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Ecce Homo, imagen perfecta de la esperanza

Paño de la Santa Faz, Hermandad de Salutación (Málaga), obra de José María Ruiz Montes. FOTO: GABY RODRIGO
Publicado: 25/03/2024: 8955

Flagelación

Francisco Aurioles es vicario parroquial de Santo Domingo de Guzmán y capellán del Materno Infantil. Con esta reflexión, desde su amplio conocimiento como peregrino en Tierra Santa, nos invita a acompañar a Jesús en su Pasión.

Desde que hace catorce años visité por primera vez Tierra Santa, he procurado volver cada año, y he de reconocer, que después de un buen número de viajes a los Santos Lugares, mi deseo de regresar  es siempre más intenso.

La Galilea, con toda su belleza, demuestra que Jesús es el hombre perfecto y el verdadero Dios, pues, como fuente de la pulcritud que es, la belleza se trasluce en todos sus paisajes, en los que pasó gran parte de su vida. En cambio, la Judea nos hace ponernos ante Jesús varón de dolores que nos conduce a uno de los enclaves más significativos, que se encuentra entre las callejuelas de la Ciudad Santa, al pie de la primera estación del Via Crucis, donde se erige una coqueta iglesia dedicada a la flagelación y la coronación de espinas del Señor, y desde donde se inicia el rezo de ese piadoso ejercicio que nos hace concluir en la imponente Basílica del Santo Sepulcro.

Varón de dolores
En ese lugar de la denominada Vía Dolorosa, nos ocurre lo mismo que a Teresa de Jesús en el Monasterio de la Encarnación de Ávila, en la lejana primavera del año 1554; nos encontramos ante una imagen de Jesús totalmente golpeado, herido por todo el cuerpo, abofeteado y escupido, al que revisten caricaturescamente de la majestad imperial con el manto de color púrpura, la corona tejida de espinas y el cetro de caña, y burlándose le rinden honores: “Salve, rey de los judíos”, consistiendo el homenaje de los soldados en darle bofetadas y escupirle,  manifestando de este modo, su profundo desprecio por Jesús.

Jesús es llevado con este aspecto humillante a Pilato, y Pilato lo presenta no sólo al gentío, sino a toda la humanidad como el Ecce Homo, “¡Aquí tenéis al Hombre!” (Jn 19,5). Seguramente el gobernador romano estaría conmocionado al contemplar la figura de Jesús lleno de burlas y heridas pues, ciertamente, a muchos de nosotros esta imagen del Señor nos pone un nudo en la garganta y nos conmueve profundamente.

Presencia plena de Dios
Ecce Homo: esta palabra adquiere una profundidad que va desde la mañana del Viernes Santo, en el palacio de Pilato, a toda la Historia de la humanidad, porque Jesucristo, en el enlosado, es el hombre en el que se manifiesta la miseria de todos los golpeados, los humillados y abatidos de la Historia. Jesús Ecce Homo refleja la inhumanidad, fruto de la maldad del ser humano, que, entregado a servir al Maligno, aplasta a sus semejantes.

En el Ecce Homo se refleja el hombre cuando se convierte en pecado, es decir, cuando da la espalda a Dios y toma en sus manos el destino de su propia vida y el de los demás. Pero también en el Ecce Homo se percibe la íntima dignidad del que es Dios y Hombre único y verdadero, pues en el Ecce Homo, está, aunque oculta, la presencia plena de Dios.

No lo olvidemos; desde la flagelación y la coronación de espinas de Jesucristo, todos los golpeados, los heridos, los maltratados y humillados; todos los que a lo largo de la Historia han muerto a consecuencia de la guerra, la violencia y el terror, son la imagen nítida de Dios que ha querido sufrir por cada uno de nosotros. Por eso, en medio de su Pasión, Jesucristo es la imagen perfecta de esperanza, manifestando que Dios siempre está al lado de los que de un modo u otro sufren. El Ecce Homo, en el momento actual que atraviesan los queridos Santos Lugares, describe perfectamente  una tierra que tantos de nosotros llevamos en el alma y en nuestro afecto.

Francisco Aurioles

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