NoticiaEntrevistas «He podido abrazar a un niño que no iba a nacer» Sergio Ferrero y Manuel Montes, junto al D. Ramón Buxarrais Publicado: 30/06/2020: 20503 El Teléfono de la Esperanza ha duplicado las llamadas atendidas durante los primeros meses de la pandemia del Covid-19. Este servicio fue promovido en Málaga, en 1976, por el sacerdote Sergio Ferrero y un grupo de colaboradores, entre los que se encuentra el periodista Manuel Montes. Con ellos conversamos sobre su nacimiento y su necesidad aún hoy. Sergio Ferrero y Manuel Montes son un buen ejemplo de esa Iglesia sinodal que no para de predicar el papa Francisco. Sergio es, a sus 79 años, un sacerdote entregado al que la debilidad no le detiene las ganas de anunciar el Evangelio. Manuel, padre, abuelo, periodista y mil cosas más, sigue luchando en primera línea del frente de grandes batallas que merecen ser ganadas. Han compartido muchas cosas en la vida, y lo siguen haciendo cuando la oportunidad se les brinda y se encuentran en la Residencia Buen Samaritano, donde reside el primero. Quizás, entre sus muchos recuerdos compartidos, se encuentra el Teléfono de la Esperanza, un proyecto en el que ambos participaron en sus inicios en Málaga, y que sigue dando luz a todo el que sufre, sin importar la distancia. En estos días, el Teléfono de la Esperanza ha dado a conocer el inmenso servicio prestado durante el confinamiento. Este servicio surge en Sevilla en 1971 y llega a Málaga en 1976. ¿Cómo vivieron esos primeros momentos y cuál fue su labor? Sergio: En esa época tenía yo, junto a unos amigos inquietos y muy sensibles al sufrimiento humano unas tertulias inspiradas en el Evangelio. Frecuentemente nos reuníamos en mi parroquia. Un día que estábamos comentando cómo sufría la gente, decíamos cómo algunos teníamos una especie de predisposición a acoger al que sufre y eso lo intuían y acudían a nosotros los que estaban sufriendo. Pronto empezamos a colaborar en la solución de algunos problemas. Recuerdo cómo yo envié algunos casos al despacho del abogado Carlos Linares. Sin darnos cuenta estábamos funcionando un poco como Teléfono de la Esperanza. Manuel: El teléfono fue fundado por Salvador Rodriguez de Tembleque, Ángel Medina Martos y Sergio Ferrero, que fue su primer director. Todos ellos relacionados con Cursillos de Cristiandad, donde yo trabajaba. Yo tenía por aquél entonces 31 años y una gran ilusión por ayudar. Me ficharon como orientador. Me explicaron cómo funcionaba aquello y me dejaron solo con el teléfono. Después he hecho cursos de formación. Entonces solo podía disponer de mi sentido común. Empecé un lunes por la noche y continué haciendo el turno de los lunes por la noche durante 20 años. Los sábados por la mañana nos reuníamos todos, celebrábamos la Eucaristía y poníamos en común los casos atendidos. Aprendíamos todos de todos y, sobre todo, de los "llamantes". Después pasé a hacer los sábados por la noche durante otros años. Finalmente, y desde hace cuatro o cinco, hago mi servicio un sábado por la mañana cada mes. He sido subdirector, tesorero, responsable de prensa y monitor de nuevos orientadores. Ya estoy a punto de la jubilación. Cuarenta y cuatro años son muchos. Tengo el teléfono de oro que nos concedieron a los que estábamos allí desde el principio junto a Jesús, un psicólogo; Mari Carmen, una orientadora; Sergio y yo. El objetivo era atender a personas en situación de crisis a través del teléfono, ¿Cuáles fueron los primeros frutos? M: Inmediatamente comenzó a crecer el número de llamadas. Matrimonios en crisis, soledad, problemas de orientación sexual. Intentos de suicidio. Todo un aluvión de circunstancias que nos llegaban desde todos los puntos de Málaga. No existían por entonces otros teléfonos de ayuda. Los usuarios solo tenían el nuestro en media Andalucía y nos llovían las llamadas. S: Contactamos con la Fundación y nos dijeron que adelante, que buscáramos sitio para la sede en Málaga y nos organizásemos. En cuanto pudimos empezamos a volar. Lo primero que sentimos fue un susto al comenzar a ver la realidad que era una Málaga no sólo “cantaora”. Una Málaga sin palmas y con mucho dolor. Al no existir entonces tantos teléfonos especializados en distintos problemas como ahora, aquello fue una tremenda experiencia de la realidad. Pero a la par sentíamos la alegría de poder ayudar de una forma organizada y más eficaz. Los frutos fueron ver como personas que se sentían solas e incluso sin motivaciones ni ganas de vivir recuperaban la esperanza. ¿Qué experiencia vivida nunca olvidarás? S: Abrazar a un niño que no habría nacido y abrazar a un hombre que no quería vivir. M: La más reconfortante fue mi atención a una enferma terminal de cáncer internada en un hospital de Granada. Localizó mi turno y me llamaba constantemente. Fuimos su consuelo durante meses. Una vez fui a visitarla personalmente, pero al cabo de unos meses falleció. Otras experiencias inolvidables fueron las salidas para atender posibles suicidios. Conectábamos con algun otro orientador o profesional e íbamos a la casa del llamante. Alguna vez sin éxito. Hemos progresado en muchas cosas, pero el Teléfono de la Esperanza sigue siendo necesario, cada vez más ¿por qué? M: Pienso que su éxito se basa en el trato "poco profesional". Los llamantes suelen estar cansados de remedios para sus problemas basados en terapias de todo tipo. Quieren escuchar la voz amiga al otro lado del teléfono. Que les escuchen cuanto tiempo necesiten. En una palabra: sentirse escuchados y queridos. S: El Teléfono de la Esperanza desgraciadamente es cada vez más necesario porque el ser humano se deshumaniza más y su egoísmo crea injusticia y desigualdad, origen de mucho sufrimiento y dolor. ¿Cuál es la principal riqueza de esta iniciativa? S: Haber creado una forma de ayuda y solidaridad a través de un trabajo en equipo y de una forma anónima y gratuita. M: La riqueza de este servicio se basa en la escucha activa. Saber escuchar, que es más dificil que hablar. El teléfono es aconfesional pero detrás de cada orientador está la fe en Dios o en la humanidad. En mi caso, el teléfono me ha afirmado en mi fe en Dios y en mi dedicación a los que sufren.