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Clausura del Año de la fe (Catedral-Málaga)

Publicado: 24/11/2013: 3949

CLAUSURA DEL AÑO DE LA FE

EN LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

(Catedral-Málaga, 24 noviembre 2013)

 

Lecturas: 2 Sam 5, 1-3; Sal 121,1-5; Col 1,12-20; Lc 23, 35-43.

 

Clausura del Año de la fe

1. Clausuramos hoy el Año de la fe, que tenía como objetivo profundizar en nuestra relación con Jesucristo, pues sólo en él tenemos la garantía de un amor auténtico. El papa Benedicto nos animaba a “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (Porta fidei, 2). La fe es la respuesta libre del hombre a la invitación del Señor, para mantener con él una relación de amor, de confianza y de obediencia. El hombre se fía de Dios, “y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma” (Porta fidei, 1).

La fe es adhesión personal a Cristo, voluntaria y libre, asentimiento de la inteligencia al misterio de Cristo, que es la Verdad revelada, fuente de vida y de felicidad. Así dice el mismo Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo»(Jn, 17, 3). San Pablo afirma que «sin fe es imposible complacer a Dios»(Hb 11, 6) y que «habiendo sido justificados en virtud de la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo»(Rm 5, 1). No es, por tanto, indiferente, creer o no creer; hay un abismo.   El papa Benedicto XVI, al convocar el Año de la fe, nos indicaba el proceso de la misma, que dura toda la vida: “La puerta de la fe (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que trasforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Este empieza con el Bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna” (Porta fidei, 1). Por eso al inicio de nuestra celebración hemos recordado nuestro bautismo con el “asperges” del agua bendecida.

Siguiendo la carta de Pablo a los Colosenses, proclamada hoy, demos de gracias a Dios porque nos ha hecho hijos suyos en el Bautismo; porque nos otorga la herencia del pueblo santo (cf. Col1,12); porque nos ha concedido la luz de la fe; porque hemos recibido la redención y el perdón de los pecados (cf. Col1,14); porque nos ha sacado de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo (cf. Col1,13). En esta solemnidad de Cristo Rey celebramos que Jesucristo es el centro del universo y de la historia; y él trae el Reino de Dios, que ya está presente en el mundo y que se implantará, al final de los tiempos, de manera inexorable; por eso es mejor empezar a aceptarlo ya desde ahora. Debemos ser ciudadanos de ese Reino.

2. La fe provoca la conversión, que lleva al bautismo y da origen a una vida nueva en el Espíritu Santo. La fe produce un cambio radical. El hombre se adhiere a Dios como Verdad suprema, como Bien que está por encima de todo otro bien; es como hallar el “tesoro” y la “perla fina” de los que habla el Evangelio (cf. Mt 13, 44-46).

Los apóstoles, en su primera predicación el día de Pentecostés, anuncian el núcleo del kerigma evangélico: Jesús, crucificado y muerto por nuestros pecados, ha sido resucitado y constituido Señor y Mesías (cf. Hch 2, 23-24.36); esta es la gran noticia y el núcleo de la fe. Los oyentes, al escuchar la Buena Nueva anunciada por los apóstoles, preguntan qué deben hacer, porque perciben que deben cambiar de conducta. La respuesta de los apóstoles es muy clara: «Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo»(Hch 2, 37).   La fe exige la incompatibilidad entre Dios y cualquier otro bien que se presente con pretensión de supremo o de totalidad; nada ni nadie puede competir con la absoluta presencia y supremacía de Dios. La fe implica la adhesión radical a Dios y, por tanto, el rechazo de los falsos dioses, como ha dicho el mismo Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero»(Mt 6, 24).

La conversión, que es esencial a la fe, lleva al hombre a obedecer la voluntad de Dios. Se trata de una obediencia amorosa, confiada, racional y libre. El papa Benedicto XVI ha tratado mucho la relación entre la razón (logos) y la fe. Frente al pensamiento moderno, que niega a Dios o prescinde de él, los cristianos creemos en un Dios personal, que es amor, y profesamos la fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Vivir la fe en el Dios Trino es una aventura hermosa; es una experiencia que enriquece y enaltece al ser humano; es vivir una relación personal con quien me ama, me dignifica, me salva, me sostiene y me diviniza.

3. El apóstol Pedro nos anima en su primera carta a aquilatar nuestra fe para alcanzar la salvación: «Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas» (1 Pe 1, 6-9).

