidad en medio de este caos, en medio de estas tinieblas en las que vivimos.

No son tiempos fáciles para el cristiano; por eso necesitamos esa fuerza del Espíritu para vivir como tales. Eso es lo que la Iglesia, conocedora de la debilidad humana, hoy os entrega. Vivid la fe, vivid el amor, vivid la esperanza cristiana, sed testigos de ese Reino que comenzó con Cristo y que es imparable.

En este Año de la Fe, le pedimos al Señor que os robustezca con el don del Espíritu. ¡Acoged con gratitud este don! Hacedlo vuestro, interiorizadlo, salid robustecidos de la Catedral y no tengáis miedo de vivir como cristianos y de proclamar la bondad y la belleza de la fe.

 

6.- Deseo que os grabéis en la mente y en el corazón que las tinieblas no pueden con la luz. Haced la prueba. Donde hay tinieblas y encendéis una luz, las tinieblas desaparecen. Y donde hay luz, ¿sois capaces de poner tinieblas? ¿Habéis hecho esa experiencia? ¿Tenéis la capacidad de hacer tinieblas donde hay luz?

                    Recuerdo un profesor de metafísica que decía: “la tiniebla no existe; la tiniebla es sencillamente ausencia de luz, porque cuando se ponen juntas la tiniebla se esfuma. Si tuviera consistencia estarían las dos”.

Con el amor y el odio sucede lo mismo; no pueden coexistir; si hay una chispa de amor, desaparece el odio. Vuestra presencia es luz en la sociedad, es amor en medio del desamor y del odio, y es esperanza. Cada uno de nosotros somos como esas pequeñas luces que iluminan, que dan calor, que ambientan: la familia, el trabajo, la política, la economía, la sociedad.

La luz de Cristo debe iluminar todas las dimensiones de la vida; no os resistáis a quedar escondidos en casa o en la Iglesia. Hemos de salir al mundo, porque necesita la luz de Cristo.

Acudimos a Santa María de la Victoria, Patrona de la Diócesis. Ella vivió la fe con gran fidelidad y compromiso; amó a Dios su Creador, a Dios su Hijo, y a Dios el Espíritu que la fecundó. Acudimos a Ella para que nos acompañe en este camino y en esta misión que la Iglesia nos encomienda hoy. Que así sea.

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