NoticiaColaboración Carta abierta de Miguel Ángel Criado, sacerdote diocesano Publicado: 30/05/2014: 12234 Desde los orígenes de la Iglesia, los cristianos en su tarea misionera de anunciar a Jesucristo y de hacer nuevos cristianos, partieron de una doble convicción: por un lado, que la vida cristiana es obra de Dios, es decir, Dios tiene la primacía en la transformación interior de la persona y en su integración en la Iglesia. Por otro lado, que la Vida Nueva recibida por el bautismo supone un proceso de conversión que dura toda la vida, en la que el sujeto humano ha de poner en juego todas sus facultades como respuesta a la gracia recibida por parte de Dios. Esta doble convicción, en parte, es la que llevó a Tertuliano en el siglo II a afirmar que “los cristianos se hacen, no nacen”. En la actualidad, los máximos responsables de esta tarea maternal de la Iglesia corresponden a la Iglesia particular y al Obispo. Junto a ellos, las parroquias, las familias, la escuela católica y los movimientos juegan un papel esencial. Como todos sabemos la parroquia “no es principalmente un territorio o un edificio; ella es la familia de Dios, es una casa de familia, fraterna y acogedora, es la comunidad de los fieles” (ChL 26). Pero conviene recordar que ella es, después de la catedral, “el ámbito privilegiado para realizar la Iniciación Cristiana en todas sus facetas catequéticas y litúrgicas del nacimiento y del desarrollo de la fe” (IC 33). Son los catequistas, junto con sus párrocos, los que año tras año asumen en cada parroquia esta noble tarea de hacer nuevos cristianos. Para ello, es necesario conjugar una serie de tareas que son las que nos van a permitir hacer un proceso con cada persona. Algunas de estas tareas son: conocer el contenido y la moral de la fe cristiana, iniciar en la oración personal y en la liturgia de la Iglesia, educar para la vida comunitaria y cultivar un talante evangelizador. Para llevar a cabo la interiorización de estas tareas, las parroquias, durante todo el año despliegan una catarata de actividades: celebraciones litúrgicas, convivencias, encuentros de oración, etc. Es importante descubrir que cada una de estas actividades tienen su razón de ser y que cumplen su finalidad dentro de un marco más amplio que es la de hacer nuevos cristianos. Se acerca el verano y como todos los años cientos de adolescentes y jóvenes participarán en los campamentos de verano organizados por las diferentes parroquias, colegios y movimientos. La finalidad de un campamento católico no es entretener, educar en valores, ni realizar talleres y juegos, y ya está. Si es católico y está enraizado en el proceso global de hacer y educar nuevos cristianos ha de tener como finalidad el encuentro con Jesucristo. Este ha de ser el criterio fundamental desde el que se monten todas las actividades formativas, lúdicas, litúrgicas, de maduración de la persona, etc. Merece la pena que animéis a vuestros hijos y nietos a participar en estos campamentos. Los frutos se recogerán con los años.