Como nos recuerda el Concilio Vaticano II: “La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que él venga (cf. 1 Co 11,26). Se vigoriza con la fuerza del Señor resucitado, para vencer con paciencia y con caridad sus propios sufrimientos y dificultades internas y externas, y descubre fielmente en el mundo el misterio de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor” (Lumen gentium, 8).

Caminamos entre luces y sombras. Los cristianos, a través de la historia, han conocido la alegría y el sufrimiento. Las pruebas de la vida permiten comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1, 24). Creemos que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte y con esa confianza nos adherimos a él, confiamos en él y nos encomendamos a él (cf. Benedicto XVI, Porta fidei, 15).

4. Hemos celebrado en este Año de la fe tres acontecimientos eclesiales, en un año de gracia, en un “kairós” para la Iglesia: El cincuentenario del Concilio Vaticano II, el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, y el Año de la fe.  Clausurado el Año de la fe, sigue vigente con toda su fuerza el mandato del Señor: «Id, pues, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19-20).

La evangelización, tarea fundamental de la Iglesia, tiene como fin la trasmisión de la fe. Evangelización y fe son realidades estrechamente unidas. La Iglesia existe para evangelizar y el objeto de esa evangelización es suscitar la fe.

Pero ¿cómo transmitir la fe hoy en nuestra sociedad? El actual horizonte del mundo ha cambiado y la fe no parece formar parte de él; para muchos la fe se ha convertido en una cuestión superficial, limitada a la esfera de lo privado; muchos desearían que los cristianos viviéramos la fe de modo privado, sin implicarse en lo social. El papa Benedicto XVI constataba este hecho en su carta: “Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas” (Porta fidei, 2).

Sin embargo la fe debe tocar todas las dimensiones del ser humano: la vida, la familia, la sexualidad, la economía, la política, la cultura. Los cristianos de hoy tenemos el gran reto de la nueva Evangelización. Hemos de seguir anunciando el Evangelio a nuestros contemporáneos; y no se trata de un simple cambio de estrategias, ni de métodos ni de lenguaje. Se trata de actitudes, experiencias y vivencias. El mundo actual necesita “testigos” veraces y convencidos, creyentes con experiencia de Dios, hombres de oración, místicos que vivan en sintonía profunda con el Trascendente.

5. Estamos llamados a ser testigos de la fe que profesamos, celebramos y vivimos. Estas tres acciones se implican  mutuamente y son necesarias para una auténtica vida de fe viva. Hoy profesaremos de manera solemne el “Credo” con una pequeña vela encendida del cirio pascual, que recuerda la fe recibida en el bautismo; la fe la celebramos mediante los sacramentos, la liturgia y la oración; y la vivimos cada día cumpliendo los mandamientos.  Nunca ha sido fácil vivir como cristiano. La historia del cristianismo está llena de persecuciones y de odio hacia los cristianos; en el siglo XX hemos vivido la experiencia dolorosa de innumerables mártires. La persona y el mensaje de Cristo han sido siempre “bandera discutida”. Pero hemos de anunciar el Evangelio, como lo han hecho tantos cristianos a lo largo de la historia. Este es nuestro tiempo; ahora nos toca a nosotros dar ese testimonio y ser el eslabón entre las generaciones que nos ha precedido y las que vienen detrás.

6. Quiero agradecer y felicitar a las parroquias, las cofradías, los movimientos y asociaciones por todas las actividades y por la creatividad que habéis tenido, ayudando a nuestros hermanos a celebrar mejor el Año de la fe. Ahora os animo, queridos files, a seguir viviendo la fe y a ser testigos de Jesucristo. El Señor nos ha prometido que estará siempre con nosotros (cf. Mt 28,20).

Debemos ser, al estilo del Señor Jesús, sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). Hemos de hablar a los hombres de Dios y transmitirles el tesoro de su Palabra. Hemos de ponernos en camino “para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” (Benedicto XVI, Homilía en la Misa de inicio de Pontificado,24 abril 2005).

El papa Francisco al terminar hoy la Santa Misa entregará su primera exhortación apostólica, titulada Evangelii gaudium (El gozo del Evangelio), fruto de la Asamblea del Sínodo de los Obispos, celebrada en octubre de 2012. Es un gozo evangelizar, anunciar el evangelio a todos los hombres. Os invito a leerla y a meditarla, para que nos ayude a seguir viviendo la fe y dando testimonio de ella.

Pedimos a la Santísima Virgen, Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que nos acompañe en el camino de la fe y nos ayude a ser testigos valientes del Evangelio.

Amén.

Autor: diocesismalaga.es

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