NoticiaColaboración A más de mil kilómetros Publicado: 02/10/2018: 16782 Pilar Chamorro, médico y Misionera de la Esperanza, narra sus vivencias en El Chad este verano. «Lo que más siento es una enorme gratitud a Dios que un día me llamó y a su Iglesia que un día me envió» Como decía aquella canción “a más de mil kilómetros estoy pensando en….”, pensando en ellos; los 50 chicos-as con los que he tenido la suerte de vivir y compartir 14 meses en el Centro Educativo San Charles Lwanga de Bayaka, en la República de Chad. Los “50” tienen entre 12 y 18 años y son huérfanos de padre o de madre o de los dos. Ser huérfano en Chad no es una cosa rara o poco frecuente, como puede ser en España. Allí la mortalidad es muy alta y son muchos los que -a veces a muy temprana edad- se quedan huérfanos, siendo normalmente acogidos por la familia del padre. Tampoco es infrecuente que algunas familias sean tan pobres que, aunque acogen al chico, no pueden hacerse cargo de él, terminando algunos de ellos buscándose la vida como pueden en la calle, en los mercado, etc. También muchas de las chicas llegan al centro por el riesgo de matrimonio precoz (las casan con 14 años o menos para conseguir la dote). Como decía al principio, me acuerdo de ellos y de todo lo vivido allí: de los profesores, los trabajadores del centro, y de tanta gente como he conocido. Muchos de ellos son misioneros: unos de México, otros de Italia, y de Japón, Polonia y otros países. Todos han entregado su vida para aportar su pequeño-gran grano de arena para crear un mundo mejor; para llevar el mensaje del Evangelio a todos. Durante los años que viven en el centro con nosotros, los chicos aprenden francés (lengua oficial en el país), educación básica en materias como matemáticas, ciencias, etc. También se inician en una agricultura moderna, informática básica y oficios como carpintería y costura. Y además tenemos tiempo para jugar, ver cine, bailar al ritmo del tamtam, hacer deporte, pasear por la “route” hasta el poblado, charlar y también -claro está- de dar catequesis de preparación para el bautismo y de postbautizados. De esta manera, cuando salen del centro, salen igual de pobres pero más preparados para hacer frente al siempre incierto futuro que -a unos más y a otros menos- les tocará vivir. Y en todo ese proceso nosotros tenemos el privilegio de acompañarles, en sus éxitos, fracasos, alegrías, esfuerzos, diversiones, enfermedades, etc. Siendo testigos de su crecimiento en cuerpo, en espíritu y en la fe. Se disfruta también viviendo allí del contacto con una cultura y sociedad muy diferentes de la nuestra -y por esto mismo tan excitante-, de una naturaleza desbordante y bellísima, y de una jovencísima Iglesia llena de entusiasmo y vida. ¡Y de tantas muchas otras cosas! Por todo ello y tras este tiempo viviendo allí, lo que más siento es una enorme gratitud a Dios que un día me llamó y a su Iglesia que -a través de mi asociación Misioneros de la Esperanza- un día me envió. “A más de mil kilómetros estoy pensando en ELLOS, echándolos de menos con el alma…”. Pilar Chamorro